Ecuador / Miércoles, 24 Septiembre 2025

Hay una pregunta clave, que atraviesa, en gran medida toda la escritura de Marguerite Yourcenar: dónde empieza la elección. El trazo de un tiempo se configura a partir de elecciones, que como agitados hilos, van tensando la galaxia de los acontecimientos que lo perfilan. Yourcenar se agarra de los bordes de esas fibras invisibles y se propone,  con la trilogía que compone El Laberinto del mundo, desatar el espiral sobre el que gira el misterio de su rostro.

Recordatorios, Archivos del Norte y ¿Qué? La Eternidad, son los tres textos autobiográficos que conforman este volumen que Yourcenar empezó a escribir a la edad de 70 años y cuyo último libro no alcanzó a concluir. Expandiendo los filos de la Historia hacia el terreno de la ficción (como es su costumbre), El Laberinto del Mundo logra una reconstrucción genealógica a partir de la investigación de archivos, cartas y fotografías con los que la autora organiza los sucesos –íntimos y políticos- que marcaron su vida familiar para elaborar con ellos horizontes de sentido propios.

 La empresa que le tomó casi 20 años de escritura, está marcada por la rigurosidad que caracterizó todo su trabajo, junto a una elegancia de estilo anclada en su temprana y sólida formación en literatura y lenguas clásicas, y en esa inclinación tan suya por lo bello.  Esta afectación por la belleza, hace que en lo narrado, que abarca más de dos siglos, prevalezcan las vidas de quienes como galaxias irregulares, escapan a toda clasificación, y evocan el misterio y el riesgo de una vida poética. Quizá en el centro de este enorme enigma gravita su padre, el gran cómplice de su aventura literaria. Dos tomos del volumen están dedicados a retratar al hombre que enfrentado a la viudez se encargó enteramente de su formación, y en cuyas frondosas aventuras la autora adivina un apasionamiento implacable por la vida nómada (y por la belleza), que sin duda ella heredará. 

 Delinea de este modo, el sistema familiar que la precede, la geometría de su composición y se detiene para examinar aquellos cúmulos que desatan historias delirantes, triángulos amorosos, muertes heroicas, en medio de paisajes que también describen con enorme precisión la cotidianidad monótona del paso del tiempo. El ritmo del libro oscila de ese modo, entre la descripción minuciosa de las arquitecturas de ese pasado, y por otro, la vertiginosidad de las maniobras de aquellos que irrumpen en él para hacer esos paisajes íntimos explotar. La voz de la autora gravita entre la distancia y la implicación, entre la descripción cuidadosa de los acontecimientos y la poesía exaltada de su estallido.

Lo cierto, y en esto radica, el gran gesto del relato, es que ella se escapa, no se coloca nunca en el centro, y como elipsis de su propia galaxia, alcanza una descripción de lo humano que la rebasa y se extiende para permitirnos la comprensión de un tiempo y un espacio (la Europa en transición de los siglos XVIII y IXX ) y también de aquellas elecciones que tejieron el origen de la azarosa trama de su existencia y claro está, del fértil territorio de toda su literatura.