Voz, escritura y alienación (el siglo XIX latinoamericano)
Al final del artículo de José Joaquín Fernández de Lizardi, escrito en 1821 y titulado ‘Chamorro y Dominiquín (Diálogo jocoserio sobre la Independencia de América)’, la voz del personaje que conducía la discusión a la manera de un diálogo platónico sufre una fractura. Se trata de una pequeña dislocación digna de un escritor brechtiano avant la lettre. La voz didáctica de Chamorro, empeñada en cargar de reflexiones de orden político la comprensión pedestre y pragmática de la vida que tiene Dominiquín, se devela como la voz del propio Lizardi, autor del texto e ideólogo detrás de El pensador mexicano, periódico liberal y apelativo que servía como firma del propio Lizardi: “Unión, fraternidad y paz es lo que a todos desea El Pensador… No me acordaba de que estaba hablando Chamorro”(1).
Buena parte de la visión autoral de las letras latinoamericanas del siglo XIX puede leerse a partir del desenmascaramiento realizado por Lizardi en ese pequeño artículo y, concretamente, en el fragmento citado. José Martí, Andrés Bello y Esteban Echeverría son algunos de los autores de dicho siglo cuyas voces literarias también se empeñaban por articular una serie de programas sociales, civiles, educativos y políticos. El síndrome del polígrafo latinoamericano hizo que muchos escritores, a falta profesionalización o a partir de una concepción funcional de la literatura, compartan sus páginas de ficción y sus versos con ideologemas programáticos. Dichas misiones intelectuales fueron canalizadas por la vía de la plasticidad temática y estilística del ensayo latinoamericano pero también se colaron entre las líneas de las obras narrativas así como de la poesía.
La finalidad escritural adopta la forma de la transformación política o la sanación social: “El asunto se reducía a ‘instruir deleitando a nuestro pobre pueblo’, clavar una pica en Flandes, porque, según (Lizardi) entiende a Cicerón: no nacimos para nosotros, sino para servir a la república”(2). No sorprende, entonces, que una de las mayores preocupaciones de las letras del siglo XIX sea la configuración del Estado-Nación (o de una independencia constitucional como en el texto de Fernández de Lizardi citado) a partir de las letras como catalizador de la identidad, elemento pedagógico y emplazamiento de la cultura local. Esta literatura, por lo tanto, da cuenta de la fractura que señala Jacques Derrida como constitutiva del pensamiento occidental: la supresión de la escritura por la voz(3). Esta voz literaria latinoamericana se carga necesariamente de una serie de valores como la verdad, la autoridad y la necesidad de configurar un espacio cultural ya que necesita legitimarse a sí misma para sostener sus argumentos y articularlos a los diferentes proyectos nacionales.
En el caso específico de Fernández de Lizardi, dentro del diálogo de Dominiquín y Chamorro opera una noción de literatura que no se puede desligar del activismo político y del deseo de formar una opinión pública desde un marco ilustrado: “El deseo lizardiano: nivelar a los mexicanos en una clase media culta, dialogante y bien alimentada; justa medianía fantaseada por algunos proyectos liberales. Fuera dones y galones y títulos de Castilla porque No es señor el que nace, sino el que lo sabe ser”(4). La noción lizardiana de literatura, en este caso, cuenta con una función inscrita de antemano. Un cambio de noción de literatura implicaría, asimismo, una transformación de su función; esta relación dialéctica operaría también en el sentido contrario(5). Es el caso, como veremos más adelante, de otra obra del siglo XIX, la novela brasilera El alienista de Joaquim Maria Machado de Assis.
La necesidad de vincular contenido literario y función carga de un valor particular a la literatura llamada realista. Si bien Jorge Luis Borges afirma que “la realidad no pertenece a ningún género literario”(6), proyectos literario-sociales como el de Lizardi se articulan a un condicionamiento funcional adjudicado a la literatura realista. Esta adjudicación implica una sobrevaloración de la importancia social e identitaria de la literatura (en términos de John Beverley)(7) y una adscripción de la misma a proyectos de corte político. Puede decirse que la noción de literatura que opera en un determinado momento histórico obedece a las funciones que la colectividad encuentra o demanda de ciertos textos de acuerdo con el contexto y la coyuntura(8).
