Ahora Brasil aparece polarizado: entre Luiz Inácio Lula da Silva, el ‘mito popular’, y el juez Sergio Moro, su investigador, convertido en héroe de la derecha.

La respuesta de Lula a lo que llamó “secuestro”, por ser blanco de un espectacular operativo (‘innecesario’ dijo la presidenta Dilma Rousseff) para obligarlo a declarar por su relación con empresas condenadas por sobornar a Petrobras, está en las calles, como lo hicieron cientos de miles de militantes en todo el país, de acuerdo a los dirigentes del PT.

El juez Moro y los fiscales de la ciudad de Curitiba intentan demostrar su línea argumental: que el gobierno de Lula puso directivos en Petrobras para recaudar dinero para las campañas electorales mediante el cobro de sobornos millonarios a las empresas constructoras, que, a cambio del favor, ponían sobreprecios en los contratos.

El problema es que las empresas corruptoras también hicieron donaciones y financiaron campañas de todos los partidos, incluidas la del senador opositor Aecio Neves, quien pide la renuncia de la presidenta Dilma Rousseff y fue citado 3 veces supuestamente por recibir coimas de empresas.

Moro se ha convertido en un héroe de la derecha: su rostro aparece en las camisetas de los manifestantes que piden una intervención militar para sacar a Dilma.

Moro ha sido criticado por mantener la prisión de los detenidos hasta que no confiesen. Y ha establecido una relación estratégica con la familia más poderosa de Brasil, Marinho, dueña de la cadena Globo, y la editorial Abril, que produce la revista opositora Veja.

El juez recibió premios por parte de sus directivos.

El magistrado ha marcado la agenda de Brasil en los últimos dos años, pero tal vez la convocatoria a Lula, con la espectacularidad de un operativo filmado en vivo por la red Globo, que supo de esto antes que los abogados del exmetalúrgico, ha generado que el 4 de marzo de 2016 selle, tal vez, el renacimiento del mito popular. (I)