Julio César fue torturado hasta la muerte por los policías de Iguala (Galería)
“Él estudió en el Tecnológico de Guerrero, en la especialidad de administración. Tenía muy buenas calificaciones pero no le apasionaba la carrera y decidió salirse. Decía ‘¿para qué voy a estar perdiendo el tiempo aquí si no me gusta? Yo quiero ser maestro”.
Julio César Modragón Fontes quería enseñar, ser maestro rural “para cambiar al país en esos niños que empiezan a crecer. Quería dar clases allá donde nació (San Miguel Tecomatlán). Me dijo que un día nos íbamos a comprar una casita, que íbamos a estar allá mientras él trabajaba. Quería dar clases a esos niños que necesitaban un maestro”.
Marisa Mendoza llora pero enseguida toma aire y vuelve a relatar. Quiere levantar el nombre y la historia de su compañero de vida y sueños.
El muchacho de 22 años, su esposo, cursaba el primer año en la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, donde todos le conocían como ‘el chilango’ (adjetivo a los que provienen de México D.F.). Fue asesinado en Iguala durante la oscura noche del 26 de septiembre.
Sobrevivió a varias balaceras y ataques de policías municipales pero al tratar de huir, cerca de la medianoche, fue atrapado. Se ensañaron con él. Le arrancaron el rostro y los ojos. Quisieron borrar su historia que es, tal vez, de la de miles de jóvenes pobres en México.
Hijo de madre soltera
Julio “tuvo una vida muy difícil porque no creció al lado de su padre, nada más creció al lado de su madre. Tiene los mismos apellidos de ella. La situación la desconozco porque su mamá nunca supo hablar eso con ellos, ni Julio sabía por qué no tenía un padre.
Creció nada más con el reflejo de su mamá, pero tuvo mucho cariño por parte de ella, sus tíos y abuelos. Tiene un hermano un año más chico que él y una niña pequeña de 2 años”.
San Miguel Tecomatlán, donde creció Julio, es un pueblo de mil habitantes. Está en el estado de México, entre cerros. Allí hizo sus estudios de primaria, secundaria y preparatoria. Después empezó su carrera docente en la normal de Tenerías, pero abandonó por diferencias con algunas acciones. Entonces logró entrar a la Benemérita del Distrito Federal, aunque tampoco pudo continuar, esa vez por razones económicas. Probó sin éxito ingresar a la normal de Tiripetío, en Michoacán.
Conoció a Marisa y se mudó con ella a la ciudad de México. Empezó a trabajar en la terminal de autobuses de Observatorio. “Él sostenía los gastos, yo me quedaba en la casa, preparaba la comida y hacía el aseo. Cuando llegaba salíamos un rato a caminar”.
“Siempre que andábamos en la calle y veíamos a personas mayores me decía ‘¿ya viste nuestro futuro? Así nos vamos a ver’. Decía que íbamos a estar siempre juntos y que quería tener 4 hijos”.
Supieron que ella estaba embarazada; la noticia fue pura alegría pero también un cubetazo de responsabilidad. “Cuando nos enteramos de que íbamos a ser papás decidió meterse a estudiar por el futuro de nuestra niña. Quería hacer una carrera y me prometió que así nos íbamos a comprar nuestra casita”.
Los planes eran claros: vivir alejados y verse una o dos veces por mes, 3 años de sacrificio para tener un futuro mejor.
Un apasionado por la lectura
Cuentan que a Julio César no le interesaban mucho las películas pero sí leer y escribir. En su perfil en Facebook había marcado como favoritos a libros del Che Guevara y T.S. Elliot. También páginas de Diego Maradona y Hugo Chávez.
“Le gustaba arreglarse, era muy vanidoso y le gustaba estar siempre bien. Inclusive cuando salíamos por las tortillas o cualquier cosa se ponía su pantalón de mezclilla, una playera y se peinaba. Yo le decía ‘¡si vas por las tortillas nomás!’, me respondía ‘pero a mí me gusta verme bien’.
Las palabras de Marissa se confirman con cada fotografía donde el muchacho aparece siempre sonriente y arreglado. También cuidaba su físico: “Le gustaba correr, hacía abdominales. Me platicaba que cuando vivía en su casa salía todas las mañanas, como eran puros cerros subía y bajaba corriendo. Todas las mañanas”.
Su cuerpo atlético no fue suficiente. Esa noche de septiembre en Iguala, el chilango fue uno de tantos chavos que intentaron huir después de la última balacera. Lo atraparon y torturaron con crueldad inimaginable.
“¿Por qué le arrancaron los ojos? Porque no se dejó. Cuando lo agarraron les escupió en la cara”, revelan los compañeros que atestiguaron la captura.
Marisa asegura que era serio y para nada agresivo “pero me imagino que trató de resistirse”. Ella fue quien identificó su cuerpo destrozado: “tenía muchos golpes en toda la parte del pecho y muchos moretones en las piernas y en los pies. No tenía herida de bala ni de cuchillo. Entonces creo que fue en ese momento de dolor cuando le abrieron el cuello y le jalaron la piel”. El cuerpo no fue ocultado, sino expuesto, abandonado en una calle de Iguala.
Para ella, una mujer de 24 años, días y noches se hacen largos en esta pesadilla. Trata de revivir los momentos felices; relee cartas y mensajes cariñosos que dejó Julio César. Y también trabaja sin pausa porque no tiene recursos para alimentar a la hija de ambos, Melissa Sayuri Mondragón Mendoza.
-Tu bebé tiene 3 meses, ¿qué le vas a decir sobre su papá?
-La verdad. Que murió queriendo superarse y que la amaba mucho.