Ecuador / Miércoles, 24 Septiembre 2025

Parra de un siglo

Foto: Internet

En su Altazor, Huidobro no solo se llamó a sí mismo antipoeta, además de mago, sino también anticulto. Tiene razón Heriberto Yépez en su artículo Para qué antipoetas en tiempos aciagos(1) cuando asevera que aquel fue demasiado mago para ser antipoeta. Quizá sea el más poeta de los antipoetas chilenos y el más culto de los anticultos. Discrepo, eso sí, con que Neruda haya sido antipoeta y mago.

Si en Chile hay uno de esa especie bífida es Pablo de Rokha: usó el lenguaje popular, coloquial y oral en la poesía contemporánea antes que nadie, baste su Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile o su Rotología del poroto. Mago, también. Uno lo lee hoy, casi cien años después, y es visionario y profético. La Mistral quizá sea la más anticulta de los cuatro grandes.

Por su parte, Nicanor Parra releva el título de antipoeta. Lo hace suyo, hace casi 60 años, sin pedirle permiso a nadie. Con una sonrisa de oreja a oreja y guiñando un ojo. Sin embargo, leyéndolo hoy quizá resulte ser más el primer antimago que el último antipoeta. Y con eso digo todo.

El primer tomo de sus Obras completas & algo + me produjo una grata ansiedad de seguir leyendo todo Parra. Quedé contento. Fui a Las Cruces y me vine con un "queda pendiente la Dedicatoria". No obstante, el tomo segundo me dejó un sabor un tanto amargo. Primeramente, debería llamarse Obras completas & algo -, ya que a pesar de las excusas editoriales termina siendo una antología de su trabajo.

Se omite parte importante de las obras visuales y de lo último de su producción no hay registro, ni siquiera una miradita. Por ejemplo, el extenso y fundamental poema Temporal (UDP, 2014), recuperado de unas grabaciones de los años ochenta por Adán Méndez, queda fuera siendo que, según Parra, es el momento más alto del tono en el cual hablaba la voz de la tribu. Da la sensación de que la tardanza en la aparición de este volumen tiene que ver con la espera del cierre del boliche, pero el boliche sigue abierto y Parra ganó el Cervantes, el Premio Iberoamericano Pablo Neruda y sigue a la espera del Nobel o el Nobel de él.

Hace un tiempo hablaba con unos amigos sobre los tonos de la poesía. Un poeta no solo logra convertirse en un autor, ni siquiera en una obra, sino que en un tono. Ese es su éxito. No me refiero a un tono único sino a que cada verso, poema, libro sea distinto, aunque algo los una. Un tono que deconstruya la prepotencia de la lengua, así como lo hace el estilo con respecto a la moda (Echavarren dixit).

A pesar de esta particularización un tanto antojadiza, creo que la propia poesía chilena se ha convertido en un tono. En efecto, ahora que hablo de la poesía chilena no pienso en ningún poema, ningún libro, ninguna obra, ningún autor o autora sino en ese sonsonete mental, ese signo lingüístico que puede llegar a ser un país. Parra es un tono, un tono grave a pesar de su aparente liviandad. Un tono que ha sabido mutar y ser el mismo.

No hay que ser muchas personas, personaes, personajes para tener varios tonos; de hecho, podría pensar en épocas en que los autores se engolosinan con sus descubrimientos verbales. No sucede así con Parra en quien podemos reconocer la época de los antipoemas, la época de los artefactos, la época de los poemas políticos, la época de los poemas ecológicos, la época de las obras visuales, la época de los discursos de sobremesa, etc. Pero no me convence esa clasificación.

El tiempo es aciago. Sigo creyendo en el tono. Más que un gesto y menos que una voz. Personal, sin ser necesariamente biográfico. Menor, en el sentido de lo minoritario de Deleuze y Guattari. En Parra esos tonos hacen sentido cuando se enfrentan a los metarrelatos culturales, a las instituciones de la burguesía, a las formas-de-vida del capitalismo, a la Poesía. Sea ese corazoncito con patas, ese Mister Nadie, tal vez, la visualización de ese tono.

