Y la nave va: el cine nacional, viento en popa
El bueno, el malo y el feo: cine, economía y ley
Dos textos publicados en esta misma revista hace pocas semanas, el de Camilo Luzuriaga y la réplica de Jorge Luis Serrano, son insumos valiosísimos para hablar de lo que se está cocinando, en cuanto a legislación cultural, en nuestro país. El primero aborda el tema de lo cinematográfico tratando de responder a la pregunta: ¿el cine es una industria en el Ecuador? La respuesta es no.
Camilo tiene razón al negar el carácter industrial del cine ecuatoriano considerado en la actualidad. Pero mientras muchos dedicados al cine miran hacia lo industrial como una meta, otros lo ven como una amenaza, y el Estado apunta hacia la misma dirección con una legislación, una institucionalidad y unas políticas de fomento a la cinematografía. Por todo eso, hace falta hablar de industria, aunque no sea una realidad en este momento.
Industria. La palabra provoca temor y despierta prejuicios. Al volverse industrial el cine, acabaría con la libertad de creación, con el carácter autónomo e independiente de la producción y entonces se homologarían las obras para que respondan a las exigencias del consumo. El fin de la diversidad: esa sería la consecuencia del crecimiento de una industria en el cine local.
Pienso que eso es absolutamente falso. Es más, pienso que la garantía de que siga existiendo y se desarrolle mayor diversidad en nuestro cine está en la construcción de formas industriales de producción, de relación y de circulación. Es lo que permitiría que el cine, en todas sus formas, salga del espacio marginal donde se encuentra y alcance sostenibilidad como una actividad a la que se puedan dedicar todo tipo de ciudadanos de nuestro país, para ganar su sustento.
El cine no es solamente una actividad de creación artística circunscrita al ámbito de lo cultural, sino un universo con mucha relación con procesos de producción y de intercambio comercial. Además, últimamente, no se puede entender el cine solamente como la producción destinada a llegar a la pantalla grande, sino que se ha acercado —y en alguna medida confundido— con lo que hasta hace poco era una cosa completamente diferente: lo audiovisual.
A nivel planetario, la cinematografía vive una realidad muy cambiante: lo que sucede hoy se parece muy poco a lo que sucedía hace tan solo unos pocos años. Cambios en las maneras de producir, en las formas de reproducir, en los mecanismos de circulación, en las redes de difusión... cambios que generan modificaciones en los hábitos de consumo, lo cual a su vez transforma la forma de expresarse con el lenguaje del cine, porque nuevos son los códigos y formatos que recibe y entiende el espectador.
Desde hace más de medio siglo el planeta es rehén de una inmensa parafernalia de producción y de difusión que se llama Hollywood, que es una verdadera máquina de producir, no solo películas sino también espectadores, riqueza y, lo que es más insidioso e importante, legitimar y reproducir una manera de vivir y de entender la existencia. El tema no es solo cultural, también es comercial y, sobre todo, político.
Todas estas cosas deben ser sopesadas al pensar la nueva legislación que adeuda el Estado ecuatoriano a su ciudadanía desde hace más de 5 años. El Código Orgánico de Cultura y Patrimonio es una necesidad para actualizar, potenciar, armonizar, reorganizar y articular lo que establece la ley con respecto al campo cultural. Si bien la legislación debe pensar el conjunto de los procesos y realidades de los distintos ámbitos de lo que se entiende por cultura, patrimonio e interculturalidad, no puede dejar de pensar en las particularidades de cada sector ni puede dejar de lado lo que son las industrias culturales.
Gritos y susurros: cine y espectador
El cine nació en un intersticio entre lo artesanal, la feria, el desarrollo tecnológico, las necesidades de la ciencia y el arte. En el cine se combinaron desde el inicio expresión artística y las posibilidades de comunicación a través de la imagen. La circulación de las obras siempre fue parte de la reflexión y la apuesta de los creadores cinematográficos. Nunca se hizo cine sin buscar al espectador.
Hay una afirmación que se ha repetido hasta la saciedad últimamente: existe un divorcio entre el cine ecuatoriano y el público. Yo diría que se trata de un alejamiento entre cierto cine y cierto público.
Las razones pueden ser determinadas características de la producción nacional, la falta de calidad o la insistencia de los realizadores ecuatorianos en determinados temas o géneros que no atraen al espectador. Pueden ser también una distorsión de los resultados de las políticas de fomento, porque se habría impulsado solo un tipo de cine que no es el que puede llenar las salas. Y por último, se puede buscar la explicación en el esquema de circulación que existe hoy en el país. Lo más probable es que las razones sean de los tres tipos.
