A los volcanes se los vigila permanentemente para evaluar si existen cambios o anomalías, que avisen  una erupción. Se lo hace de varias maneras.

Una de ellas es la observación de las imágenes del cráter transmitidas por  cámaras de video apostadas estratégicamente.  En el caso del Cotopaxi las cámaras están en varios puntos y su señal se trasmite en tiempo real por internet. También se utilizan cámaras térmicas, que a través de imágenes con una escala de color, permiten evaluar la temperatura en la superficie del volcán.

Existe un monitoreo sísmico que se hace con estaciones situadas sobre y alrededor del volcán que están enlazadas entre sí. Se registran todos los movimientos que hayan adentro y estos son el más claro reflejo del estado interno de un volcán. Están complementados por acelerógrafos que miden la duración de esos sismos. También hay sensores acústicos. Un incremento de ruidos implica que el magma se está movilizando.  

Además hay una serie de inclinómetros, aparatos para analizar la forma del terreno que verifican si se han formado domos como consecuencia del ascenso de magma. Los lahares son una de las mayores amenazas.

Por eso en el Cotopaxi están instalados una serie de geófonos que revisan las vibraciones causadas por el flujo de lodo para detectar y medir los lahares. La emisión de gases también se examina con un sistema diseñado para cuantificar las emanaciones volcánicas. Especialmente de dióxido de azufre y de dióxido de carbono.

Todos estos instrumentos producen datos en tiempo real que son sistematizados, compilados y analizados constantemente por un equipo de científicos, vulcanólogos, geólogos, meteorólogos, hidrólogos y demás especialistas, que monitorean permanentemente al coloso y que son la voz autorizada para informarnos qué sucede en el volcán Cotopaxi. (I)