Heriberto señala que "Parra explotó su nicho", pero la obra viva de Parra, su tono, tiene poco más de 75 años y en dicho tiempo muchas cosas han pasado. No solo en la ficción poética sino que también en la ficción histórica. El hecho de ser el más longevo de los poetas chilenos termina jugándole en contra. Nadie lee de verdad a los autores cuando están vivos. Menos aun a Parra y sus obras incompletas.

El lector es una extrapolación de Drácula. Prefiere la sangre a la tinta. Un libro de un autor vivo le llega al corazón, pero cuando está muerto, él muere también, de gozo, pues puede leer tranquilo. Un autor en su último momento puede decir que todo era una broma o una cámara oculta. Un bello final como el de Huidobro que en su lecho de muerte al mirar a su sufriente amiga Henriette Petit le dice: "¡Cara de poto!" (culo). Veremos si Parra por ser el último que ría, reirá mejor. Confío en su testamento bajo la manga.

Parra, en efecto, le bajó el volumen a la obra de Neruda, pero sin querer queriendo, al menos en Chile, lo hizo también con De Rokha, Huidobro y Mistral. Solemos hacer un corte abrupto entre él y estos pero no hay tal. Parra es su lector más activo. Los cuatro grandes están en toda su obra, ya sea como guiños, discursos de sobremesa o ajuste de cuentas.

Al que sitúa de manera más lejana a él es, sin embargo, al que más se le parece: De Rokha. Como ya decíamos antes, ambos comparten una koiné, una lengua vulgar pero entre ellos distinta. La voz coloquial de De Rokha es la del campesino, la del huaso, y la de Parra es la del citadino, el que se reconoce en la urbe, en sus medios de comunicación masiva, en su mundo laboral de bienes y servicios.

El famoso parricidio/parracidio con Neruda no es tan así. Fueron dos poetas que se leyeron y admiraron en un secreto a voces. Se piensa que Neruda cierra una etapa y Parra abre otra, pero yo creo que es al revés. Neruda inaugura el perfil del poeta cosmopolita, que sale del horroroso Chile al mundo y que es parte de un diálogo cultural internacional, antecedido por Huidobro con respecto a Francia. Por su parte, Parra clausura lo que se había entendido como poema, cúspide del poeta profesional, mediante ese tono amateur, desatento al salón literario y al impresionismo de la crítica o del público perezoso.

Poetizar una vida, o la vida misma, no es tarea fácil. Requiere una curatoría hecha con escalpelo y un vigor como el de Parra o Bertoni que hacen decenas de anotaciones al día. Cuando ya no se escribe para la literatura, simplemente se escribe. Esa es la enseñanza de Parra. En cuanto a sus incursiones vanguardistas ahí quedan, en el gesto que es la vanguardia. Así, sus Tablitas de Isla Negra o las bandejas de cartón escritas y dibujadas se suspenden en el hermoso silencio de su manufactura.

La poesía latinoamericana conoció a Parra y mediante él conoció la poesía beatnik. De cierta manera, uno de sus principales aportes es haber sido esa bisagra. Parra podría ser leído como el mediador chaplinesco de la Guerra Fría. No en vano sus aventuras en la Habana fueron un episodio sintomático de aquella época. Parra es siempre Parra. Mucho se podría decir a favor de Nicanor. Lo mismo en contra.

Sumando y restando sacamos cuentas más que alegres. Por ahora, quedamos en que fue uno de los primeros en sacar a la poesía de la Cultura, pasearla luego por el Arte para devolverla a su origen: la Creatividad. En su ocurrencia sin clase social, su ingenio sin edad, su brío sin títulos de ningún tipo. En la calle, los mercados, los barrios. Parra ha sido el que nos ha demostrado que la Creatividad está en cada rincón y allí se sitúa, pero de refilón nos ha dicho en silencio que no todos los poetas son creativos.

Muy pocos lo son. Su obra desafía desde ese no-lugar, desde ese don que la genealogía de la escritura poética nos ha querido imponer. En los tiempos aciagos lo único que nos puede salvar es la Creatividad. Así de complejo y así de sencillo. En broma y en serio, como diría el mismo niño Parra en sus maravillosos cien años recién cumplidos.