¿De dónde nace el humor si no es de la abulia o de la necesidad de cambio? Especialmente si ese humor es la justificación perfecta para evidenciar la genialidad de seis tipos, cinco de ellos ingleses y un estadounidense, quienes a finales de los sesenta dieron vida a la troupe de humor que más le ha dado al mundo. No habría Seinfeld sin Monty Python, no habría Saturday Night Live sin ellos; no podríamos pensar en South Park o en Los Simpson sin ese Monty Python’s Flying Circus —nombre que le dieron a su show de televisión, transmitido por la BBC—. Nada, no tendríamos nada.
Por eso no extraña que ante el anuncio de sus últimos shows en Londres, en julio pasado —su regreso luego de casi 30 años de verse muy poco y de no actuar entre ellos—, las primeras 20 mil se agotaran en tan solo 43 segundos. Es que John Cleese, Michael Palin, Terry Jones, Eric Idle, Graham Chapman (fallecido en 1989) y Terry Gilliam son mucho más que un guiño de nostalgia. Juntos son poderosos.
Porque ellos, siguiendo la línea del absurdo del humor inglés y oliendo los cambios que esa década había gestado —con The Beatles a la cabeza— armaron algo que aún hoy se puede reconocer como único. Un humor en el que el final del chiste no tenía importancia.
Fueron desafiantes. Eran dos de Cambridge, tres de Oxford y uno de Minnesota (el gringo, el que hacía las animaciones del programa, con los años sería uno de los directores de cine más creativos e interesantes). Empezaron a comerse el mundo en octubre de 1969 y se crearon un nombre que uniera el apodo de un agente que tenían y el nombre de un animal impresionante como la pitón. Suficiente.
Para los ‘Pythons’ el humor funcionaba bajo la idea del “flujo de conciencia”, técnica que consistía en usar el chiste del sketch, hasta que la gracia se perdiera y luego abrir un diálogo con el siguiente sketch, cortándolo, sin ningún tipo de temor o generando una absurda relación entre todo, lo que le daba a la experiencia la sensación de unidad. “Perder la necesidad del punchline, remate, nos liberó absolutamente”, confesó alguna vez Terry Gilliam.
Cinco de ellos ya daban vueltas por la televisión inglesa como guionistas. John Cleese hizo un tour en Estados Unidos y ahí conoció a Gilliam; varios meses después, Gilliam viajó a Europa y en Inglaterra llamó a Cleese, que ya era famoso por ser parte del programa de humor The Frost Report. Cleese recomendó a Gilliam a un productor y este quedó encantado con su trabajo gráfico. Do not adjust your set (algo así como: “No ajustes tu televisor”), en 1968, fue el antecedente directo del show que haría historia. Palin, Idle y Jones eran miembros del elenco y escritores, mientras que Gilliam participaba en las animaciones. “Una vez sugerí hacer películas animadas, me dieron 400 libras y dos semanas para hacerlo. La única manera de hacerlo era recortar los dibujos y moverlos”, contó Gilliam a la revista Vice. Un año más tarde, decidieron crear su propio programa. “Fuimos donde los ejecutivos de la BBC y les dijimos que queríamos hacer un programa. ‘¿De qué será?’, nos preguntaron. ‘No sabemos’, dijimos. ‘¿Van a tener invitados?’. ‘No lo creemos’. ‘¿Van a tener números musicales?’. ‘No lo creemos’. ‘¿Cómo se va a llamar?’. ‘No lo sabemos todavía’. Entonces se dieron la vuelta y se pusieron a hablar entre ellos. ‘Bueno, solo les podemos dar 13 programas’, dijeron”, contó Jones en una entrevista. Monty Python’s Flying Circus fue transmitido por primera vez el 5 de octubre de 1969.

