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Matanza de los inocentes

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Solo uno de los cuatro evangelistas narra esta leyenda. Cuenta que cuando Herodes se enteró de que Jesús ya había nacido, mandó a matar a todos los recién nacidos de los alrededores. Antes de eso mandó a los tres Reyes Magos a espiar el nacimiento e informarle, pero estos decidieron esquivarlo regresando por otro camino.

Sin embargo, estos asesinatos tan crueles no están registrados en ninguna parte. Ni siquiera por el historiador judío Flavio Josefo, quien narró con todo detalle el gobierno de Herodes y sus excesos.

Además, Belén está muy cerca del que fuera el palacio de Herodes en Jerusalén. No le hubiera sido difícil ver la estrella que guió a los magos hasta la puerta misma del humilde pesebre donde había nacido el Salvador de la Humanidad, ni enviar a espiar a sus propios sirvientes.

La matanza de los niños parece ser una manera de demostrar la crueldad de Herodes y su miedo a perder el trono a manos de un niño recién nacido.

La tumba de Santa Claus

Aunque tampoco él aparezca en ningún relato bíblico, Santa Claus o Papá Noel realmente existió. Su verdadero nombre es Nicolás de Bari, un santo nacido en el actual territorio turco, cuyos restos mortales fueron llevados a Bari, Italia, para evitar que caiga en manos de los musulmanes.

Nicolás fue obispo de la ciudad de Myra (Turquía) en el siglo III y su fama de generoso repartidor de regalos nace de una serie de leyendas sobre la  relación especial que tenía con los niños.

Una de ellas afirma que con sus oraciones curó milagrosamente a unos niños que estaban muy  malheridos. Otro relato tradicional sostiene que repartió monedas de oro a tres chicas pobres que de otra manera no habrían tenido la dote necesaria para poder casarse. Actualmente en la ciudad turca de Myra las visitas turísticas incluyen su tumba original.

Venerado en toda Europa, a San Nicolás se lo llama Sinterklaas en Holanda. Y cuando los primeros migrantes de ese país llevaron sus tradiciones a Estados Unidos, su nombre se deformó al inglés como ‘Santa Claus’.

Y aunque conserva la capa roja y la mitra de obispo, su tradición dice que vuela por los aires en un caballo blanco como el antiquísimo dios Odín. Una mezcla tan curiosa como la tradición navideña vasca del Olentzero. Este ser mitológico, un carbonero de los bosques, gordito y borrachín es quien trae los regalos.

Era la representación del tiempo viejo que se acaba, algo muy parecido a nuestros ‘años viejos’ que terminó por fusionarse con las costumbres cristianas hace pocos siglos.

La Navidad es la mejor demostración del sincretismo de las religiones del mundo.

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