La música revoluciona nuestro cerebro y nuestra sociedad
Las emociones que despierta la música son universales, al menos físicamente. Y lo acaban de probar en un experimento investigadores de la Universidad McGill de Montreal y de la Universidad Technische de Berlín. Los científicos hicieron escuchar melodías a dos grupos humanos muy diferentes: un grupo de voluntarios canadienses y una tribu de pigmeos del Congo que jamás había escuchado una melodía occidental. Empleando sensores que se colocaron en diferentes partes del cuerpo de los participantes, midieron la respuesta biológica y para su sorpresa, la reacción en ambas culturas fue muy similar.
Los ritmos cardíacos y respiratorios, la sudoración y las expresiones faciales mostraron respuestas similares, aunque los canadienses oían cánticos tribales congoleños cuyo significado ritual no entendían, y los pigmeos una ópera de Wagner cuyos pasajes tristes no lograban comprender. Pero esa base cultural tan diferente no fue tan profunda como para evitar las respuestas biológicas tan similares.
En otro laboratorio se pudo comprobar en qué parte del cerebro se almacena la apreciación musical: es en la corteza prefrontal, el mismo lugar donde guardamos emociones como la alegría, la tristeza, la ira o la melancolía. A diferencia de otros estímulos que recibimos de nuestros sentidos, la música es el único que no sirve para la supervivencia o la reproducción, pero despierta partes del cerebro relacionadas con el placer y la recompensa. Un estudio de la Universidad de Montreal explica que eso sucede porque liberamos dopamina, la misma sustancia que envía el cerebro cuando la comida o el amor nos dan placer.
El vínculo con la dopamina ayuda a explicar por qué la música es tan popular en culturas tan diversas, porque actúa como un estímulo para el cerebro.
Las melodías nos pueden llevar de la euforia -como la que se libera en los conciertos de rock- a la relajación absoluta de las canciones de cuna o ciertas melodías lentas.
Esas emociones pueden ser dirigidas de manera positiva o negativa en cada cultura. Por ejemplo, las marchas militares y los himnos nacionales evocan sentido de pertenencia a un grupo, lo que fomenta actitudes de autoconfianza, pero también de supremacía y de orgullo, e incluso de xenofobia y agresión. Todo depende de la época y del contexto social en que vivamos. Los pigmeos del Congo, por ejemplo, solo interpretan canciones alegres; no pueden entender que la música se use para desencadenar tristeza.
Al parecer, la relación de nuestras emociones y la música viene desde nuestros ancestros los primates. Entre los animales de manada las respuestas para la sumisión están armónicamente estructuradas. Los tonos de las llamadas de atención son muy altas y los de agresión son cortos y rápidos. Estos parámetros se repiten en nuestro lenguaje y en la forma de expresar nuestras emociones a través de las melodías. Y aunque la música no es indispensable para la supervivencia de la especie humana, los estudios demuestran que posee un beneficio biológico significativo, por su potencial para expresar nuestras emociones, estrechar vínculos sociales y mejorar nuestro bienestar mental. (continúa)
Datos
Un experimento de investigadores canadienses y alemanes demostró que todos reaccionamos fisiológicamente de manera parecida ante la música.
La música despierta nuestras emociones y eso podría ser algo heredado de ancestros. Los animales de manada utilizan ciertos tonos armónicos para la sumisión, y las llamadas de atención son en tonos altos.
La música se procesa en una zona del cerebro donde también se alojan las emociones como la alegría, la tristeza, la ira o la melancolía. Despierta zonas cerebrales relacionadas con el placer.
Un estudio de la Universidad de Helsinki revela que hay un gen relacionado con la habilidad musical, el gen 4q22. No obstante, esta predisposición genética solo puede ser activada con la educación musical.