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Su motivación fue una noticia publicada por un ingenuo periodista francés

Guerra Fría y telepatía, el fondo de una infructuosa investigación

James Randi se dedicó por años a desenmascarar a charlatanes y seudocientíficos. FOTO: CORTESÍA BP BLOSPOT.
James Randi se dedicó por años a desenmascarar a charlatanes y seudocientíficos. FOTO: CORTESÍA BP BLOSPOT.
19 de octubre de 2014 - 00:00 - María Eulalia Silva

La Guerra Fría, que enfrentó a Estados Unidos contra la desaparecida Unión Soviética tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, varias veces pudo derivar en una catástrofe atómica.

Por suerte para ellos -y para desgracia de otros países- las dos superpotencias se limitaron a desafiarse mutuamente, agazapados detrás de sus aliados eventuales: Corea, Vietnam, Cuba y un largo etcétera que terminó en 1989 con la caída del Muro de Berlín. Pero entre tanta tragedia hay un episodio cómico de ribetes cantinflescos.

A principios de la década del 60, ambos ejércitos se vigilaban estrechamente para no quedarse atrás en la carrera armamentista. Apenas se enteraban de que el enemigo había construido un avión más veloz, un tanque mejor blindado o una bomba de hidrógeno más potente, la otra superpotencia se ponía a investigar y a construir algo más avanzado. Ninguna área del conocimiento quedaba sin explorar: en cualquier campo podría encontrarse un arma que dé a uno de los contendientes una ventaja definitiva.

Occidente vivía el auge del hippismo y de esa religión moderna conocida como New Age. La parapsicología (seudociencia) intentaba demostrar que nuestra mente tiene capacidades insospechadas.

Por ejemplo, el mito que aún sigue vivo es que con meditación y drogas se libera la mente de sus “ataduras”. De conseguirlo, algunas personas podrían comunicarse telepáticamente, ver las cosas antes de que sucedan, levitar o mover objetos con la fuerza de su pensamiento.  Y claro, estos supersoldados serían imbatibles en el campo de batalla.

En febrero de 1960 una revista francesa publicó un impactante artículo en el que se aseguraba que la Marina estadounidense había logrado con éxito un asombroso experimento. Se trataba de que el tripulante de un submarino sumergido bajo el Polo Norte había acertado  el 70% de los dibujos transmitidos mentalmente por otro hombre desde un laboratorio en Maryland, a miles de kilómetros.  

Los estadounidenses lo desmintieron categóricamente, pero los rusos no lo creyeron y desempolvaron sus propios estudios, antes prohibidos por Stalin.

Aunque oficialmente combatían la religión y todo tipo de supersticiones trataron de justificar sus experimentos revistiéndolos con cierto aire de ciencia y en pocos años, con apoyo económico estatal, docenas de laboratorios se dedicaron a estudiar todo tipo de fenómenos paranormales.

En realidad la historia del submarino había sido inventada por un escritor de temas esotéricos y creída por un joven periodista francés ávido de fama.

Si el enemigo gastaba ingentes cantidades en estos experimentos, los estadounidenses no podían quedarse atrás. Desde mediados de la década del 70 la Agencia de Inteligencia para la Defensa gastó centenares de millones de dólares en el proyecto ‘Stargate’, que incluía investigación sobre clarividencia, telepatía desde el espacio, ubicación precisa de blancos por medio de la mente y muchos otros. Tal vez no haya demasiada exageración en la divertida película de George Clooney ‘Los hombres que miraban fijamente a las cabras’, en la que narra las desventuras de un grupo de hippies reclutado por el ejército por sus presuntos poderes paranormales y en los disparatados experimentos que realizaba, incluyendo atravesar paredes, curar sus heridas con la mente e intentar matar cabras solo con el poder de la mirada.

Lo cierto es que en ambos bandos jamás probaron la existencia de cualquiera de estos presuntos poderes mentales. Entre 1989 y 1995 todos los proyectos se fueron abandonando uno tras otro, no solo porque concluyó la Guerra Fría, sino porque sus resultados, a pesar de las desmesuradas cantidades gastadas, fueron un completo fracaso. (continúa).

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