Es más, una literariedad específica no “determina su adscripción a una literatura nacional determinada, mientras que el término ‘hispanoamericano’ apenas alcanza una determinación geográfica”(9). En otras palabras, la autenticidad literaria, según la perspectiva de Carlos Rincón, depende de la singularidad de cada trabajo textual sin que su programa social o incluso su género o configuración formal sean de antemano determinantes en la magnitud o importancia de dicha singularidad. De hecho, Rincón, siguiendo una reflexión de Werner Krauss, señala que “la existencia de los géneros es previa a la existencia de una literatura”(10). Así, El alienista no resulta una obra auténtica por el hecho de haber sido escrita por un brasilero ajustado a las convenciones narrativas de la novela o por ofrecer un panorama de la supuesta realidad de su país. El valor de su obra parte de una escritura que si bien puede decirse realista, mantiene tópicos que cuestionan la razón, es decir, ese sustento racional que carga de valor social y programático al realismo como ocurre, por ejemplo, en el texto de Lizardi.
Dentro de El alienista, la ironía se apodera del relato de ficción y así desestructura desde el interior de la narración las posibilidades de sistematizar la realidad social y, por ende, de ordenarla en el marco de un programa intelectual que, en el caso de la obra, está emplazado en el poder de la ciencia. Simão Bacamarte, el eminente médico que regresa de Europa a un pequeño pueblo de Brasil para investigar el origen de la locura, termina atrapado por su propia concepción “científica” de la locura luego de causar una serie de alborotos e incluso subversiones en la población. Machado de Assis ofrece, 60 años más tarde que el texto de Lizardi, una concepción distinta de la literatura en cuanto a su función a partir de una noción diferente. Es significativo que el científico que protagoniza la novela sea un médico, el tipo de individuo (podemos leer en él también a un letrado metropolitano que, además, es un arabista) instituido con un poder que es capaz de decidir sobre el cuerpo de otras personas en razón de un discurso legitimado por la ciencia, que se apoya en una epistemología así como en una gnoseología que están centradas en la ‘verdad’ y su administración en el orden de lo corporal. De este modo, la inscripción del cuerpo dentro de la norma se da a partir de dicha noción de verdad.
La definición de la locura en la obra, expuesta en sucesivas versiones por el propio Bacamarte, sigue un trayecto argumental que va desde la más pequeña diferencia entre las personas hasta el estricto ajuste a las normas sociales. El objetivo del médico es encontrar la cura contra la locura, la prerrogativa desde la cual Bacamarte actúa se sustenta en la creencia (o determinación científica) de que es posible establecer reglas susceptibles de ser aplicadas a todos los seres humanos. El protagonista de la novela empieza su labor con la seguridad de que cada acto humano es susceptible de predicción, explicación y justificación. Sin embargo, la novela termina por señalar la imposibilidad de reducir los individuos a meras actualizaciones de leyes supuestamente universales(11).
En aquella configuración del científico como hombre de poder se encarna uno de los tópicos de la literatura hispanoamericana, sobre todo del siglo XIX. Mientras Lizardi habla desde la posición del letrado iluminista capaz de conducir al pueblo o, al menos, con la facultad de señalar los caminos posibles y despejar dudas, Machado de Assis se muestra mucho más escéptico a propósito de la naturaleza humana. Su noción de literatura es más compleja de la que se manifiesta en el texto de Fernández de Lizardi pues presenta una trama dramática dentro de la cual el enfrentamiento de los discursos va más allá de la posibilidad de establecer el buen o mal gobierno. Machado de Assis hace del discurso científico y, por lo tanto, del discurso emparentado con el poder o legitimado por este, un discurso delirante que, en principio, obedece a los privilegios otorgados por el ordenamiento social hegemónico a ciertos individuos.
