Ecuador / Jueves, 25 Septiembre 2025

Kardashian®

Kourtney, Kim y Khloé Kardashian inspiran envidia y adoración, hasta hacer las veces de muñecas. Foto: CampusMediaGroup.com
Especial

¿Cómo es que una familia de individuos sin ningún tipo de talento construye un imperio capaz de facturar más de $ 65 millones al año? ¿Cómo es que una chica que se hizo famosa por la calculada filtración de un video porno con su novio rapero acaba en la portada de la revista Vogue? ¿Por qué el odio que se profesa (desde la crítica, la academia, el público) a una familia disfuncional bordea, más bien, la fascinación? Cada vez que algún televidente, en cualquier rincón del mundo, asegura odiar a las Kardashian, su cotización en el mercado de las celebrities se eleva y se expande. Hay algo en ellas que amamos odiar.

Su negocio radica en hacer público lo privado: el origen de su fama se remonta al video porno de Kim, la hermana de la mitad y, gracias, en gran parte, al olfato para los negocios de la matriarca de la familia, Kris Jenner, ese fue el empujón necesario para lanzar a la fama a la familia entera.

Barbara Walters —la icónica entrevistadora norteamericana que ha interrogado a personajes diversos como Monica Lewinsky, Obama o Audrey Hepburn— eligió a las Kardashian como parte de su lista de personajes más interesantes de 2011 (lo que generó burlas y cuestionamientos que no evitaron que millones de personas sintonizaran la entrevista).

Walters se sentó frente a Kris y las tres hijas de su primer matrimonio con el abogado de origen armenio, Robert Kardashian: Kourtney (unida al ultramujeriego Scott Disick y madre de dos hijos), Kim (la del sex tape) y Khloé (quien se casó con un basquetbolista con problemas de adicción un mes después de haberlo conocido y se divorció en diciembre pasado):

—Todas ustedes son famosas por ser famosas. No actúan, no cantan, no bailan, no tienen, discúlpenme, ningún tipo de talento —increpa Walters.

Kim, peinada y maquillada a la perfección, uñas y pestañas artificiales incluidas, le responde:

—De todas maneras, entretenemos al público. Es mucho más difícil seducir a la gente al mostrarte tal y como eres, en un reality show. La presión es más grande, pero lo hacemos.

Su hermana menor, Khloé, la interrumpe.

—Estamos de acuerdo contigo, Barbara. Ninguna de nosotras piensa que tiene algún talento especial.

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Kim, Kourtney y Khloé no tienen por qué o para qué esforzarse tratando de desarrollar un talento, no tienen que ser conspicuamente buenas para algo, porque les basta con ser y estar. Y allí radica uno de los puntos más álgidos, lo que cosecha odios y reproches entre el común de los mortales: la comodidad con la que disfrutan de una vida cargada de lujos y relevancia mediática sin tener que trabajar para ello. Nadie parece escandalizarse ante el dato de que Angelina Jolie cobre $ 30 millones por película, porque ese precio se legitima ante lo que consideramos un talento, aunque subjetivo, pero talento al fin: actuar es un trabajo.

Aunque tienen poca idea sobre lo que pasa a su alrededor —son narcisistas, egocéntricas y consentidas—, su estrategia es bastante astuta. Al parecer transparentes frente al mundo, por el hecho de exponer su vida constantemente en su reality show, pueden elegir casi hasta el último detalle de cómo ese mundo las percibe.

Pocas celebridades pueden vanagloriarse de lo mismo, ya que, al buscar a toda costa mantener su privacidad intacta generan una especie de morbo y el consecuente coro de rumores falsos y desinformación. Mientras algunas celebridades (actores, actrices, cantantes, et al.) tienen conflictos con el acoso que provoca la fama, e incluso llegan a tener reacciones neuróticas o violentas, las Kardashian asumen el spotlight cómodamente. Todos los pasos que dan en la esfera pública son calculados, porque su vida privada es pública.

Y es eso: las Kardashian saben que son famosas simplemente por existir. Hacen millones de dólares por asistir a una fiesta y dejarse fotografiar en una discoteca y les pagan por permitir que las cámaras registren sus vidas. Sí, tienen líneas de ropa y de maquillaje pero no se involucran en el proceso creativo de ninguno de los productos que llevan su marca. Lo que buscamos consumir, cuando se trata de esta familia, es una imagen, un espejismo. Creemos saberlo todo pero son ellas quienes tienen el control, ya que pueden guionizar y establecer cuánto vemos, y cuánto de eso que nos muestran es realidad o performance.

