Uno de los puntos de partida en el andar literario de Juan Villoro (1956) tiene que ver con Ecuador: su relación con Miguel Donoso Pareja en los talleres de literatura donde el guayaquileño impartió entre las décadas de los setenta y ochenta en México.
Villoro, uno de los escritores más destacados del continente, es también una de las figuras en las que los géneros literarios parecen no encontrar resistencia: la narrativa ficcional, el ensayo, el teatro, la literatura infantil y la crónica, suman algunos de los territorios por donde el autor de El testigo (Premio Herralde, 2004) transita, cifrando una búsqueda personal que lo emparenta con un viajero incansable.
Este año, su presencia en la FIL Quito será uno de los atractivos más relevantes de la cita anual. Ocasión propicia para compartir reflexiones sobre el oficio, la materia prima con la que Villoro trabaja, y el horizonte al que apunta esa materia. En conversación con cartóNPiedra, nos introduce a su universo personal.
Usted empieza escribiendo ficción (cuentos) antes que no ficción (crónica). En muchos escritores ese camino ha sido inverso: van de la realidad hacia aquello que Juan José Saer llamó “una realidad inverificable”. ¿Cuál es el peso de la experiencia personal en este tránsito suyo entre estos dos polos discursivos?
En efecto, comencé escribiendo cuentos en el taller de Miguel Donoso Pareja, al que entré a los 15 años y en el que permanecí hasta los 19, un período formativo por el que siempre estaré agradecido. Me interesaba el periodismo y lo había practicado de manera accidental en un periódico que editaba en mi escuela, impreso en mimeógrafo, pero no pensé combinarlo con mi oficio de narrador hasta que, por ahí de 1981, Sergio Pitol me pidió un texto sobre otro maestro mío: Augusto Monterroso. Escribí una crónica de su taller, de modo que mi primer texto de no ficción fue un retrato de la manera en que se enseña la ficción. A partir de entonces, complementé dos formas de la escritura: la ficción me obliga a estar en casa y la crónica me permite salir de ella.
Probablemente un escritor elige los géneros menos por comodidad que por búsquedas o necesidades. ¿Qué búsquedas le orillan al trabajo con la ficción, qué necesidades al trabajo con la no ficción?
Tienes toda la razón. No creo en las ‘facilidades’ de la escritura. Todos los géneros son complejos y desafiantes, pero lo son de distinto modo. Tengo una personalidad un poco dispersa, que necesita estímulos distintos.
Me entusiasmo pronto y me aburro rápido.
El artículo de opinión exige claridad, sentido de la contingencia y economía expresiva; la novela obliga a resistir durante años la travesía por una historia que en el fondo desconoces; el teatro te desafía a convertir un diálogo en una forma de la acción, y así sucesivamente. Me gusta saltar de un género a otro para evitar el infierno de la repetición y renovar mi capacidad de asombro.
En el oficio creativo, ¿la originalidad es para usted una preocupación constante?
Lo paradójico de la originalidad es que resulta inconsciente. Podemos ser voluntariamente raros, incomprensibles, herméticos o estrafalarios. Pero nadie es original por decreto. Lo original de tu pensamiento es decidido por los otros.
Cervantes pensó que al escribir El Quijote lograba un divertimento y nada más que eso.
Su gesto estético tiene que ver más con una naturalidad expresiva que con la búsqueda de algo singular. Lo sorprendente es que esa arriesgada espontaneidad se convirtió en seña de originalidad para los siglos venideros.
Trabajar distintos géneros implica, a la vez, un manejo de diferentes registros y ritmos. ¿Hasta qué punto el lenguaje se convierte, bajo este marco, en un material maleable, capaz de ser explorado a fin de ponerlo a disposición de lo que se quiere decir?
Me gustó mucho algo que el director de orquesta argentino Daniel Barenboim dijo en una entrevista. Todo mundo sabe que su fortaleza está en la conducción de orquestas; sin embargo, también toca el piano, compone y da cursos de música. ¿Por qué hace todo eso? Su respuesta es sabia: “Porque si no viera la música desde todos esos ángulos, no sería el director que soy”. Al practicar un género, me gustaría pensar que estoy poniendo en práctica cosas que he aprendido en todos los demás géneros, incluyendo el más alto de todos, la poesía, que admiro, pero no practico.
La fidelidad al oficio parece una consigna esencial para desplazarse en cualquiera de los géneros que usted maneja. ¿Ella garantiza también una fidelidad externa, por ejemplo, acercarse a los hechos para mostrar su verdad?
Como cronista tengo un compromiso irrestricto con la verdad (hasta donde puede ser entendida por alguien que, a fin de cuentas, escribe desde su propia subjetividad).
Esto se aplica a los sucesos públicos, las figuras conocidas, los hechos que deben ser verificados. Pero si escribo una crónica de mis calcetines, entro en una zona donde la verdad no puede ni tiene por qué ser comprobada, y puedo cambiar el color de uno de ellos. En cuanto a la ficción, las cosas que suceden en el mundo real, las ‘verdades’, representan un gran estímulo, pero lo más interesante es pensar en las distintas posibilidades de eso que es real. El equívoco y el malentendido son gérmenes de la ficción.
Su labor como escritor de ficción pone como condición esencial a la reescritura, a la revisión continua de sus manuscritos. ¿Es igual con su labor como periodista? Y en esta segunda, ¿el tiempo no termina siendo un elemento para tener en cuenta?
El periodista no se puede dar el lujo de reescribir eternamente un texto. Muchas de las cosas que he publicado en los periódicos han salido de primera intención, luchando contra el horario de cierre. La paradoja es que en ocasiones lo escrito con rapidez permite llegar a soluciones que la mente te hubiera censurado en caso de tener opción de repensarlas.
