Los dinosaurios desaparecieron hace 65 millones de años, pero otras especies mucho más pequeñas no. Por ejemplo el Triops, un crustáceo contemporáneo a ellos que no solo sobrevivió sino que no cambió casi nada. Igual de antiguo es un reptil llamado Tuátara que solo habita en Nueva Zelandia. A estos animales se los conoce como ‘fósiles vivientes’.

Ellos encontraron hace millones de años su nicho biológico perfecto en el planeta y no necesitaron evolucionar para sobrevivir.

De a poco se han ido identificando a muchos de estos ‘fósiles vivientes’ en tierra, aire y agua. Repasemos algunos ejemplos. En la Amazonía ecuatoriana tenemos el ave llamada Hoatzín, que posee garras en sus alas y las usa para trepar a los árboles y desde allí volar. Lleva 36 millones de años sin cambiar.

El tiburón anguila apareció hace unos 80 millones de años y vive en el mar profundo, por lo que es muy difícil de ver. Comparte muchas de sus características físicas con los primeros tiburones que existieron. Y en el mar también vive el más famoso y misterioso de todos los fósiles vivientes: el Celacanto. Es un pez de metro y medio de longitud que se creía extinto en la prehistoria, pero apareció sorpresivamente en las costas de Sudáfrica en 1938. Existe desde hace 400 millones de años, de modo que ha visto nacer y morir a los dinosaurios. Sus aletas lobuladas, similares a la de los anfibios, se extienden como si fueran patas y se mueven alternativamente, como las de un caballo trotando. Y como el Celacanto, existen otros peces muy antiguos que también usan pulmones para respirar. Se llaman Dipnoi y uno de ellos, el pez salamandra, vive en el Amazonas.

La lista de ‘fósiles vivientes’ continúa y es muy extensa: los cocodrilos, que son descendientes directos de los dinosaurios; las cucarachas, los ornitorrincos, el cangrejo herradura, que conserva una forma corporal primitiva exitosa y cuya sangre es azul porque contiene cobre; algunos tipos de tortugas; la rana púrpura de la India, el muy extraño ‘calamar vampiro’, y a la cabeza de la lista el ‘nautilus’ que podría ser el fósil viviente más antiguo y que se propulsa mediante chorros de aire.

También plantas como una conífera de Japón, ciertos helechos arbóreos y el Gingko biloba. En fin, hay muchos otros ejemplos de que no siempre lo nuevo es bueno, que la evolución ayuda a que las especies se puedan adaptar y así conseguir su lugar dentro de un nicho biológico.

Pero si todo esto no es necesario, si no tienen grandes depredadores, si los cambios climáticos no les afectan porque pueden esconderse o sumergirse, pudieron entonces sobrevivir exitosamente y casi sin cambios hasta hoy. Lo que toda especie persigue es preservarse. Para ello cambia o no, según las circunstancias ambientales en las que se desenvuelve.