Ecuador / Lunes, 22 Septiembre 2025

La adelantada Lupe Rumazo y su prosa crítica

Especial

Tres anécdotas apuntalan mi continuo interés en la prosa de Lupe Rumazo Cobo. La primera surge a fines de los setenta cuando, en un “momento nacional”, pensé escribir mi tesis doctoral sobre Pablo Palacio. Al investigar qué crítica nacional actualizada habría ayudado a vislumbrar por qué no persistía el interés en él, me encontré con Rol beligerante: ensayos (1975, 2003) de doña Lupe. Su nómina latinoamericana (el título cifra su visión de la crítica) incluye el análisis de obras de Borges (recuérdese cómo él presentaba cuentos como ensayos, y viceversa), Cortázar, Elizondo, Paz, Reyes, Sábato (siempre presente), Sarduy y de la crítica Josefina Ludmer. 

En el entresiglo, en Barcelona ponderaba con Leonardo Valencia recuperar prosistas ecuatorianos ‘olvidados’ por nuestras respectivas generaciones, frecuentemente afectadas por el reajuste indocto de realismos variopintos u otros ismos de moda. Además del canon habitual de atípicos como Palacio y Humberto Salvador hablábamos de los “nómadas”, y convenimos en lo que Rumazo y su prosa (Valencia tenía novelas que yo no había leído) significan para nuestra cultura literaria. La última anécdota es de este siglo, cuando ofrecí un seminario sobre crítica latinoamericana en Guayaquil. Se me cuestionó considerar a Beatriz Sarlo una crítica feminista porque, según la interrogante, Sarlo no podía serlo, al “no mencionar [sic] a Kristeva, Cixous, Irigaray, etc.” Sin talento para escribir memorias, registro aquella necesidad muy colonizada de autorizarnos o legitimarnos con potestades que decimos entender, traducidas, para citarlas selectivamente. Rumazo nunca ha procedido así.

Lo relatado —que enmarco con mi ocupación principal de crítico, e infortunio de no tener tiempo para escribir una historia de la crítica latinoamericana— haría creer que la obra de Rumazo tiene compartimientos estancos, ocupados respectivamente por su ensayística y novelística, y no hay nada malo con leerla así. Pero la inaccesibilidad a sus escritos en el Ecuador no permite consultar la totalidad de su producción y arriesga a perpetuar la percepción de que hay que leer “lo que se pueda conseguir” de ella. Resulta que Rumazo es doblemente adelantada, como crítica y novelista impasible al carácter pusilánime del mundo intelectual femenino continental, liberada mucho antes, y no por medio de cuotas políticamente correctas sino por su talento. Tampoco cree en la rigidez de los géneros, sino en desobedecerles.

El desconocimiento en torno a ella (enmendado por una aceptación esporádica y tardía), que algo debe a su larga residencia en Venezuela donde publica la mayoría de su obra, presenta una dinámica que no permite distinguir entre recuperación y reivindicación, como tiende a ocurrir con todos los ecuatorianos que vivimos afuera. En un reportaje de 1989 con Juan Luis Cebrián, reformulado para Retrato de Gabriel García Márquez (1997), el novelista afirmó: “Yo para explicar todo tengo que contar anécdotas, porque la anécdota explica mucho más que los planteamientos teóricos que les gusta hacer a los intelectuales, y sobre todo a los europeos”.  El valor crítico de la anécdota puede adquirir otra semántica, y vuelvo a otra sin espíritu anti-teórico, consciente como Rumazo de que ningún crítico puede decir más que la obra misma.