Desde hace 8 años se aplica de manera sistemática una política por parte del Estado ecuatoriano para fomentar la actividad cinematográfica. Es un período demasiado corto para establecer una sentencia definitiva condenando tales políticas e invalidándolas, pero al mismo tiempo es un lapso suficiente para establecer un primer balance y repensar las cosas a la luz de las nuevas realidades.
Es importante hacer el ejercicio de separar un balance de las políticas de fomento de una evaluación de las películas que se han hecho en ese período. Uno, porque el Estado puede ser responsable de lo que pasa con la producción en su conjunto, pero no puede hacerse responsable de los resultados artísticos de cada una de las obras producidas. Esa es responsabilidad de cada realizador, más aun cuando se ha respetado escrupulosamente su libertad de creación.
Dos, porque priorizamos un solo parámetro para juzgar el éxito o el fracaso de una película, y si ese parámetro es la cantidad de espectadores que la fueron a ver en cartelera, olvidamos una serie de condicionantes que van más allá de la calidad de la película y que son más determinantes que esta en los resultados que obtenga en el circuito comercial. De este sesgo no escapa Camilo en su análisis. Y tres, porque las obras son mucho más diversas de lo que se quiere ver, o de lo que se puede ver, pues el mercado, tal como está constituido actualmente, excluye muchas películas ecuatorianas y visibiliza solamente las más taquilleras.
Las cifras de audiencias en el circuito comercial con respecto a la producción nacional han disminuido, mientras la cantidad de películas finalizadas y puestas a circular se ha multiplicado, ese es un hecho. Pero para entender ese fenómeno, hay que ampliar la mirada y relacionarlo con muchos elementos más. Tiendo a pensar que nos hemos enfocado en la crítica a las producciones, cuando el meollo del asunto está ligado a problemas estructurales del mercado y que la solución debe buscarse por el lado de la distribución y la circulación.
Los hábitos de consumo de los contenidos audiovisuales han cambiado muchísimo en los últimos años. Posiblemente, el circuito de salas comerciales ha visto una proporción aun mayor de sus espectadores concentrarse en unos pocos inmensos estrenos, con campañas planetarias de promoción y omnipresencia mediática. Ese tipo de películas ha ganado aun más espacio en ese circuito, incluso comparando esta situación con lo que sucede con las producciones hollywoodenses más modestas: no es solamente un problema del cine ecuatoriano.
El espectador de esas salas pide espectáculo y entretenimiento, y eso, hasta ahora, nadie se lo puede brindar mejor que Hollywood, más aun en la nueva realidad tecnológica y de globalización de la programación del entretenimiento. La digitalización de todo el proceso de producción y exhibición de cine, que podía pensarse como una oportunidad de democratización, ha resultado en lo contrario: mayor concentración de un solo tipo de contenidos y formas de producción en el circuito comercial.
Encuentros cercanos del tercer tipo: otro cine, otro público, otros espacios
Hay otro público que pide otro tipo de contenidos, y lo que no se ha desarrollado en Ecuador es un circuito alternativo, o como se lo quiera llamar, para garantizar la relación de esa demanda con una oferta ordenada.
La constatación de la dominación planetaria de la industria del entretenimiento norteamericana podría llevarnos a renunciar a priori a la posibilidad de construir una industria cinematográfica o audiovisual en nuestro país y a volver a pensar en el cine como una actividad circunscrita al ámbito artístico creativo que apunta a formas de producción artesanales y a una circulación desvinculada del mercado de la exhibición.
Pero precisamente esa realidad nos dice que la única estrategia posible para desarrollar esta forma de expresión de nuestra diversidad cultural, a través de contenidos simbólicos propios, es la de fomentar la consolidación de procesos más formales e industriales en el sector.
No se puede pensar en la producción sin pensar en la circulación. Pienso que el Estado debe buscar resultados en dos terrenos: ampliando el espacio estrechísimo que en este momento tiene la producción nacional en el circuito comercial, e incentivando la estructuración de otro circuito, permitiendo que exista mayor circulación de contenidos diversos en otras plataformas. Esto lleva la oferta de programación hacia sectores de la población actualmente excluidos del mercado.
La ausencia de este circuito alternativo con funcionamiento regular y relaciones formales con la producción explica, por ejemplo, el auge de la circulación ilegal de contenidos (la piratería). Y el carácter masivo de esa circulación, de ese mercado, nos dice que existe un público con una demanda insatisfecha. Estamos hablando de exhibición, sí, pero también de comercialización de formatos de visualización domésticos, de teledifusión y de formas de distribución via Internet. El cine sigue siendo el contenido de toda esta multiplicidad de formas de circulación, pero el cine (la sala de cine) ya no es la única ventana posible para mostrar mi obra.
