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La patente de corso protegía y reconocía los derechos de los piratas
Los piratas -a menudo- eran saqueadores a sueldo contratados por reyes y reinas
Los piratas son tan antiguos, pero tan antiguos, que los griegos, egipcios y romanos ya los conocían y los combatían. Pero -sin duda- la época de oro de la piratería sucedió entre los siglos XVII y XVIII, cuando se dedicaron a delinquir en las costas de América.
La pobreza en Europa y las leyendas de riqueza del Nuevo Mundo llevó a muchos a optar por la piratería, que era la forma más rápida de lograr dinero, respeto y fama. Y aunque se habla de piratas y corsarios, no hay mayor diferencia entre ellos. Ambos hacían lo mismo: robar y secuestrar barcos para alcanzar grandes botines, adueñarse de esclavos y cobrar rescates por los pasajeros. La diferencia de fondo estaba en que los piratas eran completamente ilegales, y los corsarios estaban respaldados por algún Estado que les daba permiso para saquear a sus enemigos. Era la famosa patente de corso.
En aquella época, Inglaterra, Holanda y Francia no tenían una armada fuerte y por esa razón usaban a los corsarios para debilitar a la marina española y ganar territorios en América, buena parte de la cual había sido entregada por medio de una bula papal a España y Portugal.
La patente de corso garantizaba la vida de los corsarios, puesto que si eran detenidos debían ser considerados prisioneros de guerra y no podían ser sentenciados a la pena de muerte. Quienes no tenían esa protección eran entregados a los tribunales de la Santa Inquisición para ser juzgados.
Ningún barco salía de puerto anunciando que era corsario, aunque esto era un secreto a voces. Los gobiernos que organizaban estas expediciones convocaban a los interesados ofreciendo sueldos e indemnizaciones en caso de muerte o mutilación. Esto hacia que las tripulaciones fueran de lo más diversas: nobles aventureros, delincuentes, esclavos fugitivos y hasta científicos atraídos por las maravillas del Nuevo Mundo se enlistaban para viajes que podían durar varios años.
La vida en los barcos era difícil porque no abundaban los alimentos, y las enfermedades y heridas de guerra eran de lo más común; por eso, al salir de puerto, todos firmaban un contrato que estipulaba la parte del botín a la que tendrían derecho y las indemnizaciones correspondientes en caso de muerte o mutilación.
Aunque se piense lo contrario, los piratas evitaban los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, y por eso empleaban signos que atemorizaban a sus víctimas. El más conocido de ellos es la famosa bandera con una calavera, que por cierto no era negra como la muestran las películas y los libros, sino roja. (continúa)