Además de las migraciones, el aparecimiento de la agricultura hace unos 10 mil años catalizó la historia de la humanidad. Con más alimento, crecen las poblaciones, se vuelven sedentarios, aparece la propiedad privada y empiezan las grandes civilizaciones.

El mundo empieza a poblarse y con este fenómeno el intercambio genético entre humanos se agudiza. “Todos somos parientes” es una frase común de escuchar a los especialistas en biología evolutiva humana. Las matemáticas pueden confirmarlo.

Tenemos 2 padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos y 16 tatarabuelos y así sucesivamente. Si retrocedemos en el tiempo a épocas de la Edad Media cuando Carlomagno era rey de los francos y emperador de Occidente, resulta que para ese entonces nuestros ancestros ya se contarían por millones. Un estudio internacional publicado en el American Journal of Human Genetics hace unos años concluía que actualmente unos 16 millones de asiáticos son descendientes de Genghis Khan, quien forjó el imperio mongol hace 700 años y quien -a la luz de los estudios genéticos- habría contribuido a poblarlo con sus propios esfuerzos.

A los investigadores les llamó la atención el altísimo número de cromosomas Y idénticos que había en una muestra de 20 mil varones de Inglaterra, China, Italia y Uzbekistán. Se trataba de una misma secuencia. Esta variación en el ADN sugiere un linaje que empezó hace poco antes de los tiempos del Gran Khan en Mongolia.

Él habría esparcido su semilla, gracias a los cientos de amantes y concubinas que tuvo y con quienes procreó pródigamente, así como a las violaciones brutales que realizó mientras expandía su imperio. Apenas un par de generaciones más tarde ya tenía unos 20.000 descendientes. Hoy, el 0,5% de los varones del planeta sería su prole. (I)