Ecuador / Viernes, 03 Octubre 2025

Crimea, otra vez

Punto de vista

Nunca estuve en Washington, pero sí en Moscú. Fue un otoñal mes de octubre, cuando Rusia era todavía soviética. La columna de turistas y admiradores serpenteaban cuadras alrededor del Kremlin para pasar delante del cuerpo embalsamado de Lenin. La plaza roja siempre fue imponente; la gran diferencia con hoy era la sobriedad, ausencia de autos y de griterío en ese útero sagrado de la gran madre Rusia. Yo amaba desde antes esa enorme masa de geografía y de historia. Amaba por Tolstoi, Chejov, Gorki, Pushkin y sobre todo, Dostowiesky. Sus narraciones me transportaron a las estepas de la vida diaria, con sus héroes y bandidos, y a las más profundas praderas del inconsciente y subconsciente de la humanidad.

En algún hotel de Moscú, cuyo nombre no puedo recordar, leí con afán un libro que reseñaba las principales naciones de la federación rusa y, ahí, melodiosa como nadie, recuerdo bien que me puso a soñar el nombre de Ukraine, con su especie de dulce colofón, la península de Crimea, la puerta de salida hacia el mar y hacia el sol de ese inmenso cuerpo de oso recostado en el frío, que parece la madrecita Rusia.

Ucrania, con sus ríos e infinitas praderas, la recuerdo en las postales de turismo llena de color y de alegría. Un océano de girasoles y otras flores, donde danzan hermosas muchachas con vistosos trajes mientras cientos de violinistas estremecen el aire con una música incomparable. No podía pensar, que años más tarde, es decir, hoy, esos campos estén tiñéndose de sangre, ante la irrefrenable ambición de poder de los imperios.

Crimea, una pequeña península, tan estratégicamente situada, fue ya parte de la historia al terminar la segunda guerra mundial. Ahí se reunieron Stalin, Churchill y Roosvelt, para dar fin al conflicto con Alemania. Pero, el mapa geopolítico que diseñaron no duró nada. Ahí mismo se inició la larga noche de la guerra fría, que ha matado directa o indirectamente generaciones de seres humanos en todo el mundo. Ahora, 68 años más tarde, esa guerra latente, que pareció concluir con la caída del socialismo de Estado en la Unión Soviética, se recalienta y Crimea vuelve, otra vez, a la historia, no con su calor de playa y de sol mediterráneo, sino con un olor más propio del otro mar cercano, el Mar Muerto.

El cinismo es otra constante en estos conflictos. Cínica es la actitud de Estados Unidos, que siempre afirma que se debe respetar las voluntades de los pueblos, menos en Crimea. Cínica su actitud de condenar intervenciones, cuando sus botas han pisoteado las flores de todos los rincones de la tierra. Bastante cínica también la actitud de Europa y Rusia, que hablan todos de democracia y no declaran abiertamente, que lo que allí se juega, es, en realidad una partida, que puede echar a rodar otra vez una nueva conflagración mundial. Por eso, todos los pueblos del mundo debemos unirnos para opinar contra la escalada del conflicto y, permitir que los pueblos decidan a qué conglomerado desean pertenecer. El pueblo de Crimea ha hablado y se siente históricamente parte de Rusia.