Estaban decididos a romper la unidad del programa, despreciar sus partes y jugarlas como si fuesen todas, todo. El chiste debía diluirse: un sketch se acababa y de la nada, en medio de otro, volvíamos al anterior. Los créditos de presentación podían aparecer a mitad del programa; o de golpe caía del cielo un yunque gigante de 16 toneladas marcando el final de un chiste, o entendíamos que la gracia se había acabado cuando surgía ese genial “Coronel” —interpretado por Graham Chapman— asegurando que ya nada tenía sentido y que se debía pasar a la siguiente broma.
Ese humor de ingleses con carreras universitarias no podía dejar de ser inteligente y fácil, al mismo tiempo. Llegaron a representar una conversación entre el Papa y Miguel Ángel sobre el número de figuras en una pintura “Soy el maldito Papa. Puede que no sepa mucho sobre arte, pero sé qué es lo que quiero…”. Sencillo.
El programa era un riesgo. Michael Palin lo definió hace pocos años: “No había ninguna clase de reglas ni límites”. Jones puso el dedo en la llaga: “En la BBC se jactaban de que ellos no solo no leían los guiones sino que tampoco veían los programas antes de emitirlos”. Y eso pasó factura. La BBC vio el cuarto programa y eso fue suficiente para amenazar con sacarlo del aire. La presión de medios y público hizo que regresara, y 45 episodios después —con malos pagos de por medio, cambios de horarios y censuras— el grupo no dio más. Graham Chapman se dejó llevar por el alcohol y John Cleese ya no quería saber nada de nada. Es más, si bien siguió figurando como miembro del sexteto, Cleese no grabó nada para la última temporada. “Nos trataban como la mierda”, sintetizó Eric Idle.
Era 1974 cuando el programa terminó. Llegó entonces el cine. Con Monty Python and the Holy Grail recrearon en clave de humor el mito del rey Arturo y la búsqueda del santo grial, con dinero de bandas como Led Zeppelin y Genesis, que fungieron de financistas. La película fue un éxito, pero hacerla fue una pesadilla en terreno escocés: “No había paraguas y estábamos empapados todo el día. Cuando terminábamos, salíamos disparados a los coches, y había una carrera por ver quién regresaba primero al hotel, ya que solo había agua caliente para un sesenta por ciento de la gente que estaba allí”, recuerda Cleese.
En 1979 hicieron Life of Brian, una mirada sarcástica a la historia de Jesús, a través de la vida de Brian Cohen, interpretado por Chapman, a quien muchos confunden con el mesías (“¡Lo han entendido mal! ¡No deben seguirme, no deben seguir a nadie. Tienen que pensar por ustedes. Ustedes son individuos!”, grita Brian, desesperado, a una muchedumbre. “¡Sí, somos individuos!”, responde la muchedumbre). Pero nadie quería darles dinero. La BBC apostó inicialmente, pero faltando una semana para iniciar el rodaje, alguien leyó el guion y montó en cólera: “¡No podemos financiar una película sacrílega!”, dijo. Entró a escena, entonces, George Harrison, quien decidió hipotecar su mansión y dio ese dinero a sus amigos para que hicieran su película. “Él quería ver la película. Llegó a pagar la entrada más cara de la historia para verla”, suele bromear Eric Idle.
The Meaning of Life es la película que más recuerda a su programa de TV, ya que no tiene un argumento central y era más bien la unión de varias bromas, una detrás de otra. Su estreno fue en el festival de Cannes de 1983 y ganó el premio especial del jurado.
Para entonces, la suerte del grupo ya estaba echada: Cleese se volvió a ir, Chapman ya empezaba a manifestar síntomas del cáncer de amígdalas y espinal que lo mataría a finales de los ochenta. Terry Gilliam se dedicaría a lo suyo, dirigiendo maravillas como 12 monos, Brazil y Pánico y locura en Las Vegas, entre otras.
Por eso, este retorno de 2014 sin Chapman fue triunfo y derrota. Él no estuvo en los shows de la O2 Arena, pero apareció en videos. Cantó e hizo reír a los fanáticos, en unos eternos 30 años, mientras sus amigos han llegado a la séptima década de vida. El humor no se muere porque las bromas de los Monty Python no tienen final, solo se cortan porque se puede decir algo más. Por ejemplo...