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Resucitando perros

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Corría la década del 30 en la antigua Unión Soviética y en el poder ya estaba instalado el dictador Joseph Stalin. Había comenzado la colectivización forzosa de la tierra y esto generaba la dura resistencia de los campesinos. Para convencerlos de las bondades del nuevo sistema, la propaganda divulgaba presuntos inventos y descubrimientos que pronto harían de la Madre Rusia, la mayor potencia de la historia.

Uno de los héroes creados por el estalinismo fue un campesino que llegó a ingeniero agrónomo, de quien se decía que sus descubrimientos eran superiores a los del mismo Charles Darwin. Se llamaba Trofim Lysenko y aseguraba que los genes no existían y que él había creado variedades de plantas capaces de crecer en cualquier clima. Quienes se atrevieron a opinar lo contrario terminaron muertos o en prisión. Desde el poder se puso la práctica muy por encima de la investigación teórica y así la biología quedó confinada a los laboratorios.

Comenzaron entonces a aparecer los más disparatados y crueles experimentos. El más célebre fue el de trasplantar una segunda cabeza a perros y demostrar que podían seguir vivos. ¿Para qué? Nadie lo sabía con certeza. La cabeza de un cachorro fue injertada por el doctor Vladimir Demikhov en el cuerpo de un perro adulto, pero como por entonces no se conocía que el sistema inmunológico rechazaba los órganos extraños, apenas vivieron unos pocos días.

En los 40 la película llamada Experiments in the Revival of Organisms -hoy disponible en internet-, causó sorpresa en Occidente: científicos soviéticos intentaban demostrar que podían resucitar a los muertos. Bajo las órdenes del científico Sergei Bryukhonenko, un grupo de médicos muestra la cabeza de un perro que había muerto un cuarto de hora antes. Luego lo conectan a la máquina llamada autojektor, que purificaba  la sangre sucia. Lo estimulan para que despierte y casi como en el cuento de Frankenstein, la cabeza vuelve a la vida. Después harán lo mismo con un animal entero al que previamente han desangrado hasta matarlo. Con el autojektor le vuelven a colocar la sangre extraída y lentamente el perro resucita. La película lo muestra, supuestamente, días más tarde jugando con una enfermera.

Pero estos experimentos fueron recibidos en el mundo con total escepticismo: por entonces ya se sabía que no se puede volver a la vida un cerebro tras unos pocos minutos de estar muerto.

La película deja también muchas dudas, sobre todo porque nunca se muestra la cabeza del perro más que en un ángulo extraño: no se ven ni los conductos que entran por su cuello, ni su cuerpo separado. Nunca más se supo de experimentos así o de que se haya logrado revivir a nadie.

Bryukhonenko patentó su autojektor, que en realidad es más que el antepasado de la máquina de hemodiálisis, que hoy permite renovar la sangre de los enfermos. Pero de allí a que pueda resucitar muertos hay una distancia enorme.

En 1964, denunciando su despotismo y sus engaños, el científico Andrei Sakharov dijo de Lysenko: “es responsable del vergonzoso atraso de la biología y genética soviéticas en particular, por la difusión de visiones pseudocientíficas, por el aventurismo, por la degradación del aprendizaje y por la difamación, despido, arresto y aún la muerte de muchos científicos genuinos”. Lysenko y sus secuaces fueron destituidos, y sus descabelladas teorías erradicadas. Y el sueño del doctor Frankenstein siguió siendo nada más que un mal sueño.

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