Erotopías o el amor en sus lugares
El cuerpo del deseo
En esta exposición organizada por el Ministerio de Cultura en el museo de Pumapungo, después de su itinerancia en el MAAC (Guayaquil), estamos ante una de esas muestras que no podemos perdernos. Se trata de ofrecer una gran selección de obras de arte ecuatoriano desde la propia herencia cultural, partiendo de un tema tan cotidiano en nuestras relaciones como el erotismo.
Podríamos decir que si ha sido la vivencia del amor lo que ha originado esta excelente selección de pinturas, esculturas, videos e instalaciones, podemos darnos por satisfechos ante la cantidad y calidad de obras encontradas, dentro de un período tan extenso como la propia aparición del arte hasta alcanzar nuestros días.
Este parece haber sido el afán de su curador, Cristóbal Zapata, al realizar una lectura apasionada de lo que puede considerarse como una variante de la historia del arte ecuatoriano, teniendo como eje temático la relación entre arte y erotismo. A través de una deriva a lo largo del tiempo, Erotopías se propone una suerte de retorno, articulado en torno a cinco tópicos relacionados con la representación del amor, a través de una visión de los lugares que ocupa el eros en nuestra identidad. Partiendo de los aspectos venusinos de Valdivia, la presencia del efebo o el andrógino, la aspiración a un paraíso terrenal o subrayando la importancia que posee el eros en la vida cotidiana, estamos ante una celebración de la representación del deseo. Y es probable que ese refinamiento sea propio de un lugar que posibilite vivir en libertad.
El deseo, con su implicación desastrosa —el deseo es el desastre, como vivir sin el poder benéfico del astro—, es una condición que pone al ser humano, como escribiera Bataille en El erotismo, ante la muerte, por pequeña que esta sea: “La belleza negadora de la animalidad, que despierta el deseo, lleva, en la exasperación del deseo, a la exaltación de las partes animales”. Por otro lado, sorprende que en su teoría sobre el erotismo, al referirse a la belleza, contraponga ambos términos: “La esencia del erotismo es la fealdad”. Y es muy probable que aquello que buscamos en los lugares del eros no sea sino el encuentro con un cuerpo del deseo, en la multiplicidad. En este caso, también en el arte. Esto es, una reflexión acerca de nuestras relaciones con la propia identidad.
Esta exposición reúne más de 150 obras de arte, pertenecientes a épocas muy diferentes de la historia de Ecuador. Una narración que busca, a través de conceptos que dotan a Erotopías de una fuerza que está ligada a la pulsión amatoria del encuentro. Si, como decía Descartes, el cuerpo y el alma se reúnen en la pasión, la aparición de estos temas muestra la importancia que posee una exposición que descubre nuestra propia correspondencia con el arte y con el amor, desde perspectivas abiertas y comprensivas.
Desde la imagen venusina de Valdivia o Chorrera hasta las cerámicas de La Tolita podemos comenzar a comprender qué magia sexual ha ido acompañando a la cultura ecuatoriana. En estas figuras se habla no solo de los misterios que habitan detrás de una cosmovisión, sino que se viene a concretar también un modo de ser social. En estas cerámicas no se muestran solo escenas sexuales, sino que hablan del refinamiento detrás de esa comunicación.
Ese referente de Venus, como mostrara Didi-Huberman, está relacionado fuertemente con ese deseo siempre insatisfecho, con esa rajadura que ha supuesto también dar cuenta de que el ideal se basa en nuestra relación con una cierta imposibilidad.
La política del eros
En este esparcimiento que parece proponer Erotopías, podemos comprobar que un acercamiento universal nos lleva a entender el sentido de estos mitos desde la actualidad, comprendiendo que, de algún modo, compartir este impulso no tiene que ver con los estilos artísticos, sino que está sostenido en una concepción del arte de amar. En esta exhibición podemos tener la experiencia de convocar a las figuras más reconocidas del arte ecuatoriano, desde Guayasamín, Kingman y Tábara, hasta obras extrañas de otros artistas menos estudiados, como esa primera incursión en el video de Eduardo Solá Franco, hasta alcanzar el arte actual del país, desde perspectivas más irónicas relacionadas con un tema como el cuerpo o la subjetividad, como en el caso de Marcelo Aguirre, María José Argenzio, Pablo Cardoso, Noé Mayorga, Janeth Méndez, Julio Mosquera y Óscar Santillán. Esta multiplicidad de artistas, con sus posiciones ante el amor, es, como decimos, uno de los hallazgos de esta exposición.
