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Supersticiones y miedo
Ser supersticiosos y tener miedo nos habría traído ‘buena suerte’, al menos así lo asegura el biólogo evolucionista Kevin Foster. Según su teoría, hace millones de años, cuando nuestros antepasados se refugiaban en la copa de los árboles y luego en las cavernas, oír a tiempo un ruido extraño, asociarlo con un peligro y escapar era una garantía de supervivencia.
La caída de un rayo, el vuelo de los pájaros o un eclipse eran motivo suficiente para pensar que se trataba de un mal augurio, asustarse y tratar de ponerse a salvo. Y cuando el peligro era real -la pisada de un animal salvaje, por ejemplo- los temerarios solían morir con mayor frecuencia que los asustadizos. Los que huían y lograban sobrevivir se reproducían y dejaban descendencia. Es probable entonces que el pensamiento supersticioso venga incorporado en nuestro cerebro desde que nacemos.
Pero aunque en el pasado nos salvaron la vida, hoy las supersticiones no son tan útiles sencillamente porque se aprovechan de ellas para engañarnos con la lectura de manos, astros que gobiernan nuestra vida, amuletos, magia negra para el amor, espíritus o ángeles protectores y un sinfín de creencias sin la menor base real.
Un estudio de la universidad de Kansas reveló que nos dejamos llevar por las supersticiones porque nos ayudan a controlar situaciones que nos generan incertidumbre o impotencia. Por ejemplo, cuando vamos a enfrentar un examen, o no podemos conseguir trabajo, o hasta jugar un partido de fútbol. El estudio prueba que las personas más inseguras son las más supersticiosas, y cuando cuentan con un amuleto o una cábala se sienten más apoyadas para enfrentar un desafío. Experimentos realizados en la universidad alemana de Colonia demostraron que las supersticiones pueden hacer que la gente rinda mejor en sus tareas y que las afronte de forma más persistente.
Y aunque parezca lo contrario, estas creencias no nos benefician sino que nos condicionan porque terminamos achacando nuestro éxito a una pata de conejo o una cábala, y los fracasos a un espejo roto o a un gato negro. Los científicos concluyen que para aquellos a quienes les resulta más sencillo confiar en sus creencias supersticiosas que desarrollar estrategias para afrontar las situaciones tienen una gran desventaja y, por tanto, conviene evitarlas.
Porque si pudiéramos sentirnos más seguros de nosotros mismos no necesitaríamos los talismanes. Así, empezaríamos a relacionar nuestros éxitos, no con la buena suerte o con la voluntad divina, sino con nuestra propia capacidad para conseguir lo que queremos. (continúa)