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Nos dieron la vida pero también pueden matarnos

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El mundo de las bacterias es absolutamente peculiar: pueden vivir donde sea: en el agua, el suelo, el aire, en ambientes radiactivos, o mares helados y hasta dentro de nosotros. Solo en el aparato digestivo hay unos cien mil billones de bacterias -muchas veces más que personas hay en el mundo- y aunque algunas podrían enfermarnos, otras nos ayudan a sintetizar vitaminas o a digerir alimentos. Aunque  parezca increíble hasta podrían hacernos más inteligentes, como lo sugieren pruebas hechas con ratones que  luego de estar en contacto con cierto tipo de  bacteria mostraron más facilidad para aprender.

¿Y de qué tamaño son? Pues eso varía, pero en promedio se estima que en la cabeza de un alfiler caben diez millones de bacterias. Tan pequeñas son que escapan a las leyes de la gravedad del mundo macroscópico. Para ellas no existe un “arriba” y un “abajo”. Así es que se mueven al azar, en un movimiento aleatorio parecido a la danza del polvo en el aire.

Aún más minúsculos son los virus: cien veces más pequeñitos que las bacterias. Son los auténticos muertos vivientes: trozos de ADN que no están vivos, o al menos casi todos porque también eso está en duda. Solo cobran vida, la mayoría, cuando logran introducirse dentro de una célula. Es ahí cuando se reproducen a toda velocidad.

Tan pequeños son que no se los conoció sino hasta mediados del siglo XX, cuando se inventó el microscopio electrónico. Y pese a sus dimensiones han provocado la muerte a millones de humanos a lo largo de la historia, por viruela, gripe, polio o sida. Y eso que no todos son patógenos. Son como semillas que germinarán apenas entren en la célula de una planta, un animal, una bacteria, incluso en otro virus. Como el mimivirus que es muy grande, parece estar vivo y tiene otro virus más pequeño que lo infecta y que usa su material para reproducirse.

A diferencia de las bacterias que tienen miles de genes, los virus tienen muy pocos. Por ejemplo, el VIH tiene diez y el virus de la influenza con apenas ocho genes puede recombinarse y tener varias cepas. No se puede saber con exactitud cuándo aparecieron en la Tierra porque no fosilizan, pero se sospecha que están aquí  hace mucho tiempo. Tal vez fueron material genético sobrante de las bacterias.

Y aunque no los veamos ni impacten tanto como las aves, los peces o los grandes mamíferos, la mayor parte de la vida en el planeta es microscópica, unicelular y muy extraña. Más aún, todas esas grandes especies son sus descendientes... y también nosotros.

Nuestra tatara tatarabuela fue una bacteria y una prueba de esta asombrosa afirmación está dentro de nuestras células: las mitocondrias, un organelo que las provee de energía. Es la herencia ancestral que hemos recibido de estos parientes microscópicos que a veces nos quieren matar pero que también nos han dado la vida.

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