Para que un virus se movilice también utiliza lo que llamamos “vectores”. Son tan inteligentes los virus que por reacciones químicas hacen que ciertas especies les alberguen en su interior y que luego les depositen en otro sitio.  

Es el caso de la chikungunya, un virus cuyo nombre es difícil de pronunciar, pero que recientemente ha aparecido en nuestro continente poniendo en alerta a los sistemas de salud. Chikungunya significa ‘doblarse del dolor’. Es un virus que causa fiebre alta, dolor de cabeza, pero sobre todo dolores en las articulaciones y en los músculos.

El virus llega a los humanos a través de la picadura de los mosquitos aedes aegypti (el mismo que transmite el dengue y la fiebre amarilla) y aedes albopictus.

Aunque la enfermedad rara vez puede causar la muerte, el dolor en las articulaciones puede persistir  meses e incluso años en algunas personas.

La enfermedad fue reportada por primera vez en la década de los años 50 en Tanzania. Con el paso de las décadas y el tráfico de viajeros el virus llegó a Asia y a Europa. Pero recientemente ha aparecido en América sin que ninguna persona lo haya importado desde las zonas donde antes existía.  

El 6 de diciembre de 2013 se informó de un brote de fiebre chikungunya en la parte francesa de la isla de Saint Martin, en la región del Caribe. Este sería un caso de transmisión autóctona del virus  del chikungunya en las Américas. Eso significa que los infectados no viajaron a zonas donde existían los mosquitos portadores.

Que haya un brote autóctono significa que hay poblaciones de mosquitos en América que están infectadas con el virus y comienzan a transmitirlo por el continente.  

En Ecuador ya se han reportado casos y aunque no es letal, al haber permanecido aislados del virus la población no ha tenido la oportunidad de desarrollar defensas y, por ende, se vuelve más susceptible de enfermar.

Casos como este nos demuestran que el impulso de reproducción y supervivencia de las especies es tan grande que recurren a extraordinarios mecanismos para lograr su objetivo. Esta premisa se aplica a seres grandes y diminutos, incluso a aquellos que ni siquiera terminan de considerarse vivos, como los virus. (...continúa)