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El corazón “otomano” de Berlín

El corazón “otomano” de Berlín
06 de noviembre de 2011 - 00:00

En 1961 Berlín Occidental era una “isla de occidente”– con una economía creciente dentro del “milagro económico” alemán de posguerra. No dependía políticamente de Alemania Federal, tenía un “estatus especial”, con una administración autónoma vigilada por los tres aliados occidentales de la II Guerra Mundial. Su situación en medio de la socialista “República Democrática Alemana”, vigilada a su vez por el cuarto de los aliados, la Unión Soviética, era inusual en la historia europea y eso la hacía precaria por incierta.  

La constante migración de berlineses occidentales hacia Alemania Federal y otros países obligó a sus empresas  y al Gobierno de la ciudad a ofrecer  primas económicas especiales y condiciones salariales e impositivas atractivas para captar mano de obra, con buenos resultados, sobre todo en cuanto a los habitantes de Berlín Oriental, ya que estos podían pasar a pie, en auto o en tren la frontera sin mayor problema y al ganar su salario en marcos occidentales podían –gracias al cambio vigente– “vivir a cuerpo de rey”,  en comparación con aquellos que ganaban marcos orientales... Y todo gracias a los precios subvencionados y mucho más baratos de Berlín Oriental. 

En agosto del 61 esta situación cambia radicalmente con la construcción del muro, aquella muralla militarizada para evitar la deserción masiva de los habitantes estealemanes, pero que –físicamente- pasa a limitar los movimientos de  los habitantes de Berlín Occidental. Grandes empresas como Siemens, Telefunken y Schering pierden cincuenta mil trabajadores en una sola noche y convencen al Gobierno de Alemania Federal de la inclusión de Berlín Occidental en el llamado “contrato de adquisición de trabajadores invitados” (Gastarbeiter Anwerbevertrag) que se firma el 31 de octubre de 1961 con Turquía. Se recibe a estos trabajadores “invitados” con los brazos abiertos. Se les exige solamente estar sanos y trabajar duro, no se requiere saber el idioma ni se da importancia a sus creencias religiosas ni a su conocimiento de la cultura y el sistema político de occidente.   

Los Gastarbeiter  –“trabajadores invitados”- a vivir con las maletas listas

Idil es trabajadora social y maestra. Está jubilada, pero trabaja como consultora para proyectos de integración en barrios con gran cantidad de turcoparlantes. Llegó a Berlín con su diploma del colegio alemán de Estambul en 1961, sabía el idioma y tenía amigos alemanes en Turquía, hijos de judíos huidos durante la II Guerra Mundial. 

Originalmente vino como traductora para una compañía por un máximo de seis meses. El acuerdo entre los gobiernos de Alemania Federal y Turquía estipulaba un estricto “principio de rotación” para evitar una migración masiva y permanente. Sin embargo, Siemens, como muchas empresas alemanas, “se saltó” esta cláusula. Les resultaba menos rentable entrenar desde cero a trabajadores nuevos cada seis meses. Así decide retenerlos prolongando su contrato cada seis meses, pero sin darles seguridad acerca de la duración total de dicho contrato. 

“Muchas madres jóvenes que habían dejado a sus bebés en Turquía no pudieron traerlos sino cinco o seis años después”, recuerda Idil. Recién en los setenta se dictan normas que permiten la reunificación familiar. Para estos miles de cónyuges, hijos u otros familiares de los “trabajadores invitados” no existió ningún plan de integración, ni clases de idioma, ni ayuda psicológica o logística. Simplemente se dejó a estos migrantes a su suerte, tuvieron que encarar la vida en un medio desconocido en una lengua también desconocida. 

Recién a mediados de los setenta se empezaron a tomar medidas como la contratación de profesores bilingües, instauración de clases mixtas (alemanes y turcos juntos) en escuelas públicas y ayudas extraescolares con el idioma alemán. Estas reformas se dan gracias a la mediación de maestros, muchos de ellos intelectuales turcoalemanes, como la misma Idil, que organizó a madres y amigas turcas para conseguir ayudas municipales, centros culturales y de acogida y fundar grupos de teatro y educación musical en ambos idiomas. Y cada año se replanteaban si regresar a Turquía o quedarse, “vivíamos con las maletas hechas”, recuerda Idil, “pero pensábamos en ahorrar un poco más y en que los hijos terminen la escuela... y decidíamos seguir un añito más y así”.

