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El método que la ciencia desarrolló desde 1940 para develar el misterio

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Ernest Rutherford también  se dio cuenta de que todas las muestras de material radiactivo siempre tardaban el mismo tiempo en desintegrarse y que esa tasa de desintegración se podía utilizar como una especie de reloj. Calculando hacia atrás cuánta radiación tenía un material hoy y con qué rapidez se estaba desintegrando, se podía determinar su edad. Cuando examinó una muestra de uranio, descubrió que tenía 700 millones de años de antigüedad. La Tierra empezaba a revelar su verdadera edad y por fin había pruebas suficientes.

Hacia 1940 comenzó a usarse la radioactividad para conocer también cuántos años tiene un resto orgánico: es el famoso método del carbono 14. Las plantas absorben carbono de la atmósfera y cuando los animales las comen, el carbono pasa a su organismo hasta que mueren. A partir de allí, la radioactividad del carbono va desapareciendo de sus huesos de manera gradual; y al medir cuánto carbono les queda se puede saber su edad. Pero eso solo sirve para miles de años atrás; para cosas aún más viejas se debía encontrar otro método.

En 1953 aparece en escena otro joven estudiante. Se llamaba Clair Patterson y era originario de un pueblito estadounidense. Su profesor, un afamado geoquímico, se lo asignó como trabajo de tesis porque era un trabajo de lo más aburrido y tedioso. Y tanto que el chico se pasó 7 años analizando las piedras más antiguas del mundo y restos de meteoritos. Usó el método del uranio radioactivo o uranio 235, que muy lentamente se va convirtiendo en plomo y cuando este proceso sucede dentro de la Tierra, desprende calor y la mantiene caliente.

Y como a Patterson le resultaba difícil encontrar las primeras rocas del planeta, se le ocurrió una brillante idea: datar los meteoritos, ya que estos son restos del material con que se formó nuestro Sistema Solar y por ende nuestro planeta. Finalmente, en 1953, llegó a una conclusión asombrosa: el mundo tenía nada menos que 4.500 millones de años.

Al muchacho le costó convencer incluso a los mejores científicos, pero sus evidencias eran irrefutables y desde entonces hasta hoy todas las pruebas en las rocas más antiguas del planeta dieron casi exactamente la misma edad. Ahora sabemos, sin duda alguna, que la Tierra y el Sistema Solar son enormemente viejos, y que sin embargo son apenas unos ‘guaguas’ si se los compara con la edad del universo: 14.700 millones de años.

Saber de dónde venimos, desde cuándo estamos aquí y cuándo apareció el hogar que habitamos han sido preguntas básicas que a la ciencia le ha tomado mucho tiempo responder.  Pero de eso se trata su función:  de contestar desde lo más básico para poder saber cuestiones más complejas. El método científico -riguroso y  comprobable- es la herramienta con la que se ha llegado a tales respuestas.

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