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Ser chévere, en el siglo XVI, no siempre significó ser admirable o interesante

¿Se ha preguntado alguna vez acerca del origen de las palabras?

En la década de los 40, el diseñador francés Louis Reárd presentó al mundo el traje de baño de dos piezas que hoy conocemos como bikini. Tomada del blog la editora joven
En la década de los 40, el diseñador francés Louis Reárd presentó al mundo el traje de baño de dos piezas que hoy conocemos como bikini. Tomada del blog la editora joven
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Las usamos todo el tiempo y están incorporadas a nuestro vocabulario, pero casi nunca nos ponemos a pensar de dónde salieron algunas palabras que, sin ser muy castizas, están en nuestra cotidianidad. Aquí va una colorida explicación.

Los mutantes y el bikini

En el Fondo de Bikini vive un simpático personaje de dibujos animados: Bob Esponja. Bob, Patricio, Calamardo y todos los animales acuáticos hablan y se comportan como personas porque ¡son mutantes!

Es que  su creador, el biólogo marino Stephen Hillenburg, escogió un lugar real como escenario: el Atolón de Bikini. Formado por islas de coral integran la República de las Islas Marshall, en Oceanía.

Hoy Bikini está desierto, pero alguna vez estuvo habitado y a diferencia de la caricatura, su historia no es para nada divertida.

En 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos tomó el control de las islas y dos años más tarde decidió que en Bikini experimentará las bombas nucleares más modernas que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Consideraron que era un laboratorio perfecto para estudiar los efectos de las explosiones. Las islas están muy lejos de su territorio y casi deshabitadas.

Casi, porque en Bikini vivían 160 nativos y, antes de iniciar las pruebas, el Ejército estadounidense los convenció de que abandonen sus hogares y se reubiquen en otras islas del archipiélago ‘por el bien de la humanidad’.

Tras el desalojo, entre 1946 y 1958 se probaron 23 bombas nucleares, incluyendo la primera de hidrógeno 100 veces más poderosa que la de Hiroshima.

El éxodo de los isleños tampoco fue suficiente, porque los gigantescos hongos atómicos esparcieron su letal radioactividad sobre todas las islas, enfermando de varios tipos de cánceres y otros padecimientos al menos a un millar de personas. Eso además de exponer a la radiación a unos 5.000 animales.

Es que por entonces no se tenían datos científicos del alcance que poseía la radioactividad. El efecto era sobre todo disuasorio para hacer una demostración de fuerza y de poder en plena Guerra Fría.

La entonces Unión Soviética también hizo ensayos al aire libre hasta 1962; Francia detonó sus bombas en otro atolón, el de Mururoa. Finalmente, el mundo acordó no realizar más este tipo de pruebas y el atolón de Bikini quedó abandonado.

Sus antiguos habitantes comenzaron una batalla para lograr que se reconociera el daño causado hasta que Estados Unidos los indemnizó con cerca de $ 1.000 millones. Y para que la tragedia no caiga en el olvido, apenas en julio de 2010 la Unesco declaró al Atolón de Bikini como Patrimonio de la Humanidad.

¿Y eso qué tiene que ver con el traje de baño? Aunque no mucha gente en el mundo recuerda la tragedia de su pueblo, el nombre de Bikini siguió siendo recordado por una frívola estrategia de marketing.

En 1946, mientras estallaban las primeras bombas sobre el atolón, el diseñador francés Louis Réard presentaba un atrevido traje de baño: dos pequeñas piezas, muy indecentes para la época.

La primera mujer que se lo puso, la bailarina Micheline Bernardini, le dijo: “Su bañador va a ser más explosivo que la bomba de Bikini”. Al diseñador, la comparación le pareció muy vendedora y bautizó a su creación con este nombre: ‘el bikini’. Así que cada vez que lo vea o se lo ponga, recuerde la estupidez que alguna vez cometió la humanidad y que nunca más debe repetirse. (continúa)

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