Los Kahvehanes; un oasis para turcos, árabes  y otros “almancis”

“No se admiten turcos” (Türken nicht erwünscht) se leía en carteles en muchos cafés y fondas alemanas de los sesenta. Obviamente, esa discriminación era y es ilegal, pero en la práctica muy difícil de controlar. La población de “trabajadores invitados” carecía de sitios para reunirse luego del trabajo, aparte de sus domicilios particulares o las plazas públicas o estaciones ferroviarias. Hasta que consiguieron las primeras concesiones para abrir sus locales, las “Kahvehanes” o casas de café. Funcionaban primero como “comités culturales o deportivos” en los que se podían expender bebidas, como té, café y refrescos, solamente a los miembros registrados, pero que a la larga pudieron ser  abiertos para cualquiera, aunque pocos visitantes no turcos los frecuentan.  

Para Ghökan y Michail fue el lugar del encuentro y comienzo de una amistad. Ghökan es berlinés, nieto de turcos, “trabajadores invitados”, y estudia dirección de teatro. Frecuenta pocos cafés turcos “pero el café Geddiz es una excepción” –porque es muy amplio, muy iluminado y abierto a cualquier visitante-. Turcos e hijos de turcos de todas las regiones y etnias de ese país, pero también migrantes de países árabes, rusos e israelíes,  se reúnen aquí por las tardes para jugar “Tauli”  (una especie de backgammon), ver fútbol o simplemente para conversar (el idioma común es el alemán, esto también es una excepción).  

Y aquí Ghökan conoció a Michail, migrante israelí y director de teatro. Ambos trabajan hoy en varios proyectos, y Michail reconoce en la comunidad turca berlinesa “los elementos orientales que se ven también en Israel y Palestina, como la música y la comida, pero sin el ambiente tenso y militarizado de mi país”. Ghökan  aprovecha estas charlas para aprender y aprehender  historias de los países orientales, un  mundo exótico que solamente conoce de sus visitas veraniegas. Ghökan se autodefine como un “almanci”, el término de los turcos nativos para definir a  turcoalemanes, nacidos en Alemania pero de raíces turcas. “Soy un almanci.  Ni de aquí ni de allá”.

Recién hace ocho años, con la llegada del Gobierno de coalición socialdemócrata/ecologista, se cambió la ley que ahora permite acceder a la nacionalidad “por nacimiento” (como en Ecuador, en Estados Unidos y Francia). Hasta entonces regía en Alemania  desde la época de Bismarck la nacionalidad “por sangre”, es decir hijos y nietos de migrantes nacidos en Alemania no tenían derecho a ser alemanes. “Si hubieran podido tener la nacionalidad desde siempre, seguramente mis padres habrían migrado a Turquía”, reflexiona Ghökan. Sus padres, turcos nacidos en Berlín pasaron al desempleo  una vez que muchas empresas  cerraron o trasladaron sus factorías desde Alemania hacia países más lejanos. “Hubieran intentado empezar de nuevo en Turquía con su dinero ahorrado, pero eso equivalía a no poder regresar tal vez jamás y –con niños pequeños de por medio – era muy riesgoso”.

La segunda migración. Entre Karl Marx y el “Döner Kebab”

Emret tiene 75 años y es maestro de geografía. No ha ejercido su profesión desde que dejó su país, Turquía, a principios de los ochenta. Llegó como exiliado político luego del golpe de Estado en su país. Vino a parar  al “barrio turco” de  Kreuzberg: pobre y gris, como todos los barrios ubicados “al fin del mundo”, es decir muy cerca del  “muro” que separaba Berlín Occidental de la capital de la República Democrática Alemana. En Kreuzberg los alquileres eran baratos, las antiguas casas sin refaccionar estaban ocupadas por artistas, estudiantes y migrantes pobres, sobre todo turcos, ya que Kreuzberg junto con Neukölln y Wedding era uno de los tres únicos municipios de Berlín Occidental en los que los migrantes turcos tenían permiso para alquilar.

Así empezaron estos virtuales ghettos, aunque cuando Emret llegó, ya había familias turcas muy adineradas surgidas dentro de la comunidad de los muchos “trabajadores invitados” que vivían en la ciudad junto con sus familias. Emret creyó que estaba “como en casa” y dio por sentada la solidaridad de sus paisanos para con él, pero se equivocaba.

