La magia de Ernesto Sábato vive aún en su vieja casona de la apacible localidad de Santos Lugares, en la periferia oeste de Buenos Aires, a 40 minutos en tren desde la cabecera ferroviaria porteña de Retiro. Aquí, entre casas bajas, vecinos que se saludan por su nombre a cada paso y el aleteo de aguiluchos sobre las copas de los árboles, los recuerdos del autor de Sobre héroes y tumbas se suceden en cada esquina.
A cinco cuadras de la estación, desandando las vías de regreso a la capital, nace la calle Langeri, donde el escritor, pintor, ensayista y físico argentino vivió desde 1945 hasta su muerte, hace 3 años. En el número 3135, la Casa de Ernesto Sábato cumple hoy el último deseo de quien fuera su dueño: que siga abierta a vecinos y visitantes en general, como sucedió durante décadas todos los 24 de junio, el día de su cumpleaños. La última visita colectiva se celebró aquí en 2005 cuando el escritor tenía ya 94 años. Su familia decidió entonces resguardarlo por el precario estado de su salud.
“Los vecinos tocaban el timbre e iban pasando de a uno, se acomodaban en los sillones y pasaban horas escuchando a mi abuelo. Yo hacía pastelitos y el mecánico de la vuelta traía una enorme torta de frutillas. La casa se llenaba de gente, la mayoría desconocida que venía incluso de lejos. Pero todos eran siempre muy respetuosos. Llegaban, se sentaban, saludaban a mi abuelo, se quedaban un rato y partían. Mi abuelo hablaba y hablaba. No paraba de hablar…”, cuenta Luciana Sábato, nieta del escritor.
Ernesto Sábato es un ícono de la literatura argentina. Nacido en 1911 en la localidad bonaerense de Rojas, fue un prominente físico-matemático recibido en la Universidad de La Plata, con trabajos en el Laboratorio Curie de París y en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). De militancia comunista en su juventud, cambió las ciencias por el arte y la literatura tras codearse con los exponentes del movimiento surrealista en la capital francesa a fines de los años treinta. Entonces comenzó a delinear una exitosa carrera literaria coronada por grandes novelas como Sobre héroes y tumbas, El túnel y Abaddón, el Exterminador, así como por numerosos ensayos.
“Regaló todos sus trabajos y materiales sobre Física a varios de sus colegas, entre ellos el médico argentino Bernardo Houssay, premio Nobel de Medicina en 1947. Quería dedicarse de lleno a escribir”, cuenta Luciana.
En su vida pública, Sábato fue durante muchos años cuestionado por haber participado en una reunión de intelectuales —junto a Jorge Luis Borges— con el exdictador Jorge Rafael Videla en 1976. Pero 4 años después, en plena dictadura, no dudó en firmar una solicitud publicada en el diario Clarín que exigía conocer el paradero de los miles de desaparecidos. En 1984, ya en democracia, presidió la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep) que recogió los testimonios de las víctimas del régimen militar y sirvió de base para los juicios a los dictadores que impulsó el entonces presidente Raúl Alfonsín. Además, el organismo fue el encargado de redactar el libro Nunca Más. Ese mismo año Sábato recibió el Premio Cervantes.
La vivienda-museo, una vieja casona ubicada frente al humilde club Defensores de Santos Lugares, donde fue velado el escritor por su propio pedido, abre sus puertas los miércoles, de 10 a 14, y los sábados de 12 a 18. La entrada es gratuita y solo se solicita, al final del recorrido, una contribución que sirve al mantenimiento de la casa.
Allí Sábato vivió durante décadas con su esposa, Matilde Kusminsky Richter, que murió en 1998, y sus dos hijos Mario y Jorge; este último también fallecido en un accidente automovilístico. El lugar es ajeno al aire frío y señorial de los viejos museos. Respira vida y arte por todos los rincones. En frente de la casa, un enorme grafiti con el rostro del escritor da la bienvenida al mundo Sábato.
“Se enamoró del lugar. Es un barrio de clase media trabajadora, casas antiguas, muy tranquilo. Mi abuelo salía a pasear y todos lo saludaban. Incluso, cuando debía ir al centro de Buenos Aires, salía con su perro Roque hasta la estación. Cuando llegaba el tren, mi abuelo se subía y Roque volvía solito a la casa”, dice Luciana.
Arquitecta y nieta ‘consentida’ que vivió varios años con su abuelo y reacondicionó cada sala, Luciana recibe al visitante en la puerta vestida de manera informal y con una sonrisa. Ella, que en su infancia pasaba allí fines de semanas enteros y hasta semanas durante las vacaciones de verano, es la encargada de guiar la visita de 40 minutos, amenizada con videos, para grupos no mayores a 15 personas por vez.
No hay nada mejor que llegar a la casa de la calle Langeri un miércoles a las 10 en punto. Si hay mucha suerte ese día y nadie más acude a la cita temprano, el recorrido será individual. Y nada mejor que acaparar, por un rato, al menos por un rato, algunos recuerdos sobre Ernesto Sábato.
