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La inmigración avanza alentada por la violencia

Miembros de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos inspecciona los documentos de una mujer hondureña, que viaja con su hija de 2 años, cerca de la frontera de EE.UU.-México, en McAllen, Texas.
Miembros de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos inspecciona los documentos de una mujer hondureña, que viaja con su hija de 2 años, cerca de la frontera de EE.UU.-México, en McAllen, Texas.
Foto: AFP
24 de junio de 2018 - 00:00 - Agencias EFE-AFP y Redacción

La gran mayoría de los migrantes que llegan a Estados Unidos provienen de México y del llamado Triángulo Norte de América Central, que comprende a Honduras, Guatemala y El Salvador, que  están entre los países con mayor índice de asesinatos.

Un informe del Centro de Investigaciones Pew, con sede en Washington D.C., señala que el número de inmigrantes del Triángulo Norte aumentó un 25% de 2007 a 2015, mientras en ese mismo período se redujo el número de mexicanos.

Un análisis previo de la Oficina de Censos de EE.UU., estableció que 115.000 nuevos inmigrantes llegaron desde Honduras, Guatemala y El Salvador en 2014 (el doble en comparación con 2011), mientras que la cifra de inmigrantes de México disminuyó de 175.000 en 2011 a 165.000 en 2014.

La violencia y las pandillas
La razón principal que empuja a los ciudadanos centroamericanos a buscar una nueva vida en Estados Unidos es la precaria situación económica, hay mucha gente en situación de pobreza.

A ello se añade la influencia de las pandillas, que controlan sectores de las ciudades y exigen dinero a cambio de protección. Barrio 18 y la Mara Salvatrucha 13, que se originó en Los Ángeles en los 80 y en el 2000 se expandió a América Central, tienen aterrorizada a la región.

“Acá ya no se trata de inmigrantes que persiguen el sueño americano... Se trata de huir de la pena de muerte”, afirmó la analista guatemalteca Sofía Martínez.

“Tienen el control de las calles, de las comunidades de clase media baja y baja. Para mí tienen el control de más de la mitad del territorio nacional”, explicó el periodista vasco-salvadoreño Roberto Valencia, del equipo Sala Negra del periódico digital El Faro, sobre la situación de las pandillas en El Salvador.

Con 60 asesinatos por cada 100.000 personas en 2017, El Salvador es el país más peligroso para vivir en el mundo que no está en guerra. Aunque en Honduras la tasa de asesinatos cayó marcadamente en años recientes, con 42,8 asesinatos por cada 100.000 personas en 2017,  es uno de los países más peligrosos del mundo.

“Un número cada vez mayor de individuos llega ahora a la frontera suroeste de Estados Unidos debido al crimen, la violencia y la inseguridad en América Central”, coincide el investigador Jonathan Hiskey, de la Univeridad Vanderbilt, en Estados Unidos.

Es básicamente el miedo, precisa el investigador, lo que los lleva a huir. Y en esa huida hacia la frontera, al cruzar México, muchos migrantes son además víctimas de robos, secuestros, violaciones y hasta asesinatos, además de abusos de las autoridades. 

Cientos de inmigrantes abordan cada día el tren de carga denominado ‘La Bestia’ para cruzar México y llegar a la frontera con Estados Unidos. Es el camino sobre rieles más peligroso para quienes viajan hacia el norte y Tamaulipas.

Pero en los últimos años otra ruta de trenes ganó popularidad. La llaman “El Diablo”, pasa por tres estados en la costa del Pacífico mexicano (Nayarit, Sinaloa y Sonora) y llega hasta la ciudad de Mexicali, capital de Baja California. Comenzó como un trayecto más seguro que  “La Bestia”, pero con el paso del tiempo “El Diablo” significó también un infierno para los migrantes que a bordo de este transporte se exponen a  accidentes fatales, ataques de criminales, robos y abusos.

Niños perdidos y arrestos
No obstante, esta gente que huye de la violencia y pobreza, una vez que llega a suelo estadounidense sufre las consecuencias de la política “tolerancia cero” contra  la inmigración ilegal, impuesta por el presidente Donald Trump. Son tratados como criminales: los menores son separados de sus familias y los padres son arrestados. Así lo corroboran imágenes y grabaciones de audio tomadas en albergues, en Texas, que esta semana dieron la vuelta al mundo: gritos horrorizados de 10 niños que, sumidos en llanto, llamaban a sus padres.

Se estima que entre mayo y junio 2.300 menores fueron separados de sus padres. Pero la medida encendió las alarmas en abril pasado, cuando el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, encargado de la atención de menores de edad migrantes que llegan solos al país, reconoció ante el Congreso que perdió el rastro de 1.475 niños y adolescentes que ingresaron solos o fueron alejados de sus familias.

Aunque Trump anunció esta semana una orden ejecutiva para no separar a las familias —tras la presión social generalizada—, en la práctica, el derecho de asilo en Estados Unidos es cada vez más limitado.

Hace pocos días, el ministro estadounidense de Justicia, Jeff Sessions, anunció que los migrantes no podrán aducir criminalidad o violencia doméstica como motivo para solicitar asilo.

Pese a ello, Marco Pérez, especialista de la Fundación Heinrich Böll en El Salvador, duda de que la dura ley de inmigración estadounidense reduzca el número de inmigrantes. “Aun cuando los repatrían, a menudo la única opción que ven es volver a intentarlo”, concluye. (I)

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