La experiencia como elemento conductual de lo real halla formas de diálogo con la estética, en su escritura. La ‘belleza’, por ejemplo, ¿tiene espacio en su búsqueda por mostrar una realidad?
No se puede escribir sin el deseo de crear belleza y de celebrar la que encontramos en el mundo. Describir es un acto de amor: seleccionas las cosas que quieres preservar.
Este desafío es muy difícil en tiempos como los que atraviesa México, de violencia y terror, pero justamente en esas circunstancias es más valioso demostrar que no todo es infierno y que la belleza puede existir incluso en condiciones determinadas a negarla.
¿De qué modo el manejo de temas que limitan con el profundo drama (la muerte, el temor, la distancia) logran tener una manifestación distinta cuando utiliza el humor?
México es un país con mucho sentido del humor. Curiosamente, nuestro arte es muy dramático. Si piensas en el muralismo mexicano o en obras maestras como Pedro Páramo, en la novela, o Muerte sin fin, en la poesía, adviertes que la mexicana es una literatura en la que el humor casi no tiene espacio. Hay excepciones, por supuesto, como la de Jorge Ibargüengoitia, pero esa no ha sido la norma.
Esto comienza a cambiar y, en buena parte de lo que escribo, la ironía y el humor están presentes. La ironía permite una reconciliación crítica con un entorno defectuoso. Sin dejar de reconocer que la realidad es un desastre, la vuelve llevadera. Se trata no solo de un recurso literario sino ético.
¿Qué le aporta a su universo personal el continuo desplazamiento, ya no solo por los géneros literarios, sino por territorios de la realidad como el fútbol, la traducción, el viaje?
Por suerte se han perdido los complejos que impedían disfrutar de la cultura popular si eras una gente ‘culta’. Recuerdo que Miguel Donoso escandalizaba a algunos alumnos por llegar al taller con un ejemplar de Esto, periódico deportivo. Otra de las cosas que le debo es el asumir mis gustos como parte de la literatura, esto puede relacionarse con formas de la ‘alta’ cultura, como la traducción del alemán y el inglés o la reflexión sobre mis autores preferidos, pero también con pasiones como la gastronomía, el fútbol, el box, los parques temáticos, los juguetes y tantas cosas más.
¿En qué medida México, su telón de fondo y territorio literario, ha cambiado, en el transcurso de todos estos años, en su escritura?
No he dejado de reflexionar sobre mi país. Si escribo un cuento que se ubica en Japón, el protagonista es mexicano. Con esto no pretendo hacer una literatura ‘nacionalista’; sencillamente me interesa dar cuenta de la realidad más misteriosa que conozco y que es la que me queda más cerca. Hay quienes necesitan ir mentalmente a Marte para pensar algo distinto. Creo que no hay nada más asombroso que la vida diaria.
¿Es el México de ahora un país donde se olvida con facilidad?
México es un país tan convulso que solo parece tener tiempo para el espanto. El olvido es terapéutico y ayuda a seguir adelante, pero se convierte en una patología cuando no entiendes las lecciones que quería darte.
No soy historiador, pero entiendo el pasado como una zona abierta, que aún nos puede dar lecciones.
Hace un par de años conduje una serie de televisión sobre sitios arqueológicos de México, Piedras que hablan. La principal lección, para mí, fue que el pasado no está quieto, se reinterpreta y modifica cada día.
El pasado tiene mucho futuro por delante.
¿Qué puede hacer la escritura cuando la realidad, como en el caso de los estudiantes normalistas desaparecidos hace varias semanas, parece no dejar espacio para respirar?
Theodor Adorno dijo, famosamente, que no se podía escribir poesía después de Auschwitz. Ciertas situaciones límite te hacen pensar que la palabra carece de sentido ante el horror y que es frívolo pensar en cualquier cosa que no tenga que ver con eso. En mi opinión, la literatura tiene como misión dar cuenta del sufrimiento que lastima la realidad, pero también implica la superación de ese sufrimiento. No hay nada más disidente que crear una posibilidad de dicha cuando la realidad niega cualquier asomo feliz.
En todas las épocas, el arte ha surgido a contrapelo de la sangre derramada. La impunidad, la corrupción y la violencia no nos van a quitar nuestro derecho al gozo, a la risa y al amor.
Ya conocemos la reflexión de la película El tercer hombre: la estabilidad y la paz de Suiza solo produjeron el reloj cucú, mientras que las injusticias, la corrupción y las mazmorras de Italia produjeron el Renacimiento.
Siguendo esa lógica, no nos queda más remedio que ser renacentistas.
Juan Villoro
Nacido en México, en 1956, Juan Villoro es escritor y periodista.
Su extensa obra se inscribe en varios géneros, como son cuento, novela, literatura infantil, teatro, ensayo y periodismo literario. Aquí, algunas de sus obras.
Novela:
- El disparo de argón (1991)
- El testigo (2004)
- Arrecife (2012)
- Apocalipsis (todo incluido) (2014)
Cuento:
- La casa pierde (1999)
- Los culpables (2007)
- Forward: Kioto (2010)
Ensayo:
- Efectos personales (2001)
- Roberto Bolaño: la escritura como tauromaquia (2002)
- El eterno retorno a la mujer barbuda: el viaje a México (2003)
- De eso se trata (2008)
- La voz en el desierto (2008)
- La máquina desnuda (2009)
Teatro
- Muerte parcial (2008)
- El filósofo declara (2011)
- Conferencia sobre la lluvia (2013)
Crónica y periodismo literario:
- Tiempo transcurrido (1986)
- Balón dividido (2014)