Con The Act of Killing, Joshua Oppenheimer se proponía filmar un documental sobre los sobrevivientes del genocidio en Indonesia de presuntos comunistas y de gente de origen chino entre 1965-1966, perpetrado por la extrema derecha nacional (respaldada por Estados Unidos y el resto de Occidente). Después, ante el hecho de que los responsables del genocidio quedaron impunes gracias al Estado, pensó que sería más efectivo contar la misma historia desde esa perspectiva. El protagonista del documental es Anwar, uno de los integrantes de las fuerzas paramilitares, responsable de decenas de muertes.
Para muchos espectadores, la decisión de ‘darle voz’ al asesino es éticamente cuestionable. Es un reparo válido, formulado en el pasado por la crítica de cine Pauline Kael a propósito de A Clockwork Orange (Stanley Kubrick, 1971). En dicho filme, Alex, un delincuente adolescente, es sometido a un tratamiento experimental. Como resultado, este desarrolla una respuesta mecánica y corporal de rechazo a la violencia. La película se basa en el libro homónimo de Anthony Burgess (1962), inspirado en la Terapia de aversión como cura para la delincuencia juvenil. Burgess sugiere que el Estado cruza una línea esencial cuando fuerza a los ciudadanos a ser ‘buenos’ y les quita su propia voluntad.
A pesar de las similitudes entre novela y película, Kael sostiene, en un artículo publicado en 1972, que en la película “los significados están invertidos”. Mientras que en la novela hay un Alex bueno y uno malo, ambos representados como seres mecanizados, en el filme el ‘bueno’ es un robot y el ‘malo’ es más humano. Para Kael, la representación del sadismo y del mal en el filme es un ejemplo de la tendencia cinematográfica de condicionar al espectador a “aceptar la violencia como un placer sensual”.
Un elemento clave de esta seducción consiste en generar una identificación con el ‘malo’. En A Clockwork Orange, la identificación se da con Alex. Como observa Kael: “Existen un millón de razones para justificar la identificación con Alex (…), pelea contra la represión; está solo contra el sistema. Lo que hace es solo una fracción de lo malo que hace el gobierno (...). ¿Por qué no ha de ser violento? Es todo lo que el sistema le (y nos) ha enseñado”. Además, muchos de los obstáculos para que el espectador se identifique con Alex, que existían en el libro, fueron eliminados por Kubrick para fortalecer nuestra empatía con el personaje. Otra faceta del proceso de aceptación de la violencia es la deshumanización de la víctimas, así se impide la empatía con estas. Las víctimas de Alex son, insoportables de una clase más alta, más perversas que él. Kael escribe: “Lo que se le hace a Alex es mucho peor de lo que Alex ha hecho, de manera que la sociedad misma puede parecer la justificación del vandalismo”.
El protagonista de The Act of Killing ha asesinado a muchas personas (reales) y el espectador ocupa un lugar distinto frente a esta representación del mal. El director no nos pide justificar la violencia cometida por el protagonista. No disfrutamos ni nos sentimos cómodos mientras vemos The Act of Killing, como podría suceder con el filme de Kubrick. Mirar The Act of Killing es un proceso esencialmente intelectual.
Oppenheimer no crea identificación entre el espectador y el protagonista, aunque lo humanice. Anwar es un ‘don nadie’ en relación con el aparato genocida, en contraste con otros personajes más poderosos, es un ser insignificante que busca estatus y dinero dentro de un sistema corrupto. En el libro Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt acuñó la frase “la banalidad del mal”. Según Arendt, Eichmann actuó como lo hizo para ascender en su carrera profesional. Era un burócrata que cumplía órdenes sin cuestionarlas ni reflexionar sobre sus consecuencias. Oppenheimer también sugiere que Anwar, a pesar de su crueldad, es una persona sin capacidad para pensar críticamente sobre las órdenes que recibe. Pero esta humanización no oculta las consecuencias del mal que se ha cometido y que se sigue cometiendo. En una escena en un mercado, vemos cómo Herman, amigo de Anwar, extorsiona a comerciantes chinos. La recreación y la realidad se confunden: nos damos cuenta de que las condiciones que permitieron el genocidio siguen existiendo en Indonesia. La nebulosa frontera entre pasado y presente demanda la participación del espectador para descifrar las diferencias y similitudes entre estos espacios temporales.
Gran parte de nuestra experiencia como espectadores, especialmente en la segunda parte del documental, consiste en observar las reacciones de Anwar y Herman mientras se ven a sí mismos recreando las matanzas. Hay un efecto espejo: somos espectadores y ellos también. ¿Qué ven ellos y qué sienten? ¿Qué vemos nosotros? Es en la confrontación (la distancia, la cercanía) de nuestras reacciones con las de Anwar donde se define nuestra participación crítica. Cuando Alex está frente al material violento, Kubrick no nos interpela como espectadores para examinar nuestra reacción ante la violencia. Si Alex sufre, nosotros también sufrimos porque nos identificamos con él, sentimos que la sociedad ha sido injusta al convertirlo en una ‘naranja mecánica’. Nuestra conexión con Alex es emocional. En TheAct of Killing, cuando Anwar está en el sitio de sus crímenes, sufre de arcadas y el sonido produce malestar en el espectador, no por identificación, sino por transmisión, que no es emocional como en La naranja mecánica, es —insisto— intelectual.
De alguna manera estamos implicados en los crímenes cometidos porque somos parte de un sistema que ha silenciado ese genocidio y otros. Mientras que en la ficción de Kubrick el mal está personificado por delincuentes juveniles, castigados por el gobierno, en The Act of Killing el mal está representado por ‘héroes nacionales’, cuyos actos criminales son ‘actos patrióticos’. Nosotros, los espectadores, somos parte de una sociedad que no ha resuelto su pasado.
Hay más preguntas que respuestas. ¿Cuál es la relación entre el ‘mal’ y la representación? ¿Cómo reaccionamos ante la representación de este? ¿Cuál es la responsabilidad del director en la construcción del lugar del espectador frente a su filme? Esta película nos hace reflexionar sobre nuestra reacción frente a lo que estamos viendo y así podemos descubrir qué somos. Solo después de confrontarnos a nosotros mismos podremos, luego, iniciar un diálogo sobre la historia y nuestro rol dentro de ella. Me asusta vivir en un mundo donde ocurren genocidios como el de Indonesia; pero me reconforta (un poco) saber que en este mismo mundo también puede existir una película como The Act of Killing.