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Desde su estreno en 2007, Keeping up with the Kardashians ha cultivado 14 millones de televidentes, quienes han visto pasar por sus pantallas romances, bodas, divorcios, nacimientos, peleas, y el día a día de una familia que se autodenomina ‘normal’ y vendría a ser algo así como un Brady Bunch con esteroides.

Kris es la matriarca y manager, que orquesta y maneja al resto de la familia. Kim, Khloé y Kourtney son hijas de su primer matrimonio, además de Robert Jr., su único hijo hombre. Tras divorciarse de Robert Kardashian —conocido por ser el principal abogado de la defensa de O. J. Simpson cuando el atleta fue acusado de matar a su esposa— se casó con Bruce Jenner, un excampeón olímpico cuyo rostro está casi irreconocible tras haberse sometido a varias cirugías plásticas. Con Jenner tuvo otras dos hijas: Kyllie y Kendall, quienes prácticamente han vivido toda su adolescencia con una cámara en el cogote.

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Gracias a la posición de su padre abogado, el clan Kardashian siempre vivió una vida privilegiada en Beverly Hills. La suya no es la típica historia de la chica humilde que después de años de intentos y fracasos y de trabajar como mesera en una taquería de Los Angeles logra que un agente de Hollywood se fije en ella y la catapulte al estrellato. No, las Kardashian siempre tuvieron acceso a una vida cómoda y se rodearon de personajes más o menos influyentes. Pero la ambición de Kris siempre fue posicionarse en el estrato más alto de la jungla de famosos que es Hollywood, donde hay jerarquías: una socialité con apellido jamás jugará en la misma liga que una actriz con impacto en todo el mundo. Para ello, necesitaba una estrategia y lograr que su hija Kim, retratada por los medios como una más de las amigas de Paris Hilton, se convirtiera en una marca registrada que factura $ 28 millones al año —más que su madre y cualquiera de sus parientes—. Una vez que Kim obtuvo la atención mediática, toda su familia fue arrastrada en la misma dirección, en una especie de efecto dominó.

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Kim Kardashian cambió por completo el paradigma de lo que significa la fama, al llegar a ella por medios no legitimados, es decir, sin un despliegue de talento alguno aparente y bajo circunstancias que podrían haber sido francamente olvidadas sin la cuidada estrategia que su madre orquestó. Cuando el video porno de Kim se hizo público, se convirtió en el sex tape más vendido de la historia y su protagonista recibió un buen porcentaje de esas ventas, gracias a la gestión de su mamá. Con la cinta, Kim no solo se coló en el amplio espectro de medios masivos en la era de Internet, consiguió capitalizar ese episodio hasta convertirlo en un imperio que abarca a su familia entera.

La más mediática de las Kardashian difiere de, digamos, Angelina Jolie, abismalmente, porque mientras Hollywood es ficción, el plot que vemos en la pantalla es, esencialmente, los acontecimientos reales en la vida de una persona. No es un rol en una película. El estilo de vida de las Kardashians, aunque desopilante, resulta accesible, casi tangible. Si ellas pudieron, ¿por qué yo no?

Seis años después del escándalo, Kim recibió la que es considerada la mayor legitimación de su influencia en el medio: aterrizó en la portada de Vogue, junto a su marido (el tercero, el primero le duró 72 días), Kanye West. La indignación no se hizo esperar: ¿qué hace una chica sin clase, famosa por ser famosa, en la revista de moda más importante del mundo? La respuesta es obvia: vende. No importa si el consumismo se origina en esa especie de repudio hacia ella y sus hermanas, todos quieren leer la entrevista.

“Parte del placer de editar Vogue es la posibilidad de poner en portada a quienes definen nuestra cultura en cualquier momento en particular, a los provocadores cuya presencia moldea e influencia nuestra manera de ver el mundo. Es evidente que ese rol es llevado a cabo por Kim y Kanye con total plenitud”, escribió la editora Anna Wintour, a manera de explicación y anticipándose a las críticas.

Kim Kardashian, esa chica insignificante y sin talento aparente, que se hizo famosa por un video porno, moldea parte de nuestra cultura. Aunque odiemos admitirlo.