Lizardi, a través de la ventriloquización de Chamorro, deja oír su propia voz ocultado tras un personaje que podríamos llamar pedagógico o didáctico. No obstante, la ruptura que provoca al final del texto genera un efecto, quizás involuntario, de distanciamiento. Este distanciamiento rompe la ficcionalidad de Chamorro, hace entender al lector que es el propio Lizardi quien postula y sostiene los razonamientos del personaje. La posibilidad de escritura sobre la que reflexiona Derrida, de una ficcionalización que vaya más allá de la voz autoral implica una pronunciada limitación en ‘Chamorro y Dominiquín (Diálogo jocoserio sobre la Independencia de América)’ y, por extensión, en varios textos del siglo XIX que sostienen la voz por encima de la escritura.
Machado de Assis —su construcción novelística— ya no desarrolla la discursividad textual desde la necesidad de establecer un tutelaje por encima del lector. Si bien El alienista puede leerse como una alerta ante el poder, la demagogia y los usos delirantes y opresores de los poderes instituidos, su propuesta es ante todo estética y crítica sin ser programática. La inscripción ideológica de un ‘deber ser’ es cuestionada dentro de la novela pues tal como es configurada por el discurso científico, termina capturada por el propio discurso, canibalizada por su paranoia constitutiva. Dentro de esta comprensión de la paranoia como hiperracionalidad y sobreinterpretación, el discurso de Bacamarte puede leerse como una serie de intentos por imponer un orden a un conjunto social. Sin embargo, esta agrupación heterogénea rápidamente se ve presa del desorden al existir un exceso de personas que han sido calificadas de deficientes mentales y encerradas en la Casa Verde, la edificación creada para tratar la supuesta enfermedad.
La narración de Machado de Assis, a diferencia de la narración de Fernández de Lizardi que se instituye como voz propia, cuestiona desde la ironía la posibilidad de establecer o planificar una sociedad perfecta. La escritura de Machado de Assis se manifiesta como una expresión crítica dentro de un mundo atravesado por las diferencias, una voz entre otras voces, con su peso diferencial estético y crítico. La escritura, por lo tanto, como manifestación de un orden artístico, se constituye como necesidad no desde una suerte de teleología programática sino desde la insuficiencia de la realidad, desde la imperfección del ser humano como estímulo escritural. No obstante, el objetivo final no es la posibilidad de perfeccionamiento de dicho ser imperfecto sino la inscripción de dicha imperfección como huella irónica. La escritura desencantada de Machado de Assis da cuenta del vacío constitutivo del ser humano, el vacío de verdades que requiere, debido a ese mismo motivo, de una construcción y un sostenimiento desde el poder.
Puede decirse que Fernández de Lizardi entiende el poder como un elemento situado fuera del discurso. De hecho, emplea la promoción de su programa como una forma de contestar al poder sin percibir que su propia discursividad da cuenta de un poder letrado que pretende movilizar en función de un aparente bien común. En El alienista, por el contrario, se enfatiza el carácter frecuentemente perverso del ser humano. Cuando el barbero organiza una subversión contra el poder dirimente y sobredimensionado que ha adquirido Bacamarte, la obra desenvuelve su profunda criticidad pues da cuenta de cómo la oposición al poder también puede nacer de impulsos egoístas o delirantes. El contrapoder, por lo tanto, puede ser entendido como un reflejo del poder pero orientado en dirección opuesta. Las palabras y los discursos se revelan, en esta obra, como capaces de señalar sus propios límites. La novela misma puede ser comprendida como un discurso, pero no se trata de uno transparente, sino capaz de señalar las fisuras que constituyen el propio discurso legitimado por el poder.
