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Los 7 pecados

Los 7 pecados
25 de mayo de 2014 - 00:00 - María Eulalia Silva

Todos, alguna vez, hemos comido por gula, envidiado a alguien o sentido pereza. La revista de divulgación BBC Focus no se equivoca cuando afirma que nadie estaría a salvo de los llamados “pecados capitales”.

Varios estudios parecen demostrar que se alojan en nuestro cerebro, y que no serían aprendidos sino impulsos naturales humanos generados durante la evolución.

La lujuria respondería a la necesidad de procrear. Los escaneos cerebrales revelaron que al ver películas eróticas activamos el hipotálamo, región del cerebro encargada del placer, aunque también de la alimentación y la agresión. La naturaleza nos animaría a tener sexo para que transmitamos nuestros genes y la especie sobreviva.

La gula activa esta misma área, y como encontramos placer en ingerir alimentos nos motiva a continuar haciéndolo. Seguramente en los albores de la humanidad comíamos mucho más de lo necesario como manera de almacenar reservas para las épocas de hambrunas cuando la cacería escaseaba.

El pecado de la envidia tiene un lado positivo: nos motivaría a superarnos. En voluntarios japoneses que leían perfiles de personas exitosas, se registró una reacción en la corteza cingulada anterior que no está vinculada con el placer sino con el dolor físico. La envidia sería entonces una emoción dolorosa.

La soberbia es un mecanismo de reforzamiento de nuestra autoestima y, al igual que la envidia, es un motor clave que nos ayuda a superarnos. Claro que hasta cierto límite. Investigaciones científicas revelaron que estimulando la corteza prefrontal se puede desactivar esa sensación de arrogancia.

El pecado de la pereza también nos da placer y nació por la necesidad de ahorrar energía. Los primeros hombres cazaban para sobrevivir y cuando ya estaban satisfechos ahorraban fuerzas y descansaban hasta que apareciera otra presa.

La avaricia tendría su origen en la necesidad de guardar los alimentos escasos para sobrevivir. Pero a diferencia de los otros 6 se habría desarrollado por aprendizaje: una mezcla de nuestros instintos básicos y de la parte racional del cerebro.

Finalmente la ira tendría la misión de moderar nuestro comportamiento a largo plazo. Los científicos afirman que las personas explosivas son menos rencorosas que las pasivas. La ira nace en la amígdala cerebral, la zona encargada de emociones como el miedo.

Parecería entonces que la naturaleza nos quiere malos, pero no es así. En realidad estos impulsos exagerados habrían ayudado a los humanos a sobrevivir. Hoy, la parte racional de nuestro cerebro controla estos impulsos naturales, y cuando eso no se consigue pueden terminar por convertirse en una enfermedad mental.

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