Era un idealista que “conocía las ideas de Marx, pero no su idioma”, bromea. Y comenzó a ser víctima de aquellos “capitalistas turcos” en plena Alemania, ya que sus paisanos se aprovechaban de su situación de ilegal no germanoparlante. Hoy en día Emret es el  propietario de varios restaurantes en el barrio de Kreuzberg. Apostó por las especialidades no turcas, más bien francesas y repostería alemana.

Odia los “Döner Kebab”, sánduches de carne de borrego con ensalada, surgidos originalmente en Berlín como alternativa de comida rápida para trabajadores turcos y ahora el plato típico más conocido de la ciudad. Emret: “yo soy vegetariano y en Berlín hay muchas opciones para mí, pero el Döner no es una de ellas”. 

50 años del Berlín “turco”

El pintoresco barrio Kreuzberg -ubicado junto al atractivo “Landwehrkanal” berlinés- se conecta con el vecino barrio de Friedrichshain por varios puentes reabiertos luego de la unificación de ambos Berlines. El que antes de la caída del muro era un “barrio turco“ por autonomasia  está ahora en pleno corazón de la ciudad – y ha disparado la especulación inmobiliaria como muchos otros barrios de arquitectura antigua recuperada en esta ciudad. Sin embargo, Kreuzberg mantiene su heterogeneidad cultural y sigue siendo el eje de la población turca o turcoalemana.

Esto se manifiesta en la evidente juventud de su población a diferencia de otros vecindarios berlineses. También es visible una intensa actividad comercial en negocios manejados por familias numerosas que trabajan juntas. Pero esta migración no es homogénea, porque no lo es tampoco su país de procedencia, ya que Turquía es un país relativamente joven, multiétnico y con enormes diferencias entre las ciudades y el campo. 

Sin hadas pero sin cuento. Un  final bastante feliz para un matrimonio difícil 

Casi tres millones de turcos o turcoalemanes viven en territorio alemán. Uno de ellos es Muhammed. Nacido en Berlín, de padres migrantes, trabaja como jefe de torneros en una proveedora de la BMW berlinesa en el turno de la noche. Llega a su casa a las 4 a.m. y empieza su segunda jornada: preparar quince sánduches de queso y tomate y exprimir jugo de naranja para llenar tres botellitas –el lunch de sus tres hijos-. Muhammed es un padre que cría solo a tres de sus hijos. En pocos minutos despierta a los dos mayores, Bilal y Yasim, para enviarlos al colegio. 

La pequeña Betül duerme dos horas más, tiempo que Muhammed aprovecha para poner la ropa en la lavadora y leer su correspondencia. Hace cinco años Muhammed se divorció de su esposa turca, quien regresó con las dos hijas mayores a su país. Muhammed luchó y obtuvo la custodia de los tres menores, dos varones y una bebita que ahora va al kinder. Tuvo que aprender a cambiar pañales y a cocinar y muchas otras cosas “de mujeres”. 

Se le hizo difícil, porque su familia y amigos  son muy tradicionalistas. “Se burlaban de mí porque mi mujer se fue con otro, pero ahora que ven lo bien que se me da ser padre y madre a la vez, mis amigos me admiran y me piden consejo”, ríe. Cada vez más turcoalemanes se deciden a invertir los roles familiares, toman a cargo a los niños y las labores.  Tomando el ejemplo de los alemanes, crean grupos de autoayuda en distintos puntos de la ciudad (turco -o kurdoparlantes) para intercambiar experiencias parecidas con otros padres solos. “Es una buena cosa vivir en Alemania, funcionan muy bien los movimientos ciudadanos a nivel comité y grupos de autoayuda, eso en Turquía se conoce poco”, sonríe Muhammed. 

Los hijos mayores de Muhammed están orgullosos de su padre y no tienen problema en ayudar en las labores caseras. Y se sienten más alemanes que turcos –de hecho, en su casa hablan georgio y no turco, ya que su familia procede de la región fronteriza de Turquía con ese país– “es bueno ser varias cosas al mismo tiempo, aprendes a valorar lo mejor de cada parte y a no generalizar”,  reflexiona Bilal, el primogénito. Y su enamorada ruso-alemana le da la razón.

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