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Ciudadanos postula a Valls como candidato a alcalde de Barcelona

La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, habla con el exprimer ministro de Francia, Manuel Valls (der.), galardonado con Premio al Seny.
La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, habla con el exprimer ministro de Francia, Manuel Valls (der.), galardonado con Premio al Seny.
Foto: EFE
27 de abril de 2018 - 00:00 - Gorka Castillo. Corresponsal en Madrid

La posibilidad de que Manuel Valls, exprimer ministro de Francia, acepte finalmente ser candidato a la Alcaldía de Barcelona por Ciudadanos provoca un gran impacto político en España.

Hijo de un pintor catalán y de madre suiza que migraron a París en los años 40 del siglo pasado, Valls es considerado  un “paracaidista” por el soberanismo y la izquierda en la conflictiva realidad que se vive en Cataluña por lo que su aportación para enfriar los ánimos será nula.  

Sin embargo, para el partido de Albert Rivera, cada día mejor colocado en las encuestas, su fichaje demuestra la inteligencia que le presuponen a un líder político como él con aspiraciones fundadas de gobernar España en un futuro inmediato. La duda que circula estos días es conocer las verdaderas intenciones de Valls para aceptar semejante oferta.

Cuando aún falta la confirmación oficial, las críticas más furibundas se centran en su fracaso en las primarias socialistas francesas, aunque no vive en Barcelona y desconoce la cultura. Pero Valls nació en Barcelona hace 55 años y su vida, de alguna forma, sigue vinculada a la capital catalana. De hecho, su hermana, con quien mantiene una estrecha relación, reside ahí hace décadas.

También parecen excesivos los calificativos sobre la carrera política del exprimer ministro galo. Si se analiza con detalle se cataloga en sentido contrario. Valls es un superviviente con un trabajo metódico sobre sus espaldas y una ambición desmedida: Durante sus tres décadas como dirigente del Partido Socialista Francés (PSF) fue consejero regional, alcalde de un municipio, diputado, ministro del Interior y primer ministro durante dos años en la presidencia de Françoise Hollande.

Más clintoniano que obamista en política internacional, Valls cayó en desgracia al poner en marcha una ley laboral en Francia repleta de recortes a los derechos obreros y, sobre todo, por la feroz lucha iniciada contra el terrorismo islámico tras los salvajes atentados perpetrados en París que lo llevó a pronunciar aforismos poco afortunados, especialmente contra los gitanos.

Aplastado en dos primarias del PSF, optó por buscar cobijo en el nuevo partido fundado por Emmanuel Macron, en el cual no tiene protagonismo. Y hace menos de un año busca su salida.

Quizá por su estrecha vinculación con Cataluña, quizá porque empezó a vislumbrar que en España tendrá una nueva oportunidad de regresar a la arena política en un escenario incendiario, Valls atravesó los Pirineos durante la campaña de diciembre dispuesto a quedarse.

De hecho, cualquier europeo está habilitado para hacerlo desde 1992, años de la entrada en vigor del Tratado de Maastricht que establece que los ciudadanos de la Unión Europea (UE) tienen derecho a ser electores y elegibles en los comicios municipales de los países del bloque, “aunque no tengan la nacionalidad de los mismos”.

Por si fuera poco, Valls tiene doble nacionalidad franco-española desde 1982. No es el único caso en Europa. La alcaldesa de París, Anne Hidalgo, nació en Cádiz; y el regidor de Londres, Sadiq Khan, es hijo de un inmigrante paquistaní.

Los dardos envenenados vienen desde otro flanco. El principal, desde la izquierda independentista catalana, que le recuerda constantemente que antes de iniciar su romance con Ciudadanos se dedicó a cortejar sin disimulo al alicaído presidente del PP en Cataluña, Xavier García Albiol, en su campaña a favor de la suspensión del autogobierno catalán.

Su discurso desde entonces no varía un ápice: “Si se fractura España, se fractura Europa, porque se abre la puerta a todos los nacionalismos”. Valls toca en Cataluña la corneta del miedo.

Falta aún un año para los comicios, pero la batalla ya comenzó. Pero quedan muchas incógnitas. Y todo empieza por descifrar si el imán de Manuel Valls es suficientemente poderoso para movilizar al creciente número de escépticos que surgen cada día en la segunda ciudad más importante de España después de Madrid. (I)

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