La consolidación de una oferta de producción nacional de calidad y diversa no es algo que se logre por decreto. En cambio, el fortalecimiento de procesos que activen una circulación mucho más amplia de la producción nacional (sistemas de distribución organizados, redes de exhibición consolidadas, dinámicas de formación de públicos más sostenidas) sí es algo que las políticas públicas pueden lograr, aunque haya que pensar los resultados de esas políticas en el mediano y largo plazo.
En 8 años de existencia del CNCine y de convocatorias anuales del Fondo de Fomento Cinematográfico se han logrado cosas muy positivas, pero hay una nueva realidad (resultado, en alguna medida, de la aplicación de esas políticas) que plantea retos diferentes. De lo que se trata hoy es de incidir para que las películas se puedan producir en mejores condiciones y que todas las propuestas circulen de mejor manera.
En otras palabras, creo que la razón principal de ese desencuentro entre la producción nacional y el público del circuito comercial no es una falta de calidad. En nuestro cine hay diversidad y hay calidad (obviamente no todas las películas son buenas, eso no puede suceder en ningún país del mundo), lo que pasa es que el espectador no llega a conocer esa diversidad en el circuito disponible. La encuentra en otros circuitos: eso explica la distribución en el momento actual de más de cien títulos de la producción nacional en formato DVD en todo el país.
La ley del deseo: el cine en el Código Orgánico de Cultura
Aunque solo tenga 8 años de vigencia, por razones ya expuestas, la Ley de Fomento del Cine Nacional debe ser repensada. La discusión del Código Orgánico de Cultura y Patrimonio expresa una necesidad real y legítima de reorganizar la institucionalidad cultural en el país. La actualización de la legislación de fomento al cine se inscribe dentro de un proceso más amplio y que debería ser más radicalmente transformador.
El Sistema Nacional de Cultura, con lo que todo el mundo puede estar de acuerdo, implica un problema cuando se trata de aterrizarlo. La reorganización de la institucionalidad cultural en el país no puede hacerse borrando con el codo lo que se ha hecho con la mano. No todas las leyes ni todas las instituciones han surgido de los mismos procesos.
La Ley de Fomento del Cine Nacional fue producto de un largo procedimiento de reflexión colectiva, de discusión ciudadana y de organización del sector. Por eso el CNCine tiene una cercanía, una legitimidad y una eficacia que las otras instituciones del sector cultural no tienen, o que han perdido. Por eso, y no por ningún tratamiento privilegiado ni porque se considere al cine como más importante que cualquiera de las otras expresiones artísticas, se debe mantener una institucionalidad específica para el desarrollo de la actividad cinematográfica en el país. Esto no implica que esté desvinculada del Sistema Nacional de Cultura, implica solamente que la ley reconozca una realidad que la sociedad y la economía reconocen.
En 2006 se estableció un régimen de incentivos que el Estado reconoce para el desarrollo de la actividad cinematográfica nacional. Para dar continuidad y potenciar esa política, que ha demostrado resultados ampliamente positivos, se debe encontrar la fórmula para que una legislación nueva estimule todas las formas de producción, la circulación y la promoción de una cinematografía y un audiovisual nacionales robustos, libres y diversos.
La actividad cinematográfica debe ser vista como un sector estratégico de la cultura y de la economía ecuatorianas porque el universo audiovisual es un territorio donde actualmente se disputan cuestiones políticas que tienen que ver con la soberanía y la posibilidad de sobrevivencia y de consolidación de imaginarios diferentes al pensamiento hegemónico. La contribución del cine y el audiovisual a la diversidad cultural, al avance tecnológico, al desarrollo económico, a la generación de valor agregado y la creación de empleo, aportan a la consecución del Buen Vivir.
Como manifestación artística y expresión creativa, el cine y el audiovisual son elementos básicos en el universo simbólico plurinacional e intercultural de los ciudadanos ecuatorianos. Junto a esa dimensión cultural y simbólica, es importante el carácter industrial de la actividad cinematográfica.
Con el fin de garantizar el acceso de los ciudadanos a la diversidad de la producción cultural se puede pensar en una cuota de pantalla para las salas de exhibición, pero eso no es suficiente. Hemos visto que la distancia entre la producción ecuatoriana en efervescencia y el público consumidor va mucho más allá del circuito comercial. Por eso, debe consolidarse un Sistema Nacional de Distribución Cinematográfica. Para cerrar el círculo de la industrialización se debe fomentar la internacionalización del cine ecuatoriano incentivando las coproducciones y también poniendo a funcionar una Comisión Fílmica que incentive y regule el uso del territorio nacional como espacio de desarrollo de producciones extranjeras.
Si apostamos por una verdadera transformación en el campo de la cultura, las artes y el patrimonio, este es el momento de la audacia, no podemos dejar de ser críticos, autocríticos, contemporáneos y ambiciosos.