Modernidad y literatura en Guayaquil
¿Cuáles fueron las dinámicas que permitieron la reproducción de las prácticas letradas en Guayaquil durante los primeros años del siglo XX? ¿Quiénes fueron sus protagonistas y cuáles sus acciones para renovar el mapa cultural del puerto? ¿Tuvieron los llamados Poetas malditos un papel fundamental en aquella renovación?
Estas y otras preguntas semejantes encuentran luces en Sociabilidad letrada y modernidad en Guayaquil (1895-1920) del historiador, poeta y catedrático Ángel Emilio Hidalgo, editado por la Universidad Andina Simón Bolívar y la Corporación Editora Nacional, Serie Magister 162 (2014).
De lectura fácil, a pesar de ser un ensayo histórico, lejos de las ampulosidades técnicas propias del género, el texto analiza de forma directa las condiciones que posibilitaron el ingreso de Guayaquil a las prácticas letradas del modernismo. Tomando como punto de partida el terrible incendio que sufrió nuestra ciudad en el año de 1896, el autor nos remite a una elite guayaquileña que “entre el pragmatismo utilitarista y el romanticismo utópico” sueña construir una nueva ciudad sobre el paisaje humeante de las ruinas, que resulta como un símbolo único dada las particularidades propias del terreno y “en la medida en que hay un sector oligárquico que impone su voluntad”, mirando siempre hacia Europa como modelo por seguir…
¿Proyectos irreales? ¿Sueños megalíticos? ¿Perfiles de resonancias clásicas? Lo cierto es que la pretensión de fundar la ‘New Guayaquil’, donde actualmente se encuentra Durán o la propuesta de German F. Lince de crear un malecón (60 metros de ancho y 2.275 de largo), incluyendo la instalación de un funicular, contribuyeron a crear un ambiente de entusiasmo y renovación general en la ciudad y sus habitantes, del cual, por supuesto, no podía quedar exenta la literatura.
Dividido en tres partes, una vez resuelto el telón de fondo, el texto de Hidalgo pasa a contarnos la experiencia que significó la gestación de los ateneos en la esfera pública, así como la fundación de revistas especializadas, acciones que en conjunto se transformaron en antecedentes vitales para el desarrollo de la literatura guayaquileña.
El ateneo José Joaquín de Olmedo, centro literario fundado el 19 de marzo de 1903, y particularmente su órgano de difusión, la Revista Olmedo (1903-1906), representan lo más destacado de una modalidad que en la ciudad de Guayaquil proliferó, con la misma intensidad que lo hicieron las tertulias literarias en el siglo XIX, con la novedad de que aparece aquí “la figura del intelectual como sujeto autónomo desligado de competencias políticas” y en busca de una legitimación y profesionalización de su ramo.
Asuntos que estaban ligados a actividades públicas como los homenajes a grandes personalidades, concursos de ensayos y declamación de poemas, sobresaliendo la tentativa de crear en la ciudad una Escuela de la elocuencia, debido a la gran importancia que conllevaba el dominio de la oratoria, sobre todo en el intelectual, quien es visto como referente de racionalidad y progreso, eran los temas de discusión y difusión.
Posteriormente, Hidalgo nos presenta un repaso sobre las publicaciones de aquella época: América Modernista (1896), El Telégrafo Literario (1913-1914) y Renacimiento (1916-1917), las cuales, a diferencia de la Revista Olmedo, no tienen como fin reproducir o fomentar las diversas actividades de un espacio físico concreto (un medio para el encuentro profesional), sino como el principal lugar de enunciación para los postulados del modernismo.
Cabe recalcar que tanto Medardo Ángel Silva como Humberto Fierro colaboraron con dos de estas publicaciones de manera regular, encontrando en ellas un refugio a la incomprensión social y un punto de consenso para las nuevas ideas:
en primer lugar la invención de un lenguaje propio, con los horizontes metalingüísticos del modernismo; en segunda instancia, la existencia y reproducción de mecanismos de legitimidad donde la crítica literaria juega un papel fundamental y, finalmente, lo que Julio Ramos llama ‘narrativas de legitimación’ basadas en ‘la crítica a la modernidad’(1),
desde donde la nueva generación de escritores defenderá la soberanía del poder creativo por encima de los corsés estéticos y/o sociales.
Interesante, minucioso, de lectura fácil, este nuevo texto de Ángel Emilio Hidalgo nos conmina a rescatar las huellas perdidas de una intelectualidad guayaquileña, que a pesar de las numerosas dificultades, jamás cejó en su empeño de construir una sociedad moderna y plural.
Notas:
1.- (Ramos, 2003: 87 en Hidalgo, 2014).