si se ha hecho de la alienación psicológica la consecuencia última de la enfermedad
es para no ver la enfermedad en lo que realmente es:
la consecuencia de las condiciones sociales en las que el hombre
está históricamente alienado.
Michel Foucault
Estos poemas de Juan Secaira boquean, respiran por la boca, artificialmente. Todo poema es un artefacto lingüístico que pretende funcionar como un cuerpo. Las palabras, entonces, son piezas que se engranan: “Solo un artefacto con herramientas inservibles”. Si el nombre del poemario establece una sujeción con la vida, el complemento lo desplaza. Así, Sujeto de ida es un poemario concebido desde la continua supresión de las certezas: “La ley del vuelo suprime el cielo”.
En apariencia herméticas, las líneas versales de estos cuerpos decadentes no significan, anuncian o palpan la enfermedad. Porque este es quizá el gran tema que subyace a lo largo de todo el poemario: una invalidez que lucha con la plenitud, y, por ello, hay anhelo, desde la desazón, de aquello que antes era lo dichoso: “Fumamos un/ mediodía en el patio de la universidad: colgados de aquel/ abrazo que nos llevó al motel que nos llevó a la estancia/ que nos permitió expandirnos, que nos hizo mentir mentir/ mentir las ganas/ bajo la mesa/ con el pie acariciaba tu tobillo con los ojos tus ojos”.
Este sujeto en proceso de afección “se mueve en sortilegios”. Lo que nombra es aquello que apenas puede ver entre la niebla de la enfermedad: “Cabello, ojos puntas, trago, manos abiertas”. Este continuum dialéctico hace que los poemas funcionen como huellas o más bien como síntomas: “Comunión de estropajos”.
Hay algo delirante, entonces, que puebla este arroyo metafórico imaginado como un solo poema: “No era una postal el desgarrar tu piel en intervalos de palabras impregnadas/ en el sótano púrpura de interminable delirio”. Luces antes del desmayo, las palabras anuncian un silencio a veces desesperante. Secaira juega con el espacio y ejecuta una especie de tartamudez lírica: “Quema/ un sol de piano”.
La afortunada asociación de imágenes hace que el artefacto funcione en largos versos y se contenga en decidoras palabras, únicas, solitarias, iridiscentes. Cuando ya parece que hemos dado con el clavo de la designación, el poema se desvía y produce una herida. Como el dolor, simplemente, acaece: “Así ha sido esta enfermedad sin nombre./ Así, sin preguntar ni pedir permiso./ Pocos saben los que es tener un brazo muerto”.
A diferencia de otras estéticas contemporáneas donde la proliferación nos obliga a bucear en los textos como en un mar espeso, estos poemas de Secaira se han curado, paradójicamente, en salud. El poeta sabe que este es un “lenguaje insuficiente colgado en las antípodas”. Así, estos síntomas establecen un desarrollo conceptual que se mece entre la cotidianidad, “en el lodazal del encanto”, y la mentira.
El yo enfermo de este poemario quiere ser salvo. Esta es su búsqueda. En el fondo, hay una necesidad mística que devela el deshacimiento del sujeto: “Mañana: otro torcimiento, muecas, enemigos; otra deformidad en la jaula de los días, la redención es inútil, germen de capillas semivacías”. “La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara”, dice Susan Sontag. Como el insomne, este sujeto vive dos veces, come dos veces: “Siempre dos veces/ en una mirada”. Por ello: “Siempre está anocheciendo en la palabra y en la enfermedad”.
Qué hace el poema sino hablar donde algo falta, pregunta recurrentemente este yo anquilosado. Porque estos textos son también matices de la imperfección. Lo que designan, lo que muestran, es la cara de un ímpetu por vivir. Cuando Ives Bonnefoy dice que hoy “más que nunca la poesía es necesaria” tiene que ver con esto: “La memoria culmina en despeñaderos/ abierta/ como el llanto dibujado en los cristales”.
La poesía es sumamente objetiva cuando se trata de lo innombrable. ¿Cómo designar, por ejemplo, el dolor, sino a través del delirio?: “En el continente de la boca se pierde el juicio”. Si la enfermedad es una cosa integral, entonces afecta hasta el lenguaje. En ese sentido, toda poética es una enfermedad, ya que anuncia una imperfección, una ‘incompletud’.
“El poema es contención ante la desmesura del silencio”, nos dice la voz de Sujeto de ida. Uno de los consejos que ha dado Charles Simic a los jóvenes poetas es: “El uso de imágenes, símiles y metáforas aporta concisión a los poemas. Cierra tus ojos y deja que tu imaginación te diga qué hacer”. En ello Secaira no defrauda: “En las manos llevo una brújula mordida/ los hijos que perdimos/ los que alumbran todavía/ lenguas de lluvia/ el azar anocheciendo”.
Este poemario es ante todo reflexión en torno al ejercicio poético: “Punzante caligrafía de un error”. En el destino de la poesía no hay presagios, la única certidumbre es la duda. De hecho, cada verso de este cuerpo tiende más bien a la sombra (“Resuellos tenebrosos”). Se han juntado para enseñarnos, una vez más, que lo que concebimos como poesía no comulga con la mentira del día, sino con el miedo de lo impalpable. Allí, “en el desamparo del recuerdo”, solo queda una sentencia: “Pero hay que vivir y/ se aguarda sin que importen ya/ la distancia/ el frío”.