Mi crítica posterior implicó un distanciamiento parcial de nuestra narrativa, que terminó cuando la Unesco me asignó la edición crítica/genética de Pablo Palacio. Para contextualizar esa obra busqué ficciones ecuatorianas posteriores relacionadas con la experimentación y la metaficción, no al vanguardismo histórico; y entonces leí Carta larga sin final: a mi madre, Inés Cobo de Rumazo González (1978), la primera “novela” de una trilogía de Rumazo. No es herético sugerirlo, pero si no extraña que Entre Marx y una mujer desnuda (1976), de Jorge Enrique Adoum, lleve varias reimpresiones, sí extraña mucho que Carta larga sin final no haya tenido similar recepción, cuando es más que el par de aquella. Si se trae a colación sensata el sexismo, también vale poner en perspectiva la narrativa de entonces con una relectura de esa novela de Rumazo, por no decir nada de las “novela de lenguaje” que Cortázar y otros veían como liberación del género. No obstante, hay una gran diferencia entre aquellas y la de Rumazo, que practicando lo que de manera nebulosa hoy se llama “hibridez”, recurre democráticamente a la teoría crítica de su momento para sostener su narrativa.  Lo hace asimilando, no integrando lo que entendió en las fuentes originales, en particular la veta francesa de esas interpretaciones. 

Izq: El libro incluye el análisis de obras de Borges, Cortázar, Elizondo, Paz, Reyes, Ernesto Sábato, Sarduy y de la crítica Josefina Ludmer. En el libro hay una toma de conciencia por la necesidad no de más ficción sino de un compromiso con la naturalidad del ser humano

La “ficción” de Carta larga sin final va de la mano con la sofisticación de sus ideas, exhaustividad investigativa, abundancia de erudición e indiscutible capacidad para aplicar conceptos “extranjeros” (a las que todavía se consideraba literaturas periféricas a finales de los setenta), evidentes en Rol beligerante. Como totalidad y más allá de su fábula —biografía intelectual, “anti-elegía” la llama, de su madre la concertista clásica Inés Cobo—  Carta larga sin final muestra que la narrativa tiene para sí ese perfecto oscilar entre documento histórico social y obra sublime; como la música que sirve de andamiaje para los 32 capítulos, cifrada en el vigésimo noveno, “La música, una señal digital de vida (Impromtu)”.  Su lenguaje es puro, no purista (como Aura, de Fuentes, la novela está narrada en segunda persona, y Rumazo se basa posteriormente en algunas ideas de Fernando Vallejo para esa preferencia) o distanciado de la realidad.  Como conjunto ambas obras muestran que los ismos, como los preferidos por varios nuevos narradores nacidos del 68 en adelante, triunfan como paradigmas literarios, a la vez que se fosilizan como convenciones sosas que aprisionan.

Cualquier prejuicio sobre una autora, en particular cuando se basa en comparaciones descontextualizadas, se contrarresta en el caso de Rumazo con la acogida de su prosa más temprana, entre ella los ensayos de En el lagar (1961) y los cuentos de Sílabas de la tierra (1964, 1968), por los cuales recibió varios elogios de figuras literarias importantes de las Américas y Europa. Años más tarde, el todavía canónico e influyente crítico canadiense Northrop Frye se refirió a Carta larga sin final como: “Una combinación de ensayo y géneros ficticios de un tipo que no he visto antes”. Se puede considerar esa aclamación del padre teórico de Harold Bloom una plantilla para el resto de su trilogía, cuyas dos primeras partes son preclaras precursoras latinoamericanas de lo que una crítica más contemporánea, Claire De Obaldia, ha examinado ampliamente como parte del “espíritu ensayístico” y borgeano que define a la mejor prosa enciclopédica del siglo veinte. Vale reiterar que cuando Rumazo publicó esa parte de su novelística la Rayuela, de Cortázar, era el paradigma latinoamericano de novelas totales que borran límites, y resultó insuficiente definirlas como “de lenguaje”, porque estas fallaron, así como el argentino no contó con que el “lector hembra” también escribiera novelas.

