El soldado Bradley Manning será recordado por el mundo por haber generado un gran debate mundial sobre los usos y los abusos que cometen los Estados Unidos en situaciones de beligerancia provocadas por ellos mismos. Aquel video, filtrado por Manning a WikiLeaks, en que se ve nítidamente cómo, desde un helicóptero Apache, soldados estadounidenses disparan a quemarropa a la población civil iraquí –mujeres, niños y periodistas-, es una de las muestras de que a pesar que el debate se estancó a nivel mediático por las presiones de EE..UU., la comunidad internacional pudo conocer los “métodos modernos” (bendecidos por Bush padre) de aniquilar al enemigo en un escenario de conflicto que no fue precisamente una guerra declarada sino una invasión militar a Irak… buscando bombas nucleares inexistentes.
La condena que recibió ayer, 35 años de cárcel, y que puede ser reducida, sirve también de ejemplo del funcionamiento de las leyes en ese país. O sea: el delito queda circunscrito al comportamiento de Bradley Manning respecto de la violación de la Ley de Espionaje, y no a la conducta criminal de la potencia en los casos denunciados por éste. Así, el abstracto del sistema norteamericano queda a salvo cuando se individualiza un delito y, en sucedáneo, se dicta una determinada sentencia “a favor” del implicado… para relativizar la verdad e ilustrar la justicia.
Durante el juicio, la defensa de Manning explicó las razones por las cuales él actuó en contra de EE..UU. Incluso apela a la “sensibilidad” de Manning frente a hechos que consideraba bochornosos para su propia nación y que debían hacerse públicos para estimular una discusión abierta y, además, como un llamado a la conciencia. Al parecer, el altruismo del soldado Manning no le alcanzó para comprender el muy bien trazado constructo político sobre el que se asienta la tradición norteamericana: el uso de la ley como recurso supremo de lealtad.
Tal vez por eso, en las jornadas finales del juicio el soldado pidió perdón a su país por su actuación. Esa circunstancia decidora se debe, me parece, a que el peso de la tradición legalista hizo carne en Manning luego de más de tres años de encierro, maltrato y coerción en la Base de los Marines de Quantico. Si partimos, además, de que el soldado apenas tenía 22 años cuando fue arrestado, se puede inferir que su talante se fue quebrando a medida que la sombra gigantesca de ley aplicable iba sitiando cada resquicio que la defensa encontraba y alegaba.
Sin embargo, al final, porque la tradición legalista así lo manda, el juicio no terminó en terror: ni cadena perpetua ni pena de muerte. El sistema, ahora su proyección concreta, se recrea y se consolida en una dura pero justa sentencia. Ergo, la idea piadosa de que Manning -un día no muy lejano- vuelva a ser un ciudadano normal, ha triunfado. Y, con libertad condicional o sin ella, el soldado se vea obligado a reconocer, más temprano que tarde, que el código del poder funciona y hasta concede una segunda oportunidad sobre la tierra a alguno de sus descarriados.