Ecuador / Miércoles, 24 Septiembre 2025

La revelación de cambio de siglo

Literatura

Ulises Estrella nos ha dejado una importante obra. Tras su deceso, es menester evocarlo como poeta, escritor, cineasta, pensador, educador y también como amigo.

Creo que una perspectiva para recordarle, sin duda, es el tema de la memoria. Y memoria en términos de lo inolvidable, tal como Giorgio Agamben lo señala en El tiempo que resta: comentario a la carta a los Romanos.

Parece ser una rara dicotomía esta la que planteo: el tema de la memoria y lo inolvidable, porque frente al mundo de la modernidad —con su sino tecnológico—, todo lo que vemos, vivimos, construimos o hacemos, parecen tener el viso de lo efímero. Todo va ‘siendo’ y va olvidándose pronto, quedando en el panorama apenas rastros. Y si estos no se borran con los ventarrones de la sociedad de la información, son rescatadas por algún curador de información.

Pero no es el caso con la figura de Estrella. La memoria en él implica que la existencia de la vida haya sido inolvidable. Agamben nos dice, aludiendo también a Walter Benjamin: “La exigencia concierne propiamente no al hecho de ser recordado, sino al de permanecer inolvidable. Se refiere a todo lo que, en la vida colectiva como en la individual, está siendo olvidado en cada instante, a la masa exterminada de lo que se va perdiendo en ellas. […] Lo que exige lo perdido no es el ser recordado o conmemorado, sino el permanecer en nosotros y con nosotros en cuanto olvidado, en cuanto perdido, y únicamente por ello, como inolvidable” (p. 47). En otro texto, La potencia del pensamiento, Agamben incluso es afirmativo: “[…] la memoria, la custodia del olvido” (p. 406).

Estrella, con su proyecto de Quitología _—el conocimiento y la memoria de la ciudad de Quito—, estaba tras ello. A que los trazos, a que las huellas de la ciudad no se olviden, por más episodios palimpsésticos urbanos se estén dando: trazados de calles, casas que son derrumbadas para construir nuevos edificios, mutaciones del espacio público por efecto de las dinámicas del mercado, etc. El proyecto del conocimiento y de la memoria de Quito era el de hurgar en la identidad y educar al ciudadano a ser consciente de que él también es la ciudad, con su historia, con sus tradiciones, con sus desarrollos. A tono de Agamben, Estrella buscaba señalar que lo que hace a Quito sea inolvidable: un combate al olvido mediante la restitución de la memoria. Y esto también lo llevó al cine, con la concreción de la Cinemateca Nacional.

Desde el campo de la memoria, quisiera recuperar una novela corta de Ulises Estrella: Fábula del Soplador y la Bella. Es la historia de una muchacha, Aurora, encerrada en casa por su padre viudo, el abogado Morales. En ocasión de una fiesta de toros sale del hogar y cruza su mirada con un artesano, el Soplador de botellas; le sigue y queda seducida por su figura y su voz, pues este le canta: “Quito cuenta la historia de su Cajón de Agua”. A partir de esta situación, hay una especie de deseo encantador. El padre aprovecha la idea del final del siglo XVIII y prohíbe salir a sus habitantes de la casa ya que “vendrán granizadas y tormentas que no podrán soportar quienes sean ingratos con la gracia de Dios” (p. 46). Aurora se desmaya; su padre le conduce a sus aposentos y la viola. Luego él inventa la idea de que el Toro Negro ha invadido la casa y se ha apoderado de su hija. Mientras él pretende encontrar el perdón en los conventos de Quito, Aurora finalmente sale a la ciudad para encontrarse y entregarse al Soplador de botellas. A lo lejos el Cotopaxi hace erupción y echa fuego y ceniza hacia Quito.

Hay tres maneras de comprender la novela. La primera, seguramente intentado conectar la leyenda con la historia. Las primeras páginas son de una rápida descripción, poética, de la ciudad de Quito de finales del XVIII. Se cita al ‘Duende Espejo —Eugenio Espejo— como figura pública. Es la pintura del Quito colonial en un momento en que se oyen voces de cambios sociales y políticos.

La segunda, atendiendo a las tradiciones y leyendas. En este sentido, Iván Carvajal, en su presentación a la obra de Estrella en Digo, mundo…, dice que en el argumento de la novela están los trazos de lo legendario y lo mitológico: el del Minotauro y el de Piel de Asno, pero con los componentes de las tradiciones quiteñas de antaño. Hay quienes cuentan que la leyenda de la Casa 1028 en la Calle de los Plateros, en el casco antiguo de Quito, existe.

La tercera se la puede realizar en la línea fantástica. Esta es la que exploraré en este breve ensayo, cuya línea tiene que ver con el cambio de siglo y, por lo tanto, el cambio de mentalidad.