“Era un poco cascarrabias y muy exigente. Cuando me sacaba un ocho en la Universidad, me decía: ‘¿Y por qué no un 10?’. Pero era una gran persona. Para mí, era simplemente mi abuelo”, resume Luciana, sentada en uno de los sillones de la biblioteca de la casa, donde aún respiran unos 6.500 viejos libros de la colección personal del autor. Allí se ven fotos del escritor, sus muebles originales restaurados, adornos, algunos discos y videos como el del festejo de sus 80 años. En esos mismos sillones se sentaron alguna vez los expresidentes Alfonsín (1983-89) y Néstor Kirchner (2003-2007).
Tras pasar por el jardín, entramos a una sala de estar, donde se juntaba toda la familia Sábato los fines de semana. Allí se desparraman su vieja máquina de escribir gris y verde marca Olivetti, sus anteojos de gruesa montura marrón y una antigua grabadora, con la que se empecinaba en estudiar inglés. A un costado se abre el atelier, donde se exponen seis de sus pinturas, además de muchas otras que le fueron regaladas a lo largo de su vida. Ese era el lugar donde Sábato se dejaba llevar por otra de sus pasiones, las artes plásticas, un universo que él quiso mantener entre cuatro paredes, casi en secreto.
“Nunca quiso exponer sus trabajos. Le tenía miedo a la crítica. Pero ahora unas pocas de sus obras están expuestas aquí. El resto, unas 60 pinturas en total, está repartido entre la familia, muy bien resguardado”, dice Luciana.
La casa se pierde luego entre un viejo lavadero y el jardín que recibe al visitante en la entrada, decorado con viejos árboles en los que anida un aguilucho blanco de gran tamaño y una enorme rueda de carreta. La cocina y las habitaciones de la casa están fuera de la visita, ya que allí vive hoy otro de los nietos del escritor. El enorme sótano, que en el pasado estaba acondicionado como un departamento, está cerrado ya que se inunda con mucha facilidad. Luciana entreabre la puerta a ese mundo subterráneo: el agua se divisa bajo las escaleras.
“Mi abuelo le compró esta casa en 1945 a Federico Valle, un productor de cine muy importante de esa época. Aquí, según dicen algunos vecinos, Valle albergó durante 2 años el escritor Jorge Amado cuando debió escapar de Brasil tras un golpe de Estado”, cuenta.
La casa-museo, inaugurada el 20 de septiembre de este año, es un viejo anhelo de la familia. El cineasta Mario Sábato, hijo del escritor, dice a cartóNPiedra: “Lo que antes de la muerte de mi padre era para mí una conjetura, se me convirtió en una certeza cuando miles de personas fueron a despedirlo al modesto club de barrio donde pidió ser velado” frente a su casa, el 11 de abril del 2011.
“Fue un consuelo sentir que tanta gente compartía mi dolor. Más que mi pena, compartían conmigo a mi padre. Supe entonces que su legado era de todos, y la casa era el lugar para albergarlo. Mi padre me había pedido que su casa, nuestra casa, se abriera a la comunidad después de su muerte. Haberlo conseguido, a pesar de tantas penurias, con tan pocos apoyos, con el esfuerzo de 4 años, me alegra. Sé que cumplí con mi padre, y que también cumplí con la comunidad de los que lo admiran”, indica.
Pero no solo en su casa vive la memoria de Ernesto Sábato. El lunes 11 de noviembre los porteños recuperaron el viejo bar Británico, que había cerrado sus puertas y donde el escritor, acodado en una de sus mesas entre café y café, se inspiró para delinear algunos personajes de Sobre héroes y tumbas.
El famoso café, considerado un ‘bar notable’ por el municipio local, está ubicado en la esquina de las calles Brasil y Defensa, en el tradicional barrio de San Telmo.
“Este bar respira cultura. Aquí dicen que Sábato creó algunos personajes de su novela más recordada”, dice su nuevo administrador, Norberto Aznarez.
Mario Sábato afirma: “Sé que iba con alguna frecuencia cuando estaba escribiendo Sobre héroes y tumbas, pero el mío es un conocimiento remoto e incierto: yo tenía 11, 12 años en esa época y no andaba preguntando cosas que tampoco me interesaban”.
Y concluye: “Años después, cuando hice mi primer cortometraje, El nacimiento de un libro, fuimos dos o tres veces juntos al bar Británico. La película trataba sobre la creación de aquella novela, y mi padre me acompañó para mostrarme y contarme los escenarios de su ficción”.
La visita termina. Un grupo de cinco personas espera su turno para entrar. Dos enormes aguiluchos se pelean en la copa de uno de los árboles. A lo lejos se divisa la llegada del tren. La estación Santos Lugares bien podría llamarse Ernesto Sábato.