Ecuador / Jueves, 25 Septiembre 2025

La televisión considerada como una de las bellas artes

Twin Peaks se estrenó en 1990 con esta impactante pero enganchadora imagen: el cadáver de la joven Laura Palmer.
Especial

¿Dónde están los lectores? ¿Dónde? Mirando las pantallas de sus ordenadores, las pantallas de televisión, de los cines, de los DVD. Distraídos por formatos más divertidos. Las pantallas nos han derrotado.

Philip Roth

 

Desde que comencé a leer a tiempo completo en mi adolescencia, la televisión quedó relegada. Se transformó en un símbolo del conformismo, más que nada porque en la década de los noventa la disponibilidad de programas de calidad era nula, por lo menos para quienes no disponían de una señal pagada. La ‘telebasura’ era una realidad constante. Con pocas excepciones, la ‘caja tonta’ estaba saturada de series norteamericanas al estilo de Full House (Un hogar casi perfecto), Beverly Hills 90210, o telenovelas mexicanas como María la del barrio.

Sin embargo, en la misma época otro tipo de ficción televisiva se estaba gestando, aunque en nuestro medio tenía una acogida mínima, debido —entre otros factores—, a impedimentos logísticos como el tardío aparecimiento de la TV pagada en Ecuador(1).

En este sentido, el 8 de abril de 1990 es un día importante para las series dramáticas, porque se emitió por primera vez Twin Peaks —dirigida por David Lynch y Mark Frost—, en la cadena estadounidense ABC. A lo largo de sus diecinueve episodios, repartidos en dos temporadas, el espectador contempla el triunfo de un mal ontológico, que asciende y se propicia a raíz del asesinato de Laura Palmer, popular muchacha de un ficticio estado del noreste de Washington.

Twin Peaks popularizó el formato. De hecho, llegaron a organizarse maratones en las que los fanáticos veían de un solo tirón toda la serie, gracias a las grabaciones en VHS. Dicho fenómeno fue la antesala de la manera en la que ahora se consumen este tipo de obras audiovisuales, gracias al DVD, el streaming que ofrecen compañías como Netflix, e incluso el visionado ilegal a través de las redes P2P(2), en plataformas como Cuevana o Popcorn Time.

Twin Peaks no fue la primera serie dramática que esquivó los formatos comerciales que predominaban en la repetitiva televisión de la época. Vale la pena mencionar al serial menos conocido de la década del ochenta Berlin Alexanderplatz, dirigido por el prolífico alemán Rainer Werner Fassbinder, en el cual se narra la ruina del violador exconvicto Franz Biberkopf, a través de las oscuras calles de Berlín. Otra obra importante e igualmente olvidada es El reino, miniserie de 1994 creada por Lars von Trier(3). Con solo ocho episodios en dos temporadas, El reino —sin la grandilocuencia de la segunda temporada de la reciente American Horror Story: ‘Asylum’recrea la atmósfera infernal en la sala de neurología de un hospital de Copenhague, donde ocurren varios fenómenos paranormales analizados por un corifeo de personajes con síndrome de Down que habitan en un sótano de color sepia.

Encontré estas series cuando estuvieron disponibles en formato DVD, ya bien entrada la primera década de este siglo. Como provenía de los clásicos literarios y estaba obsesionado con la narrativa del siglo XIX (Balzac, Tolstoi, Dostoievski, Flaubert…), la experiencia fue extraña y casi traumática, pero también adictiva. El día que adquirí todos los DVD de Twin Peaks, los observé de un tirón hasta la madrugada, sintiendo de vez en cuando que estaba cometiendo una traición. A fin de cuentas, la televisión no tenía ni siquiera un siglo… pero no podía evitar hacer analogías. El medio era diametralmente distinto aunque se estaba viviendo un relevo: en el siglo XIX autores como Dickens publicaban por entregas sus novelas en los periódicos. La gente se reunía en las plazas —incluso los analfabetos— para escuchar el último capítulo, recién salido de la imprenta.

La novela moderna comenzó con la enfermedad literaria de Alonso Quijano, el cual absorbió, hasta quemarse los sesos, los libros del género caballeresco que proliferaban en la España de inicios del siglo XVI. El principal factor, la adicción a la ficción, no ha desaparecido, sino que —por lo menos como fenómeno de masas— el cine, la televisión y los videojuegos suplantaron el lugar de las novelas. Es decir, ya no se obsesionan con Amadís de Gaula los nuevos quijotes, sino con las sangrientas luchas dinásticas entre varias familias nobles por el control de Poniente, las cuales se pueden disfrutar en alta definición en Game of Thrones, la famosa serie de HBO creada por David Benioff y D. B. Weiss.

El nacimiento de una legión

En el caso de las series de televisión, si bien antes de este siglo se produjeron obras de calidad dramática, su alcance no era verdaderamente multitudinario. La real democratización vino de la mano del Internet y sus múltiples plataformas.