Otra diferencia que distingue a Rumazo de ese montón, y de los autores nacionales de su generación, es que sus autorreferencias tienen una energía narrativa que fácilmente rige, enlaza o justifica las que inicialmente parecen digresiones acerca de la teoría literaria que estaba de moda entonces. Los elementos autobiográficos, que merecen un análisis a fondo, también están presentes, con las mezclas hoy definidas con el término rescatado (fue acuñado en 1906) de “autobiograficción”.  Este enfoque es particularmente sutil en la segunda pieza de la trilogía, Peste blanca, peste negra (1988).  Aunque la noción de écriture se despliega en toda la narración, ese elemento no sucumbe a la ficción académica, o al tipo de narración angloamericana y europea que Michael Greaney estudia en Contemporary Fiction and the Uses of Theory (2006), vis-à-vis el empleo ficticio del estructuralismo y posmodernismo. Las dos primeras partes de la trilogía tampoco adhieren a reglas convencionales del desarrollo narrativo. Sin embargo, satisfacen con creces las expectativas de un público más amplio y culto, con las ideas humanistas e imágenes y alegorías que desarrollan con maestría. ¿Por qué es así?  

En 526 páginas, Rumazo analiza la obra de personajes clave de la cultura y el pensamiento ecuatoriano y latinoamericano, como Eugenio Espejo o Alfonso Rumazo González.

Si en Rol beligerante ya estaban presentes Artaud, Barthes, Beckett, Blanchot, Camus, Della Volpe, Eco, Foucault, Genette, Proust y Saussure, de varias maneras las estrellas teóricas de la época que genera esos ensayos, en Peste blanca, peste negra hay una toma de conciencia producida por la necesidad no de más ficción sino de un compromiso con la naturalidad del ser humano común. También se matizan temas anteriores: el absurdo, el arte y la crítica, el barroco, la conciencia hilvanada con la estética, los gestos como parte del habla, y otra novelización de una poética. Diferente de la primera novela, y con otro control de las relaciones entre lector, lenguaje y novela, se atenúa la atención al signo, símbolos y lo verosímil en función de las identidades (las “pestes”) y su cosificación. Ante la pregunta de si le parece válido definirse ideológicamente contesta: “Yo soy de izquierda y siempre lo he sido.  Mis libros dan prueba de ello y también sus prologuistas”, y siempre relee a uno de ellos, el prolífico filósofo y humanista Juan David García Bacca. 

Consecuentemente las tres erres (realismo, relato y retórica) están supeditadas en su segunda novela, haciendo del “realismo”, desplazado, un meollo de experiencias personales no narrables, un reino interior de intensidades que de una manera u otra eluden el lenguaje, y por consecuencia son un dominio que solo se puede novelizar.

Luego de algunos intercambios por correo electrónico, conocí en persona a doña Lupe en Quito, ocasión en que me obsequió los ensayos de Los marcapasos (2011) —que se cierra con ‘La autobiografía en el relato de Lupe Rumazo’ —compilación que también merece un estudio aparte, como las otras de ese género. Nos comunicamos regularmente, y con ese privilegio afino esta (re)presentación, consciente de reportajes recientes centrados en ‘El Ecuador tiene una deuda con la obra de Lupe Rumazo’ o ‘Lupe Rumazo: ‘El intelectual no debe callar’. A pesar de la ausencia física de su país, a temprana edad se convirtió en ensayista importante para un público cosmopolita, vale precisar, con el mencionado En el lagar. Desde entonces dedicada más al ensayo, su segunda colección, Yunques y crisoles americanos (1967) hizo de ella una de las practicantes más prominentes en un género en que pocas latinoamericanas (exceptúo a las académicas) son canónicas, como Ocampo, Castellanos, Ferré y, en este siglo, Cristina Rivera Garza. Yunques y crisoles americanos estudia filósofos como Korn, ensayistas, Borges; y su análisis de la literatura de mujeres de ese período provee claves sobre la manera en que concibe la escritura de ficciones. Se puede trazar un arco de Yunques y crisoles americanos a los ensayos de Vivir en el exilio, tallar en nubes (1992),  concentrados en la literatura ecuatoriana y en Juan Montalvo, una selección de cuya obra editó para la Biblioteca Ayacucho en 1993.  Es probable que su elocuencia ensayística vuelva a entretejerse en Escalera de piedra, libro terminado, revisado y adensado según Rumazo, y culminación de su tríptico, no de su prosa.

