La menstruación es fuente de muchos mitos
“Difícilmente encontraremos nada más prodigioso que el flujo menstrual. La proximidad de una mujer en este estado hace agriar el vino; a su contacto, los cereales se convierten en estériles, los injertos mueren, las plantas de los jardines se secan, los frutos de los árboles donde ella está sentada caen; el resplandor de los espejos se enturbian nada más que por su mirada; el filo del acero se debilita, el brillo del marfil desaparece, los enjambres de las abejas mueren; incluso el bronce y el hierro se oxidan inmediatamente y el bronce toma un olor espantoso; en fin, la rabia le entra a los perros que prueban de dicho líquido y su mordedura inocula un veneno sin remedio”.
Este largo compendio de tonterías lo escribió uno de los más respetados sabios de la época romana: Gayo Plinio, más conocido como Plinio ‘El Viejo’, quien pasó a la historia como el cronista de la erupción que destruyó Pompeya... y a él mismo. Y aunque insólitamente recetaba como anticonceptivo usar larvas sacadas del vientre de cierta araña peluda y atadas en una piel de ciervo, siguió siendo muy leído y respetado durante la época medieval, y nos legó mitos que aún perduran.
En muchos pueblos del mundo, desde la más remota antigüedad, se consideraba impura la sangre menstrual y por extensión a la mujer que tenía la regla. Las leyes de Moisés consideraban el flujo menstrual maligno y peligroso y en el judaísmo la nidá -mujer con flujo de sangre- es considerada como en estado de impureza: “Cuando una mujer tenga flujo de sangre, y su flujo salga de su cuerpo, quedará impura durante siete días.
Cualquiera que la toque quedará impuro hasta el anochecer”. (Levítico 15:19). También en el Corán el tabú es explícito: las mujeres musulmanas con su período deben alejarse de los lugares de la oración y no mantener relaciones con su marido. (...continúa).