Ecuador / Martes, 30 Septiembre 2025

La fría señora Merkel

Hay una regla no escrita en las sociedades modernas que expresa el comportamiento de sus gentes: las situaciones de crisis afianzan el conservadurismo de las mayorías. Se probó, una vez más, cuando ganó las elecciones Mariano Rajoy, en una España hundida en la crisis y atravesada, previamente, por un fenómeno de proporciones insospechadas: los indignados ocupaban las calles y hacían temblar las ambiciones de la veterana clase política. Pero… Rajoy demostró que podía ganar porque siempre se puede estar peor y salvar los trastos viejos de la casa vieja importa y tranquiliza. Al fin y al cabo los indignados se quejaban porque la bonanza la vivieron sus padres y ellos quieren su propia bonanza. O sea: gente educada sin posibilidad de ser “personas de provecho” para el sistema.

¿Qué pasó en Alemania cuando la señora Ángela Merkel ganó las elecciones hace poco? A pesar de que la crisis económica se pasea por Europa, en Alemania se respira estabilidad. Y he allí otra de las situaciones que generan conservadurismo: trabajo (con relativamente bajos salarios) es preferible a trabajo cero, y aunque hay una franja de desempleo, éste no se parece al desempleo de los países del tercer mundo. Así, crisis y conformismo social son tipologías generadas, mutatis mutandis, en países que tienen al Estado de bienestar como depositario y reproductor de políticas sociales más o menos justas.

Por supuesto, Alemania es un país cuya historia nos remite a uno de los centros más acabados del desarrollo del capitalismo mundial, y semejante vara comparativa hace que su economía actual contenga parámetros cuasi imposibles para países de la propia Europa. En ese sentido, el devenir político de personajes como la señora Merkel está supeditado a elementos estructurales internos y también al desequilibrio del entorno europeo; pero es precisamente el desequilibrio de ese entorno, que no es otra cosa que la crisis económica de sus vecinos, lo que hace que el rol de Alemania sea criticado incluso dentro de su país.

Se sabe que la Unión Europea atraviesa su peor momento y que Alemania aprovecha su orden económico interno para demandar de sus socios varias medidas de austeridad; medidas que tienen como objetivo cuidar el mercado de la eurozona; pero no recabar de la república federal algún sacrificio compartido para salvaguardar, por ejemplo, la estabilidad del euro.

Si la Unión Europea se configuró, en un primer tiempo, como un escudo para la paz luego de la postguerra, hoy es indudable que la posterior integración económica no podrá mantenerse si los socios débiles operan sus economías (a nivel nacional) sin exigir de los socios fuertes –teniendo como tesis la supranacionalidad de la UE- una política fiscal, económica y social que propicie iguales responsabilidades para todos.

Con el reciente triunfo electoral de la fría señora Merkel, lo que se percibe es que la mayoría de los alemanes –en términos políticos- se enconcha y devota a un proceder cauteloso y nacionalista prefiere conservar sus prerrogativas económicas; aunque esto suponga menospreciar todo el (largo) proceso de integración europea y, lo que es peor, recurrir a la rancia idea de que su peso específico dentro de Europa tal vez aliente una hegemonía… francamente solitaria.