Publicidad
Hambre crónica golpea a 842 millones de personas
La subalimentación en el mundo ha disminuido en el 17% desde 1990-1992, pero alrededor de 842 millones de personas, es decir uno de cada ocho habitantes del planeta, siguieron padeciendo de hambre crónica entre 2011-2013, debido a la carencia de alimentos suficientes para llevar una vida activa y saludable, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
El informe El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo destaca que los 842 millones es inferior a 868 millones registrados en el periodo 2010-2012.
Según los datos, la gran mayoría de personas que pasan hambre vive en países en desarrollo, y 15,7 millones se encuentran en las naciones desarrolladas.
El informe sostiene que en los países en desarrollo (ver mapa 1) se han realizado avances significativos para conseguir la meta del primer Objetivo de Desarrollo del Milenio (ODM 1) relativo al hambre.
Si la disminución media anual desde 1990 continúa al mismo ritmo (17%) hasta 2015, la prevalencia de la subalimentación alcanzará un nivel cercano a la meta.
El objetivo, aun más ambicioso, establecido en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA) de 1996 -de reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre para el año 2015-, no podrá cumplirse a escala global, a pesar de que 22 países lo lograron ya a finales de 2012.
La finalidad del ODM-1 se haría efectiva si la prevalencia del hambre se sitúa por debajo del 12% para 2015. En la actualidad, se sitúa en el 14,3%.
En octubre del presente año, el organismo internacional asegura que 62 países alcanzaron la meta: otros seis están en vías de lograrlo.
Para alcanzar el propósito de la CMA, el número de personas hambrientas en los países en desarrollo tendría que bajar a 498 millones en 2015.
Los organismos han invitado a los países “a realizar esfuerzos adicionales sustanciales e inmediatos”, dirigidos, principalmente, a los pequeños campesinos para mitigar el hambre, “aún cuando exista una pobreza generalizada”•
Dicen que las intervenciones deberían centrarse en la nutrición, en los sistemas agrícolas y alimentarios, y en la sanidad pública y educación, especialmente para las mujeres. “Cuando se combinan las medidas con la protección social para incrementar los ingresos de las familias pobres, puede haber un efecto más positivo que estimula el desarrollo rural, mediante la creación de mercados dinámicos y oportunidades de empleo”.
El informe destaca que el crecimiento permitiría aumentar los ingresos y reducir el hambre, pero un mayor avance económico puede que “no llegue a todos”, ni desemboque en más y mejores puestos de trabajo para todos, a menos que las políticas se dirijan específicamente a los pobres, sobre todo, a quienes viven en las zonas rurales. “En los países pobres, la reducción del hambre y de la pobreza se logrará únicamente si el crecimiento no solo es sostenido, sino también ampliamente compartido”.
Sin embargo, a pesar de los progresos realizados en todo el mundo, la FAO destaca que persisten marcadas diferencias. África subsahariana ha obtenido solamente progresos modestos en los últimos años y sigue siendo la región con la prevalencia más alta de subalimentación. Se calcula que uno de cada cuatro africanos (el 24%) padece hambre.
Tampoco hay avances en Asia occidental, mientras que Asia Meridional y África del Norte fueron testigos de un lento progreso. En la mayoría de los países de Asia Oriental, Sudeste asiático y América Latina, hubo reducciones más importantes en el número de hambrientos.
Los datos revelan que la mayoría de las personas subalimentadas del mundo se encuentra en Asia meridional (295 millones), seguida de África subsahariana (223 millones) y Asia oriental (167 millones) (ver mapa y gráfico 2).
En esa perspectiva, la FAO afirma que la seguridad alimentaria es una condición compleja, y sostiene que la subalimentación y la desnutrición pueden coexistir. No obstante, indica que en algunos países las tasas de desnutrición, según indica la proporción de niños con retraso del crecimiento (estatura baja para la edad) o insuficiencia de peso, cuya salud y desarrollo futuros se ponen en riesgo, son considerablemente más altas que la prevalencia de la subalimentación, por la insuficiencia del suministro de energía alimentaria.
Por lo tanto, en estas naciones, son cruciales los programas de fomento de la nutrición que ejecuten los gobiernos para mejorar estos indicativos, lo cual “exige fomentar la agricultura, la salud, la higiene y el abastecimiento de agua y educación, con especial énfasis en la atención a las mujeres”.
Para la FAO, las políticas encaminadas a una mayor productividad agrícola en beneficio de los pequeños agricultores, reduciría el hambre, incluso, donde la pobreza es generalizada. Para ello, señala que deben crearse mercados y haber oportunidades de empleo que hagan posible un crecimiento económico equitativo.
Las remesas, que han alcanzado un volumen a escala mundial tres veces superior a la asistencia oficial para el desarrollo, también repercuten.
El documento sugiere que las remesas pueden contribuir a reducir la pobreza y el hambre, a mejorar las dietas, establecer políticas adecuadas y aumentar las inversiones en las explotaciones agrarias.
Para mermar el hambre, la FAO destaca como clave un compromiso a largo plazo que permita la integración entre la seguridad alimentaria, la agricultura y la nutrición. Opina que es crucial para los gobiernos mantener esos índices en un lugar destacado del programa de desarrollo de los países, realizar reformas amplias que cuenten con el apoyo de medidas de protección social sostenidas y mejorar el clima de inversión.
No todo está perdido. Según el informe, para llegar a la seguridad alimentaria, el mundo cuenta con suministro de energía alimentaria derivada de cereales, raíces y tubérculos, y de proteína de origen animal. Además, hay carreteras asfaltadas y densidad de vías y líneas férreas, fuentes de agua y saneamientos mejorados.