Tres rasgos prevalecen: el narrador-poeta que introduce la historia de la Bella, como ensoñadora, como frágil y como curiosa, y la del Soplador, una especie de filósofo incomprendido; luego la vida en la ciudad vista en tono apocalíptico; y finalmente, el mundo nuevo.

Bella es cantada desde el inicio por el narrador-poeta. Ella despierta de sus sueños y presiente que la “ventana de mi cuarto me atrae al mundo imaginario de la ciudad” (p. 5). Ella cree que hay un Toro Negro que acecha afuera. A través de Aurora, de su espíritu inquieto, nos introducimos al mundo en ciernes; desde esa perspectiva, los mundanos presienten que el monstruo —el padre— la ha secuestrado, la ha encerrado. La belleza de esta mujer, sumada a su juventud, es hechizo y como tal resplandece para cuando sale y se encuentra con lo mundano colonial. Mas como ensoñadora, ignora aún la clave de sus sueños. El narrador-poeta nos dice, entonces, que solo el Soplador de botellas, aquel que un día conoció a la Bella, podrá descifrarlos.

El Soplador es el poeta de las calles; es un transeúnte y un espíritu silencioso. Transforma la materia en vidrio. Es un ‘transparentador’. A diferencia de la Bella, él es el cristal que permite el paso de la luz; es decir, si la Bella está oculta, el Soplador es el nuevo aire que se respira en la ciudad. Como dice el narrador-poeta, es “el imaginario” (p. 9), o si se quiere, una especie de conciencia de la ciudad, y la memoria del futuro: es el que preconiza, quien descubre nuevos mundos y además el que busca ideas, paisajes y gentes para ayudarles a descifrar sus inquietudes y las suyas propias (p. 95).

La ciudad de Quito a finales del XVIII es el marco fantástico de la fábula. Estrella la anuncia como un enigma (p. 7). Entonces, para los paseantes, para los lectores que siguen las peripecias de la Bella y el Soplador, este es un lugar laberíntico, de callecitas, de olores, de gradas.

Esta ciudad contiene a los burócratas, a los comerciantes, a los feligreses, muchos de ellos banales e hipócritas. Los toros están también en la plaza; el Toro Negro, se prefigura como ese ser mítico demoníaco cuya potencia es amenazante para las débiles almas que encuentran en la confesión y la penitencia alguna respuesta. El padre de Aurora, en cierta medida es ese ser; esa potencia castrante que comete incesto. El padre incestuoso representa a ese espíritu colonial que no puede renunciar a su pasado y que lo reafirma, como forma de poder, sobre la corporeidad de la nueva generación —la Bella— que sabe es el signo del cambio. Este padre proclama el apocalipsis y él mismo desencadena el advenimiento al laberinto de ese Toro Negro.

Lo fantástico aparece, en ese mundo apocalíptico, con la imagen y prestancia del Soplador. Frente al incesto del padre, la Bella va al camino liberador del sexo con ese nuevo ser, ese que canta el mito del agua donde el Jaguar enfrenta al Toro. Mediante la metáfora de su canto, vemos en él al Jaguar, al guerrero, al que domina todos los órdenes de lo nuevo y de lo que aparecerá.

¿Qué es lo nuevo? ¿Qué es ese mundo nuevo dentro de la fábula fantástica de Estrella? El espíritu del ‘Duende Espejo’ es el que es cantado en la fábula: tal espíritu es el de la felicidad que adviene.

Frente al apocalipsis del Toro Negro, el nuevo espíritu, el del Jaguar, hace fluir el agua que barre con lo viejo. Por algo se cuenta la erupción poética del Cotopaxi, el cual se presenta también como el grito del Jaguar; luego de las cenizas vendrán las aguas que barren las calles, según la novela. Acá se puede ver el signo de remoción de lo viejo y de la transformación de época 

Entonces, en lo nuevo aparece el signo del temprano liberalismo; la Bella advierte que hay algo diferente en el horizonte; el Soplador porta el imaginario de esa novedad, de ese pensamiento que proclama libertades, tratando de desocultar la oscuridad de la colonia. Por algo el narrador-poeta, casi al final de la novela, dice: “Quito percibe que, al final del siglo, las cosas se están moviendo de tal manera que se sienten en los órganos de la vida interior de los ciudadanos y en la vida exterior de su memoria heterogénea” (p. 93).

Fábula del Soplador y la Bella, de Ulises Estrella, es una fantástica mirada de cambio de tiempo; la memoria de dicha transformación tiene que ser inolvidable y reveladora: por algo fábula, es decir, narración que recuerda que tras la historia de Quito hay un mundo al que se debe seguir explorando.