Además de incidir en esa mirada hacia el pasado histórico, es importante señalar la presencia que tiene el amor como objeto de deseo a través de las artes. Esa idea del paraíso por venir bien puede ser una reflexión acerca del espacio del arte como representación de sentimientos y sentidos íntimos.
¿Hasta qué punto la forma del espacio erótico es aprehendida como una manera de dotar a nuestras relaciones de un sentido comunicativo? ¿Qué sutiles límites acaban por encontrarse en un tema universal y simbólico desde su presencia en el arte ecuatoriano? Si la representación del cuerpo o el deseo es, por otra parte, una cuestión relacionada con los modos de simbolización, como en el caso de Tomás Ochoa y Patricio Palomeque, estamos ante una suerte de caligrafía erótica que nos lleva a comprender que la búsqueda de los lugares del amor acaba por encontrar una ficción histórica propia.
Como señala Félix Guattari, la relación del cuerpo, el deseo y el eros es cuestión política. Es la relación con el otro, en la búsqueda de una comunicación, lo que configura una sociedad que precisa de espectadores activos. Esta voluntad por construir una utopía basada en un paraíso alcanzado en el presente es la representación de estos edenes convertidos en lo que se ha denominado como paisajes del placer y de la culpa. Además, son tópicos y trópicos donde también cabe la inserción de cuestiones que tienen que ver con una alteridad otorgada desde la diferencia sexual, proclamada como un ejercicio de libertad. Es el caso de Óscar Villegas o Jorge Jaén, pero también aparece en los retratos juveniles de Eduardo Solá Franco.
Aparecen además espacios de memoria como los lupanares, donde la prostituta aparece elevada como una estatua. Es el caso de Galo Galecio y Hernán Zúñiga, con sus paisajes urbanos que se muestran como una suerte de expulsión del paraíso de los cuerpos, destinando a Eros a la calle y a la noche. Al final, aquellos son lugares que no solo suponen un cuerpo, sino que sirven aún de representación histórica, política y estética.
Si bien Eros en la mitología griega era una divinidad proteica, entre el amor y el sexo, no termina nunca de caer en la orgía dionisíaca. Es precisamente un dios que comparte dos progenitores: Poros, identificado con la riqueza, y Penia, simbolizando la pobreza. Es pues este carácter paradójico y dual lo que hace que el eros siempre esté cerca del arte.
Estas perspectivas tienen en Erotopías un espacio específico, relacionadas con la fascinación con el falo como instrumento de simbolización. Como recuerda la etimología, pintar no es otra cosa que fingir, esto es, enclavar algo, como una escritura que estuviera a la sombra del arte de una manera deseante. Una cuestión cercana a una cierta celebración, como pueden ejemplificar Víctor Barros, Ana Fernández, Graciela Guerrero o Larissa Marangoni.
Estas conjunciones son, en palabras del curador Cristóbal Zapata, una manera de convocarnos a todos: “El espectáculo del arte no hace otra cosa que recrear el espectáculo de la vida como una forma de prolongar el gozo que el sexo nos prodiga, como un medio eficaz de convivir con el deseo, de hacerlo presente”. Una reivindicación del cuerpo como órgano de conocimiento, donde podemos reconocer la propia identidad y la comprensión de nuestra memoria íntima y colectiva, desde la creación artística ecuatoriana.
DATOS DE LA MUESTRA:
Erotopías
Cuerpo y deseo en el arte ecuatoriano (3900 a.C. – 2013 d. C)
Curador: Cristóbal Zapata
Museo Pumapungo