Domingo de Ramos: “No quiero escribir bien, esa es mi opción”
Una noche de 1986, Domingo de Ramos (Ica, Perú, 1960) buscaba la muerte. Se le ocurrió sentarse a esperarla en una banqueta de la Plaza San Martín, uno de los espacios más acalorados de la Lima embriagada en sangre en los ochenta. “De repente abrí los ojos y vi pasar, unos metros delante de mí, una jauría numerosa; perros venidos de todas partes masticando hambre entre los dientes”. Toma otro sorbo y continúa. “Eso me impactó, tanta rabia junta no es buen presagio. Detrás de los perros, sin embargo, vendría mi mayor sorpresa: un anciano, armado con un palo, a modo de bastón, hacía el ademán de pastar a los perros, de guiarlos en medio de las nubes de basura y gritos que hacían de Lima una pesadilla”.
Son las tres de la mañana, casi escasea el vino y a Domingo de Ramos se le ha dado por contarme cómo nació el título de uno de sus poemarios más conocidos, Pastor de perros. Lo escucho con atención mientras pienso que esa forma de narrar, inquebrantable ante la madrugada, detalle tras detalle, cualquier tipo de escena debe ser herencia de su infancia en Ica.
A poco de la publicación en la que el Congreso del Perú ha recogido la totalidad de sus poemarios publicados hasta ahora, Domingo de Ramos narra para cartóNPiedra su exploración en la poesía, su forma de asumir el destino poético y varios puntos de vista que lo identifican como uno de los vates peruanos más singulares del panorama hispanoamericano actual.
Sergio Pitol dice, que la inspiración es el fruto más delicado de la memoria. La infancia, como sustancia inicial de la memoria, ¿está presente en tu recuerdo?
Tengo un problema: solo recuerdo dos o tres cosas de mi infancia, nada más. Tengo un manto de olvido y no hay forma de que lo devele. Pero busco incorporar la infancia a mi vida por otros caminos; la literatura obviamente me ayuda a fabularla. Tengo referencias vagas: haber nacido en la Costa, en un medio dominado por viñedos y sandías grandes. Había un riachuelo, unas acequias que cruzar para alimentarnos o para regar los sembríos. Después de eso no hay nada más.
Aun dispersos, ¿estos dos o tres recuerdos resuenan en tu trabajo poético?
Sí. Mi traslado desde Ica hacia Lima, por ejemplo, es un traslado normal, no tuvo consecuencias traumáticas porque es el mismo clima, el mismo arenal. Otros elementos más se vinculan con mi memoria. Fui empatando lo que me quedó de la infancia con mi adolescencia en el Rímac. Yo salgo de Ica a los 5 años.
De hecho, la migración que yo vivo es económica. Ubicarse en nuevos horizontes es el motivo principal, porque en los años sesenta no había guerra, no había calamidades que pudieran precipitar una migración forzada.
La ternura es una de las formas en que se materializa la infancia. Leyendo tu extenso trabajo no es difícil entender que en él la ternura tiene otra forma expresiva.
No es muy visible. Es un trabajo muy rústico, muy duro con la palabra y que me ha proporcionado muchos desencuentros con respecto a cómo es el tratamiento amoroso por ejemplo. No tengo esa propuesta, a pesar de que mi madre me enseñó la ternura.
Creo que escribo por venganza o por deseo de destruir cosas. Siempre he tenido esa confrontación con la vida. No hubo espacio para la ternura, no hubo espacio para reflexionar sobre ella, como no hubo espacio para muchas otras cosas en mi vida. Además, nosotros estamos marcados desde la juventud por la violencia política del Perú. Nosotros, desde la infancia, con mi madre, con parte de mi familia materna hemos sufrido esa violencia institucional, y esas cosas resaltan, salen ahí.
Distanciarse de estos elementos pone en crisis la idea del poeta y la inspiración. ¿Qué valor tiene la inspiración para ti?
Yo no sé qué poeta ha dicho que el 99% es de transpiración y 1% de inspiración en la escritura poética. Yo trabajo constantemente la palabra, no me nace así inmediatamente. No estoy en esa estirpe de poetas. Soy un trabajador, un obrero de la construcción del lenguaje. Mis libros tardan al menos cinco años para ser publicados. Tienen su tiempo.