No obstante, hay vulnerabilidad en la dependencia de las importaciones de cereales, en el porcentaje de las tierras cultivables que están equipadas para el riego, y en el valor de las importaciones de alimentos respecto de las exportaciones totales de mercancía.
Y no faltan las perturbaciones respecto a la estabilidad política, la violencia o terrorismo; volatilidad de los precios internos de los alimentos y variabilidad de la producción y suministro per cápita.
Asimismo, el informe detalla que en el mundo se registra un porcentaje de niños menores de 5 años aquejados de peso inferior al que corresponde a la estatura, de retraso de crecimiento (estatura baja para la edad), e insuficiencia ponderal, por la escasa alimentación que reciben diariamente, cuya salud y desarrollo futuros se ponen en riesgo.
A ello se suma la prevalencia de la anemia entre niños menores de 5 años, debido a las escasas cantidades de vitamina A y de yodo. El fenómeno también afecta a adultos y adultos mayores.
Pero el informe relieva que el constante crecimiento económico en los países en desarrollo ha mejorado los ingresos y el acceso a los alimentos. Las razones están en el repunte reciente del crecimiento de la productividad agrícola, apoyado por el aumento de la inversión pública, y el renovado interés de los inversores privados en la agricultura.
Caso Ecuador
Sobre la problemática de la inseguridad alimentaria, Ecuador dispone de un cuerpo normativo que la afronta, por ejemplo, el artículo 66 de nuestra Constitución establece: “El derecho a la vida digna, que asegure la salud, la alimentación y nutrición, agua potable, vivienda, saneamiento, educación, trabajo, empleo, descanso y ocio, cultura física, vestido, seguridad social y otros servicios sociales necesarios”. Del mismo modo, el Plan Nacional para el Buen Vivir 2013-2017 fija políticas para crear y fortalecer mecanismos justos de encadenamiento productivo de la agricultura familiar campesina ecuatoriana y medios alternativos de comercialización que fortalecen la asociatividad y la soberanía alimentaria, con principios de equidad, igualdad y solidaridad. Las políticas también apuntan a mejorar la gestión de los territorios rurales para la soberanía alimentaria que privilegia las prácticas orgánicas y tradicionales sostenibles en las escalas de producción agropecuaria, desde la agricultura familiar y campesina hasta los grandes monocultivos.
Miguel Ángel Núñez, rector coordinador de la Comisión de Modernización y Transformación del Instituto Universitario Latinoamericano de Agroecología Paulo Freile de Venezuela indicó, desde Caracas a este Diario, que se debe avanzar hacia propuestas de políticas económica y de producción con un enfoque ecosocialista y agroecológico. “Es la única opción que tienen los pueblos del mundo para superar la pobreza y miseria agroalimentaria”, dijo.
Se refirió a la aplicación de políticas en paralelo, como las asistencialistas de emergencia en términos de abastecimiento, subsidios, créditos, cadenas de distribución de alimentos, acceso directo, abastos de diferentes niveles de distribución y control de precios.
Instó a avanzar en la consolidación de políticas de cambios estructurales, por ejemplo, en toda la cadena agroalimentaria, fomentar procesos de formación y educación, articulados a la producción de alimentos agroecológicos, y sentar las bases para un desarrollo científico-técnico orientado a la sustentabilidad.
Según el experto, las predicciones de la FAO sobrevaloran las políticas de visión y misión asistencialistas que los gobiernos puedan asumir; y, pese a que pueden ser ciertas y podrían cumplirse, hay que incluir a la sobrealimentación que exige la sociedad del consumo y perjudica a la salud de las poblaciones, como es la presencia de obesidad en las poblaciones de menores recursos donde los casos son extremos. “En Venezuela, casi el 40% de la población es obesa”.
Por su parte, Antonio Quezada, del grupo ecuatoriano Difare, opina que la generación de empleo es la solución para asegurar la alimentación en nuestro país, de lo contrario, hay que subsidiar. A lo que añade que hasta que se reduzca el desempleo significativamente, el fundamento legal ya está elaborado, por lo cual debe realizarse un proceso que contenga un plan de incentivos para el agricultor que le permita proveer alimentos básicos a un ente de distribución estatal; generar un plan de cooperativismo agropecuario que ayude la autosostenibilidad de campesinos y población que se dedique a la actividad agropecuaria para propio sustento y venta de los excedentes; y, fomentar el cooperativismo en otras áreas de la actividad.
Quezada plantea generar un plan de incentivos y compensaciones para la gran industria (monopólica y oligopólica) de alimentos, como: cereales, arroz, harina, aceite, enlatados cárnicos, atún, sardina, macarela y pescados, y crear una bolsa de productos para los grupos vulnerables.
Sobre el cooperativismo, el experto se pronuncia por el fomento del sector, pero con el modelo cubano, en el cual las cooperativas de campesinos alimentan a Cuba con pocos recursos tecnológicos y económicos. En este país “no hay exceso de comida, pero nadie se muere de hambre y todos están relativamente sanos, considerando que su población está agobiada por un injusto bloqueo”.
En definitiva, el informe de la FAO subraya que el crecimiento económico es la clave para el progreso en la reducción del hambre en el mundo. Pero el crecimiento no puede llevar a más y mejores empleos e ingresos para todos, a menos que las políticas se dirijan específicamente a los pobres, especialmente en las zonas rurales.
Al respecto, Quezada opina que hace falta educar al campesino en su realidad y entorno rural, promoviendo su permanencia en el campo como microempresario agrícola y fomentando negocios inclusivos para autosostenibilidad. Así “se evitaría en mucho la migración a la ciudad, al tiempo que debería proveerse de infraestructura básica de salud, sanidad y transporte que facilite la labor del campesino; de capacitación, tecnología e insumos agrícolas, aún de OGM (organismo genéticamente modificado) para tener cosechas resistentes a plagas y climas”.