El día finalmente ha llegado. Los corazones de 40 millones de argentinos palpitarán hoy más fuerte que nunca; al menos, más fuerte que en los últimos 24 años, cuando la Selección de Lio Messi entre al campo del Maracaná para disputar ante la poderosa Alemania la quinta final de su historia.

Las pantallas gigantes están preparadas en los principales paseos de Buenos Aires. Los bares alrededor del Obelisco, el principal monumento de la capital, tienen listos sus televisores plasma para recibir a decenas de clientes. Hoy, Argentina es una caldera. Aquí el fútbol es una religión. Y Messi, el mesías al que todos le rezan para romper el favoritismo alemán.

La locura que se vive en estas horas en el país sudamericano es tan grande que caravanas de automóviles, micros, casas rodantes y hasta una solitaria y vieja motocicleta Vespa cruzaron la frontera rumbo a Brasil. Decenas de miles de fanáticos –unos 100.000 según las autoridades cariocas- están ya o arribarán en estas horas a Río de Janeiro para alentar a su Selección. Todos con su camiseta albiceleste puesta. Vuelos de  emergencia rumbo a Brasil se agotaron en cuestión de horas. El precio se triplicó, pero los pasajes se esfumaron igual. Algunos consiguieron tickets a Río, otros a San Pablo y algunos al menos a Foz de Iguazú, en la frontera. Es un primer paso, después Dios proveerá...

La mayoría de los viajeros está sin entradas. Pero no importa. Se conforman con estar en las playas de Copacabana para seguir en pantalla gigante el partido más importante de los últimos 24 años. Y cantar el ya mítico “Brasil, decime que se siente...”. “Hay que estar ahí, cerca de los jugadores. En Río de Janeiro, con o sin entrada, alentando a estos ‘leones’ que dejaron la piel en la cancha”, dice Julián a la televisión argentina, antes de partir con un grupo de amigos en micro hasta la frontera. Desde allí prevén alquilar un automóvil para llegar poco antes de la final a Río.

Pero Río luce hoy más de la Plata que de Janeiro. Las camisetas celestes y blancas coparon la ‘Cidade Maravilhosa’. Y en Buenos Aires  las banderas están por todos lados, en autos y en las ventanas de las casas. Los mozos y mozas de esta ciudad de los bares infinitos atienden con su camiseta nacional, aunque el frío golpee en el invierno austral.

Muchos turistas extranjeros incluso han elegido pasar este fin de semana  en la capital argentina, para ser testigos de una fiesta más allá del resultado. Como Armando, un chileno que ya pasa los 40, quien llegó de Santiago solo para ver la final en pantalla gigante en la Plaza San Martín porque “el fútbol aquí se vive con una pasión distinta”.

Mientras tanto, los argentinos matizan el tiempo en las charlas de café, en las mesas familiares y en las redes sociales. Los teléfonos no paran de sonar:  los ‘memes’ (mensajes trucados) sobre el Papa rezando por Argentina o que muestran a Mascherano caracterizado como el ‘Che’ Guevara o el Libertador San Martín, no paran de ‘viajar’ de mano en mano por el ciberespacio.

Mascherano ha sido el gran personaje de estos días, muy por encima de Messi, de quien todos aguardan hoy su consagración final. Y los “homenajes” que exageran sus virtudes inundan las redes sociales, como el que sostiene que “Mascherano mata dos tiros de un pájaro” o “hace fuego frotando dos cubos de hielo” o “Mascherano no usa reloj. Él decide que hora es”. Igual que los memes en que se lo ve paseando a su mascota, un rinoceronte, o siguiendo escondido en el carrito de supermercado a Robben en un negocio de Ámsterdam, tres días después de finalizado el partido de las  semifinales.
Hoy Mascherano ya es leyenda. Gane o pierda. Igual que Messi y el resto de estos jugadores que volvieron a poner en alto el golpeado orgullo del fútbol argentino.