Es interesante comprobar que la genealogía de las redes P2P está sincronizada con el apogeo de las grandes producciones televisivas de este siglo. Los Soprano (una de las series más aclamadas de la historia), empezó a emitirse en 1999, el mismo año del aparecimiento de la primera red P2P: Napster. La serie terminó de emitirse en junio de 2007, mes exacto en el que surgió el primer iPhone, dispositivo que hasta el presente es el arquetipo de los teléfonos inteligentes, y que también fue la antesala de aparatos móviles como las tabletas.

A pesar de que Los Soprano fue producida y financiada por la cadena HBO(4), su condición de fenómeno mediático se debe a la proliferación de blogs y fansites administrados por un ejército de entusiastas. Se promovió una forma distinta de acercarse al contenido que anteriormente era ofrecido únicamente por la televisión. Por decirlo de alguna manera, se dio un consumo interactivo y hambriento, en raciones narrativas de varias horas al día, al igual que ocurría con las novelas de largo aliento de la época victoriana.

Los Soprano narra la historia del mafioso de Nueva Jersey Tony Soprano(5) y los conflictos por los que debe atravesar para efectuar sus actividades criminales. Tiene una extensión de 86 episodios, distribuidos en seis temporadas, y fue considerado el “mejor trabajo de la cultura popular norteamericana del último cuarto de siglo” por el New York Times.

Otro de los éxitos arrolladores de la primera década del siglo XX es The Wire (2002-2008), de igual forma producida por HBO. La lentitud de su narrativa audiovisual es extrema. El propósito de David Simon, su creador, es representar de forma realista la vida en Baltimore, ciudad que está corroída por el tráfico de drogas. Es una tarea ardua adentrarse en su trama, la cual parece empezar tras más de 30 episodios (casi no hay banda sonora ni efectos visuales). Para disfrutar de la serie es imprescindible construir una visión de conjunto.

HBO orquestó la producción de las series dramáticas de la primera década del siglo XX. Otra obra imprescindible es Six Feet Under (2001-2005). En la misma contemplamos la vida de una familia de sepultureros, a través de 63 episodios. Cada capítulo tiene un preámbulo en el que se observa la muerte de alguien, pero desde la impasibilidad de los enterradores. Esta mirada dura y a veces irónica encierra una perspectiva budista que desemboca en uno de los finales más bellos de la historia de la televisión (tal vez solo superado por el surrealista y macabro final de Twin Peaks).

Bryan Cranston, recibió varios premios por su papel protagonista en Breaking Bad.

 

La edad de oro de la televisión inteligente

Este año los suscriptores de televisión pagada en el país alcanzaron los 1,1 millones de usuarios, según la Superintendencia de Telecomunicaciones (Supertel). Solo en un semestre se generó un incremento de más del 10%. No obstante, cuando pensamos en el medio por antonomasia de nuestro tiempo, es necesario regresar la mirada hacia Internet, y más concretamente a la plataforma de streaming bajo demanda Netflix.

House of Cards es una serie dramática producida por David Fincher y protagonizada por Kevin Spacey (Frank Underwood). Los trece episodios de su primera y segunda temporada se presentaron al unísono en Netflix (febrero del 2013 y 2014 respectivamente). Esta manera de mostrar la ficción televisiva genera una simbiosis distinta entre el consumidor y la plataforma, porque el producto en sí mismo está diseñado para ser devorado en sesiones audiovisuales de varias horas, y no por capítulos autónomos. Es una diferencia tan notoria que el dicho de Julio Cortázar: “La novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out”, se aplica a la perfección en este cambio de formato narrativo.

Los medios de difusión de información o contenidos no desaparecen cuando surge uno nuevo, a pesar de los vaticinios apocalípticos que puedan originarse. Es una historia antigua. Se pensó que el periódico acabaría con los libros, la radio con el periódico, la televisión con la radio, etc. La televisión como medio se encuentra más saludable que nunca. De hecho, su receptor se transformó en un ordenador híbrido, capacitado para navegar por Internet, reproducir señales digitales, mostrar video en 3D y en alta definición, realizar videoconferencias…

Lo que cambió es la forma en que la gente accede a ciertos contenidos. Resulta más cómodo tener íntegramente nuestras series favoritas que esperar a que se estrenen, a un ritmo de un capítulo por semana; y también es mejor organizar un repertorio propio, a partir de los gustos y obsesiones particulares. En este sentido, Netflix es una muestra legal de lo que posiblemente predomine en el futuro en el ámbito de la televisión inteligente: la apuesta por lo heterogéneo, a partir del gusto del usuario.