De comunicaciones y entrevistas se desprende que Escalera de piedra (título que evidentemente alude al Sísifo que lee a través del filtro de Camus en Rol beligerante) completa su saga convincentemente, sin significar una vuelta al principio; Rumazo es demasiado perspicaz, meticulosa y disciplinada para concluir así.  Diferente del par novelístico previo, inserta su vida en la de su padre, el impecable historiador Alfonso Rumazo González, y en el contacto que ella ha mantenido con numerosos intelectuales latinoamericanos. El escenario de la novela es una oficina diplomática en la cual Rumazo trabajó. Sin clichés, emplea ese marco para presentar relaciones de poder entre los sexos y analizar la dialéctica del poder económico y social. Otro hilo conductor es el nomadismo, que proviene de una larga experiencia: “Mi primera salida del Ecuador se produjo cuando era muy niña porque mi padre […] fue desterrado por la dictadura de Federico Páez contra quien conspiró. Entonces empezó el destierro en Colombia […] Emigré a Venezuela soltera en 1954, en unidad de mi madre porque mi padre ya lo había hecho un año antes llamado por Vicente Lecuna, el mayor historiador bolivariano”, expresa.

Los escalones de Escalera de piedra también se refieren a los pasos complicados que los seres humanos deben ascender para lograr varios tipos de realizaciones. Pero Rumazo supera nuevamente las expectativas e ideas recibidas. Escalera de piedra está repleta de escritores y personajes ficticios y míticos de diferentes períodos históricos, conglomerado que entra en contacto con personas cuya existencia se puede verificar empíricamente, creando así un mundo superior al mundillo intelectual.  Para esa cosmovisión el acto de escribir, analizado teóricamente en sus ensayos, se presenta como un escalón importante que convierte al mundo en algo legible.  En última instancia la protagonista “Lupe” (otro personaje es “Alfonso”) encarna una literatura de resistencia, y es un trasunto de cómo la autora aprehende y trasciende mundos. Rumazo construye interrogantes ontológicas (presentadas potencialmente) que terminan preguntado “¿qué queda de todo?”. Escalera de piedra, abierta y polifónica, es una metáfora de la vida como experiencia nietzscheana, en la cual los valores que perduran son los de la lucha y la claridad.

Según ella, esta ficción es episódica. Si la filosofía siempre es su torre de alta tensión, es igualmente consecuente que con Escalera de piedra otorgue a la literatura una dimensión ecuménica, en base de modelos como los escritores checos Bohumil Hrabal y Kundera, más Broch y Saramago. Y ceñido a América Latina, Sábato, autor de una nota de contratapa para Rol beligerante. También hay mucho del Todorov y Kristeva actuales (menos teóricos), y arriesgo poco al proponer que esa prosa reciente se acerca a la de César Aira y Roberto Bolaño (véase “Parodia intelectualizada de ‘Un truculento río de arrastre’ de ‘Carta larga sin final’”, sección del capítulo “Escalera de piedra” en Peste blanca, peste negra), adelantados a su manera.

No hay indicios de que Lupe Rumazo esté templando su aforo para hacer de avatares narrativos conocidos algo estimulantemente extraño y crítico. Ahora anuncia la novela Temporal o La última llave del destino y los ensayos de Documentos prescindibles e imprescindibles, entre ellos uno sobre Wittgenstein y nuestra literatura.  Cabe invitar a las críticas literarias (se le debe a Cecilia Ansaldo y otros antologar su cuentística) y a las editoriales a adelantarse a celebrarla.

 


 

* Wilfrido H. Corral impartió la Cátedra Abierta Roberto Bolaño entre marzo y abril en Chile. Sus libros más
recientes son The Contemporary Spanish American Novel: Bolaño and After; y la edición española aumentada y actualizada de El error del acierto (contra ciertos dogmas latinoamericanistas), ambos de 2013.