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Montoneros, la vigilancia en Ginebra

Montoneros, la vigilancia en Ginebra
15 de agosto de 2012 - 00:00

A continuación puede leerse los resultados del minucioso espionaje practicado en Ginebra en 1978, apuntando a latinoamericanos candidatos al asilo político. Supuestamente lo promueve el robo acaso disfrazado de hallazgo, de un portafolio aparentemente extraviado por Flavio Baumann, un estudiante suizo de literatura, que alojaba en su apartamento a dos mujeres: María Eugenia Oyola, chilena simpatizante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de ese país (MIR) y la argentina Nélida Augier, tildada de concubina del ya difunto dirigente del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) Benito Urteaga, caracterizado como correligionario de Mario Santucho, al que no obstante el inspector Monnier, cayendo en un error inconmensurable, unge de cabecilla de los Montoneros.

Recorriendo los andariveles del portafolios del joven Baumann, se destapa que los antes aludidos Rodolfo Mattarollo y Lidia Masaferro, y el abogado argentino Gustavo Adolfo Roca, celebraron una conferencia de prensa en el Hotel Intercontinental de Ginebra el 23 de febrero de 1978, auspiciada por la Centro de Asesoría en Desarrollo Humano (Cadhu), considerada “revolucionaria de tendencia marxista”, omitiendo notificar que allí se ventilaron testimonios sobre las atrocidades perpetradas por las Fuerzas Armadas de Argentina.

Tampoco se explica el móvil por el cual los denunciantes se desplazaban en un automóvil perteneciente a la funcionaria de la ONU de nacionalidad portuguesa, Melanie Macario, como si no fuera necesario recalcar que en Ginebra se afinca el sistema de Naciones Unidas de protección y promoción de los derechos humanos. El relato incorpora a otras personas, concretamente a los argentinos refugiados en Suiza, María Teresa Georgiadis y Carlos Pellegrini, entrevistados por una emisión de televisión suiza donde revelaron las torturas padecidas en la Argentina, un programa de reportajes conducido en esas fechas por el renombrado periodista Eric Lehmann, luego transfigurado en jefe de Policía del Cantón de Vaud, cuya capital es Lausana, vecina de Ginebra.

A 35 años de aquellos hechos, conviene dejar escrito que Gustavo Adolfo Roca y Lidia Masaferro fallecieron en Argentina a la vuelta del exilio, y que Rodolfo Mattarollo ha sido funcionario polivalente del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

El fantasma de Carlos

Entre el público que concurriera a la conferencia de prensa que estos dieran investidos por la Cadhu en 1978 la pesquisa detectó a la venezolana Cecilia Matos, empleada diplomática domiciliada en Venezuela pero que venía de París, y había alquilado un auto en Zúrich. Su presencia abrió una brecha errática que el inspector Monnier hizo desembocar en el célebre venezolano Ilich Ramírez, apodado Carlos, después condenado a cadena perpetua en Francia por su incriminación en atentados terroristas.

Tres años antes Cecilia Matos había compartido una habitación del Hotel Presidente de Ginebra con su compatriota Dalia Fuentes Quintana, “una amiga de la familia del terrorista Carlos”, detalle que los servicios británicos retuvieron de un golpe telefónico de la propia Dalia Fuentes Quintana efectuado a la Policía inglesa desde su vivienda en Londres el 7 de julio de 1975, alertando que Carlos la había llamado el día antes para pedirle ayuda, advirtiendo que ella había rechazado solidarizarse con él.

Carlos vuelve a aparecer en el expediente de los Montoneros de la Policía Federal de Suiza el 28 de noviembre de 1978, en una comunicación cuya fuente “aún no ha hecho sus pruebas”, designándolo a la cabeza del   Frente Popular de Liberación Alemán (FPLA), dándolo por invitado a una reunión en Roma celebrada un mes antes. Por cierto Carlos no concurre finalmente a la cita, a la que se afirma asisten los montoneros Armando Croatto, Juan Gelman y Mario Firmenich. Se suman al diagrama del pretendido conclave las siluetas de dos miembros de la Organización Comunista Combatiente (OCC) que no se dice quienes fueron, y dos integrantes de  Brigadas Rojas, subrayando que uno de ellos se llamaba Alberto Franceschini. Pero esta última puntualización se desvanece al promediar el informe cuando la comisaría que trata la información en Berna, anota de su cosecha la contradicción que Franceschini se hallaba preso en Italia desde 1974.