Las series dramáticas más taquilleras de los últimos años, en este caso Mad Men (2007), Breaking Bad (2008-2013), Downton Abbey (2010) y Game of Thrones (2011) han sido producidas por emblemáticos canales (AMC, PBS, HBO). No obstante, sus niveles de audiencia son mínimos, por lo menos si los comparamos con la televisión del pasado reciente. Por ejemplo, en Estados Unidos M.A.S.H. tuvo casi 106 millones de espectadores en su final en 1983, y el último episodio de Seinfeld acumuló un rating de 76,3 millones en 1998. Es una diferencia abisal. Breaking Bad alcanzó apenas 10,3 millones de espectadores al concluir, opacada por los telerrealidad o los programas de talentos de la competencia. A pesar de estas cifras poco alentadoras, la serie se transformó en un fenómeno mediático a través de las redes sociales y las descargas ilegales. 

Estas cifras demuestran con creces que las plataformas coexisten, y la televisión por cable se está transformando en un reducto de la telebasura, debido a los intereses comerciales. Recordemos el rápido declive de la programación de Discovery, History o MTV, que ahora se dedican a transmitir telerrealidad, al puro estilo de El show de Truman. Las cifras además nos confirman que el libro de arena de este siglo, el medio universal, son las computadoras.

El feudo de los antihéroes

En la ficción tendemos a lo escatológico, por lo que en el fondo ansiamos que el Guasón le arranque la máscara a Batman. En dicho deseo se manifiesta una tendencia que ya nombró Aristóteles en su Poética, cuando habló de la catarsis: la facultad de la tragedia para purificar al espectador de sus bajas pasiones, tras verlas proyectadas en los personajes de la obra. Es por esto que seguimos temblando cuando Raskolnikov le asesta el golpe asesino a la vieja usurera, o nos quedamos hipnotizados frente a las películas de directores como David Lynch o Lars von Trier.

Es lo mismo en el caso de las series dramáticas contemporáneas, donde nos encontramos rodeados de hombres maduros sanguinarios, alcohólicos, promiscuos y deprimidos, tal vez porque los cerebros detrás de su gestación son a su vez cuarentones en busca de sublimarse mediante los mitos que edifican… Obviamente, otro sería el arquetipo si las cabezas detrás de los personajes fueran femeninas. 

Por ejemplo ‘Ozimandias’, antepenúltimo capítulo de Breaking Bad, está estructurado para seguir la senda de la tragedia clásica, aunque con un mayor efectismo, propio del arte en la era de la reproductibilidad técnica. A pesar del despliegue visual (tal vez debido al mismo), observarlo es traumático y liberador a la vez. Walter White (Bryan Cranston) se sale con la suya de nuevo, y desmorona la última opción de justicia, en el sentido moral de la palabra. Su compañero espiritual es Frank Underwood (Kevin Spacey), el protagonista de House of Cards, congresista estadounidense que despliega sin ningún escrúpulo todo tipo de estratagemas para ascender a la Presidencia, con una frialdad que hubiera contentado a Maquiavelo. El intérprete de Mad Men, Don Draper (Jon Hamm), es distinto. Es un antihéroe de matices fitzgeraldianos, es decir, alguien que está en la cima debido a su talento pero no puede refrenar su pulsión autodestructiva. Además es un dipsómano que utiliza su estatus para seducir a secretarias y beatniks, aunque su condición de publicista lo transforme en la antítesis de la contracultura de la década del sesenta, época en la que está ambientada la serie.

Cuando parecía que la fórmula del hombre maduro e inadaptado iba a comenzar a flaquear, se estrenó este año la primera temporada de True Detective, la nueva apuesta de HBO. Con un sobrio guion del también novelista Nick Pizzolatto, la obra tiene una conexión temática con cierta tradición literaria del sur de los Estados Unidos, la cual está encabezada por narradores como William Faulkner y Cormac McCarthy. True Detective se deleita en mostrar atmósferas sombrías y diálogos existenciales. Su argumento se centra en la persecución de un asesino en serie y en la degradación humana que les produce el encuentro directo con el mal a los dos detectives encargados del caso.

La televisión inteligente (no la que es por cable) está pasando por un buen momento. Sus espectadores disponen del contenido de la videoteca universal. Cada persona del mundo (banda ancha de por medio) está a un clic de descargar El show de Lucy, La dimensión desconocida, Lost o Downton Abbey si se le apetece, tanto como si decide pagar o piratear el video. De hecho, los problemas principales son la excesiva abundancia y la aculturación. En el maremágnum naufragan propuestas y se extravían los usuarios.

En definitiva, para que exista una televisión inteligente se requiere un espectador informado; un internauta que sea capaz de remontarse por la historia.  

Notas:

1.- TVCable inició sus operaciones comerciales en 1987.

2.- Redes que permiten el intercambio de información inmediata gracias a que los ordenadores no responden a categorías de clientes o servidores fijos.

3.- Lars von Trier se halla escribiendo el guión de The House that Jack Built, un nuevo proyecto televisivo del que aún no se conocen detalles y se estrenará en el 2016.

4.- Al terminar de emitirse, la masa crítica de los Soprano apenas superó los 11 millones de espectadores.

5.- James Gandolfini (Tony Soprano) falleció en junio del año pasado.