La novela, ese agujero negro
El horizonte de eventos:
Los hoyos negros, decía Albert Einstein, son abismos insondables con una atracción gravitatoria tan feroz que serían capaces de devorarlo todo, venciendo a fuerzas en apariencia mucho más poderosas como la luz y el sonido. Era tan descabellada la suposición que Einstein pensó que se trataba únicamente de una arriesgada idea teórica. Al parecer estaba equivocado. Años más tarde, científicos que continuaron averiguando sobre los límites del universo, descubrieron que en el centro de nuestra galaxia existe algo llamado ‘zona caótica’ donde se halla un cuerpo compacto y poderoso de gran atracción. Se sobrecogieron. Habían dado con la comprobación de las ideas acerca de los agujeros negros: sí existían.
Lo extraordinario de los hoyos negros, a más de su leyenda de ser devoradores insaciables de pequeños cuerpos circundantes, es todo lo que se supone cabe en su interior. Los he empleado para introducir la novela Las luces de la felicidad, de Hans Behr Martínez (Guayaquil, 1962), ganadora del premio Ángel Felicísimo Rojas, convocado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 2013. Se trata de una obra que, gracias a su fuerza de atracción, condensa elementos disímiles: el cine, el género negro latinoamericano, la ciencia ficción, lo fantástico, programas de radio sensacionalistas, una mujer fatal y un mono, entre otros personajes bastante originales. Estos recursos podrían volverla una construcción desordenada y monstruosa, pero el cosmos de Hans Behr toma riesgos de los que sale bastante bien librado.
Pesquisas en el puerto:
Según Guillermo Cordero, en el documento La novela policial en el Ecuador (2010), que investiga la tradición del género detectivesco y su propagación en América Latina a partir de la segunda mitad del siglo XX, reconoce que si bien hubo una primera tendencia a representar fielmente textos norteamericanos, ingleses y franceses, también hubo un ajuste necesario en la temática hacia la innovación. Uno de esos fueron las creaciones que realizaban homenajes paródicos. Cordero apunta que esta línea se inauguró con Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), en el que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares fungieron de autores bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq.
Me interesa utilizar el término parodia para referirme a la obra de Hans Behr Martínez porque considero que a más de la premisa básica que tiene que ver con el asesinato y la investigación en que se busca reconstruir los sucesos de un crimen, hay muchos elementos del género que se trastocan para darle un carácter local bastante liberador. Cordero apunta que el género policial escrito en América Latina tiende a caer en disquisiciones relacionadas con la identidad nacional —quizá el agujero negro más grande de la literatura del cono sur y Centroamérica—, pero en las que Ecuador no se ha precipitado pese al arraigado nacionalismo que tiene en sus letras desde la república.
Engrosando la lista de los títulos del policial ecuatoriano en los años más recientes, junto con Los archivos de Hilarión (1998), de Santiago Páez, y Sara y el dragón (2003), El cadáver prometido (2006) y La conexión argentina (2009), de Rocío Madriñán, está el de la historia de Hans Behr Martínez, quien realiza rupturas en los planteamientos tradicionales del policial clásico, moviliza el escenario urbano a un puerto junto al mar donde se ha cometido un asesinato y coloca varios agentes, también atípicos en su representación, para resolver el enigma: Tom Jobim, larguirucho, enjuto y con extrañas habilidades sensoriales; el misterioso barman del club nocturno quien documenta lo que sucede alrededor como quien posee el lente de una cámara y Stephen Hawking, (sí ese mismo, el físico especializado en agujeros negros), quien propone la posibilidad de que tal vez todo sea una ficción que se desarrolla en un lejano punto de la galaxia.
Las luces de la felicidad:
Quizá el logro más considerable de la novela es la permanente interacción con el lenguaje cinematográfico que posee su narrador, quien parecería ser el detective más auténtico de todos los que circulan por el texto. Enamorado ferviente de las imágenes, su cinefilia le ha llevado a mirar cuanta cinta, clásica y no tan clásica, ha podido en aquel pequeño puerto pesquero donde la vida podría ser bastante aburrida de no ser por las mujeres y por uno que otro muerto que suele haber por su causa.
El relato de Hans Behr Martínez logra su coherencia a partir de la propuesta de este narrador testigo, quien decide ordenar los sucesos que presencia como parte de una cinta inconclusa que jamás saldrá a la luz, tal y como pasó con Los 90 días, del director Sergio Leone, o con Don Quijote, de Howard Hawks. Afirma sobre sus intenciones: “…elaboraré mi propio guion, lo que quiere decir, mi propia visión de los hechos, aunque nunca salga a la luz, aunque sea otra película maldita. No hay nada mejor que imaginarse la vida de los demás, lo que vemos, lo que está dentro de ellos”.
El autor emplea el cine como un poderoso metarrelato que va entretejiendo la estructura de la novela en los puntos más álgidos de la investigación. El narrador compara a los personajes con actores, les coloca identidades alternas y nombres sacados de sus referentes cinematográficos, así, el ayudante de agente Tom Jobim recibe el mote de Costello (por ser redondo y bajo tal como el secuaz de Abbott en las cintas de Universal Pictures) y el mismísimo Christopher Lloyd asiste en el cabaret Green Horse como maestro de ceremonias de los espectáculos. La novela posee un guion paralelo elaborado por el narrador bajo el título de Una película que nunca existió, en el que recrea la historia de la primera víctima, García, y especula cómo fue su pasado antes de enamorarse de la vedette Luisa Sereno, quien es la mujer fatal de esta novela.
Colapso y gravitación:
La idea de habitar a veces un espacio diferente al que conocemos que se rige por principios similares, pero con resultados diversos —¿qué otra cosa es sino lo fantástico?—, es sugerida al detective Tom Jobim por Stephen Hawking en medio de una correspondencia apasionada acerca de cómo descifrar los bemoles de la realidad. Jobim, quien es seguidor de Hawking y va de un lado al otro portando sus libros Historia del tiempo y Agujeros negros y pequeños universos, recibe de este una revelación acerca de cómo es necesario dejar un espacio en la mente para sucesos improbables que muchas veces se atribuyen solamente a iluminados, a santos o a locos.
En medio del mundo raro donde se encuentra Las luces de la felicidad, hay también espacio para lo inusual. El detective Jobim tiene la capacidad de encontrar pistas como números y letras en el interior del cuerpo de las víctimas y no es insólito que cuando las mujeres se enamoran en ese puerto, de sus pechos brote leche. Es decir, la construcción de la novela de Hans Behr no refleja la realidad tal como la entendemos, pero sí narra algo que se le parece donde las piezas encajan y funcionan con temeridad.
El género policial, los recursos cinematográficos y lo extraño, en ese orden, merecen ser revisados como parte esencial de la sugestiva propuesta narrativa de Hans Behr Martínez, a quien se le debe reconocer el ingenio y la habilidad para ir del caos al cosmos en la fábula de Las Luces de la felicidad. Este texto del autor guayaquileño es, definitivamente, un agujero negro. Uno pequeño, camuflado y turbulento.