Así, esta obra literaria se revela como pura literariedad, como la inevitable creación de una distancia infranqueable entre el texto y la realidad a la cual intenta remitirse. En el análisis de Carlos Fuentes de la obra de Machado de Assis se señala un vínculo directo del autor brasilero con la narrativa de Miguel de Cervantes. Fuentes, de hecho, titula a su análisis ‘Machado de La Mancha’.
La figura del autor como alfa y omega de su propia obra, como el ser privilegiado que guarda la clave para entenderla, queda cuestionada desde el interior de la obra muchos años antes de ‘la muerte del autor’ articulada por Roland Barthes. Esta posibilidad descentrada de lectura dentro de El alienista se debe a la construcción literaria del personaje principal. Si este reputado hombre de ciencia (equiparable al homme de lettres del siglo XIX) es incapaz de sistematizar el mundo desde su ciencia y su biblioteca, esto significa (en la reducción al absurdo que implica que el propio Bacamarte termine designándose como el único verdadero loco de la villa de Itaguaí) que la verdad está fuera de sí y que las aproximaciones a ella no son más que eso, aproximaciones.
Sin embargo, la obra no se vuelca enteramente hacia el irracionalismo. Así como sucede con el Dr. Bacamarte, la obra termina por cerrarse en sí misma. En la imposibilidad de instituir el orden social desde el discurso planteado por su narración, El alienista termina postulando un profundo desencanto y una muy crítica desconfianza en las capacidades gnoseológicas del hombre moderno. La agonía de Bacamarte, encerrado como un demente bajo su propia decisión, equivale asimismo a una especie de momento extático ligado a su ambición científica: curar, es decir, definir la locura.
Al constatar esta deficiencia constitutiva del lenguaje y la racionalidad, el alienista termina encerrado en la Casa Verde que él mismo ideó y muere: “Dicen los cronistas que murió a los diecisiete meses, en el mismo estado en que entró, sin haber podido alcanzar nada”. La imposibilidad de cercar la locura termina por encerrar al razonamiento científico y por hacer de Bacamarte un prisionero de sí mismo y de su sistema. La obra se cierra con la muerte, con esa desfiguración del discurso unitario que es el rumor. Finalmente, Machado de Assis no nos deja más respuesta, después de la ironía, que el silencio. Es decir, plantea una pregunta que permanece abierta y que resuena entre las paredes de la Casa Verde. ¿No ha sido el planeta Tierra muchas veces descrito como una gran casa verde que nos cobija y a la vez nos encierra a todos?
Notas
1.- Fernández de Lizardi, José Joaquín (2006). ‘Chamorro y Dominiquín (Diálogo jocoserio sobre la Independencia de América)’, El laberinto de la utopía, una antología general. México: Fondo de Cultura Económica, p. 174.
2.- ____________ p. 19.
3.- González Echevarría, Roberto (1993). ‘Sarduy’s Cobra’, Celestina’s Brood. Durhman: Duke University Press, p. 223.
4.- Fernández de Lizardi, José Joaquín, op. cit., p.41.
5.- Rincón, Carlos (1996). ‘El cambio actual de la noción de literatura en Latinoamérica’, en Saúl Sosnowski, (comp.), Lectura crítica de la literatura americana. Actualidades fundacionales, IV. Caracas: Ayacucho,
p. 389.
6.- Borges, Jorge Luis (1999). ‘Agradecimiento a la sociedad argentina de escritores’, Borges en Sur. Barcelona: Emecé, p. 301.
7.- Beverley, John (1996). ‘¿Postliteratura?’, en Beatriz González Stephan (comp.) Cultura y tercer mundo: 1. Cambios en el saber académico, Caracas: Nueva Sociedad.
8.- Rincón, Carlos, op. cit.
9.- ___________ p. 417.
10.- ___________ p. 416.
11.- Namorato, Luciana (2009). ‘Machado de Assis Digested? A Case of Cannibalism in Brazilian Twenty-First Century Literature’, en Michael Handelsman y Olaf Berwald,(comp.). La globalización y sus espejismos. Quito:Editorial El Conejo, p. 156.