La pista cubana

Si hubo un confidente en Roma, que a todas luces no era fiable, los suizos corporizan a otro que siembra el misterio. Irrumpe desde La Habana. Despachó su mensaje vía Montevideo. Dio cuenta de una reunión de un Directorio de Liberación celebrada en julio de 1977, presidida por Fidel Castro. Su credibilidad es considerada “segura”, de confianza “verificada” y “sólida”. Relata que en torno a Castro se acodaban el alto cargo cubano Carlos Rafael Rodríguez, Firmenich por los Montoneros, Enrique Erro por los Tupamaros de Uruguay, un tal Osvaldo Rivadavis en nombre de una enigmática Resistencia Obrero-Estudiantil uruguaya, y dos otros representantes cuyas señas de identidad no se incluyen; uno ocupando el sitial reservado al MIR de Chile, el otro con la etiqueta de las FARC de Colombia.

El narrador señala que en esa “cumbre” se discutió intensificar la lucha armada en ciertas capitales latinoamericanas, siendo además cuestión de la solidaridad revolucionaria para con los movimientos de liberación africanos, planteándose incluso el ataque a embajadas de América Latina en Europa y a su personal. Como se sabe esta última idea, si existió, quedó en el plano de las evocaciones pues nunca se concretó, al menos con posterioridad a ese conclave. Puede deducirse que si esa audiencia tuvo lugar, y conociendo las estrictas reglas de compartimentación vigentes en las guerrillas latinoamericanas, cuyos integrantes desconocían los nombres reales de sus compañeros, el “enlace” que ilustra a la Comisaría Cuarta de la Policía Federal de Suiza el 16 de septiembre de 1977 que trató el tema, tuvo sin duda una antena en Cuba. Va de suyo que solo la Policía de la isla caribeña podía conocer la verdadera identidad de los invitados a semejante conversación, detonando un debate inédito sobre las filtraciones absorbidas por los servicios occidentales de las actividades de los insurgentes latinoamericanos.

El pedido de asilo de Firmenich

Valoraciones aparte, el cúmulo de imputaciones acopiadas por los helvéticos contra Firmenich los llevaron a emitir una orden formal para impedirle entrar en su territorio, fechada el 23 de febrero de 1979, una manera de quedar a cubierto por lo que pudiera acontecer pero sin plantear detenerlo. Cuando el dirigente montonero se entregara en Brasil, tras instalarse como Presidente Constitucional de la República Argentina Raúl Alfonsín en 1983, Berna recibió una solicitud de refugio político en su favor para impedir la extradición a la Argentina.

La elevó el 28 de septiembre de 1984 Nélida Zumstein, malograda delegada en Ginebra de la Federación Internacional de los Derechos Humanos (FIDH), una cordobesa casada con un suizo que ocupó fugazmente esa representación, expulsada poco tiempo después por proteger de forma extraña en los mismos estrados suizos a los paramilitares argentinos Leandro Sánchez Reisse, Luis Martínez y Rubén Bufano, detenidos en 1981 y a la postre condenados en Zúrich por intentar cobrar en Ginebra el rescate de un secuestro en perjuicio del banquero uruguayo, raptado en Buenos Aires, Carlos David Koldobsky, extraditados ulteriormente desde Suiza y EE.UU. a la Argentina, donde fueron  liberados.

La decisión suiza de otorgarle o negarle el refugio a Firmenich no alcanzó a tomarse. El 6 de noviembre de 1984 la petición quedó archivada dado que días antes se había concretado la extradición del interesado de Brasil a Argentina. Firmenich fue juzgado y condenado en Buenos Aires por un secuestro extorsivo, pero tras purgar parte de la pena, lo indultaron, y al recuperar la libertad, se enroló de profesor universitario en España.

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