¿Escribes libros o poemas?
Hasta ahora estoy escribiendo libros más que poemas. Como mi poesía es torrencial no hay forma de que no me desboque, y no es ese el sentido. Parto de un tronco, es la guía por la que me ciño. Y parto de una idea sencillamente porque tengo una percepción muy clara de un personaje determinado. Lo mío es un poco narrativo, utilizo personajes, pongo situaciones, pero a través de la poesía. Y eso me hace concentrarme en lograr un todo.
Intuitivamente, pienso que musicalidad, sonoridad y fluidez son los principales elementos que me indican que he terminado de trabajar. Busco lo imposible, aquello que se define como ‘obra perfecta’. Según eso voy asumiendo mis retos. Eso me indica que el libro ya no da más, porque si intento nuevamente rehacerlo ya será otro libro, ya no el que pensé. Prefiero tener una idea clara sobre lo que quiero hacer antes que estar desparramando tinta por otros lados. Tengo una torrencialidad poética que no tiene freno, entonces tengo que ponerle uno. Trazo primero una idea de libro que en adelante es la guía para poder empezar y concluirlo.
En medio de todo esto, el torrencial, ¿existen certezas en tu momento creativo?
No. Ninguna certeza. Estoy lleno de dudas. Cuando te hablo de idea, la cumplo y el libro está cerrado. Pero cuando hay un poema que no está dentro del registro que estoy trabajando me produce grandes dudas, entonces ese libro se queda a la espera. Cinco años más de revisión.
¿Es una preocupación en ti que un libro no sea la extensión, en cuanto a la voz, de un libro ya pasado?
Existen dos tipos de artistas: los que son un centro y se repiten, y otros que son los rupturistas. Walt Whitman tiene un solo libro que contiene en él toda su obra. Picasso no. Tenía rupturas constantes. Por supuesto que en medio de esa ruptura tenía un común denominador. Pienso que lo mío podría ser como lo de Whitman, una obra grande que incluye todo lo que he trabajado.
Has sido identificado durante varias décadas como provocador y explosivo, cercano a un nivel ideológico de izquierda marxista. ¿Cuál es la relación que identificas entre el creador y la ideología?
Eso subyace, está entre líneas. Se genera por que el creador está influenciado: no es una isla. Está acá y las ideologías lo empapan a uno. Pero su efecto no tiene por qué ser automático. Menos en la poesía. Uno no es propagandista de nada. La ideología, los movimientos políticos, se infiltran, están aquí, pero uno no debe forzarlos o resaltarlos cuando escribe. Hay una especie de esquizofrenia conmigo: por un lado soy el hombre político, por otro soy un artista, un poeta. Trato de diferenciar ambos. No convive un solo hombre en mí. Cuando soy poeta no soy propagandista de nada ni de nadie; cuando soy político sí, voy con mi DNI (Documento Nacional de Identidad) y voto y hablo y opino. Ahí sí soy un hombre que tiene que ver con un proceso ideológico. Existe esa diferenciación, la hago. Otros no. Otros creen que soy un todo. Cuando escribo soy uno. Cuando no lo hago, soy una persona con derechos civiles. Recuerdo la frase de Rimbaud: “Yo soy el otro”. Mi naturaleza me dice que cuando escribo la ideología no puede entremeterse en eso, me aíslo completamente. Después sale el ser normal, racional, que va por las calles, común y corriente.
¿Hay en el poeta un espíritu distinto al del ciudadano común?
Domingo Ramos es un hombre lleno de demonios, imperfecto, escindido, que ha tenido muchos encontrones con la realidad, marginado, denostado, que ha sido clasificado racistamente, ninguneado. El otro Domingo de Ramos no es así, propone otra cosa, un discurso que maltrata al lenguaje y, sin embargo, es reconocido. El señor del DNI pudo haber muerto en cualquier momento. Por lo demás, no hubiera dejado nada. El poeta, de una u otra forma, como comunidad y como individuo, tal vez ya no morirá. Es una delgada línea la que nos divide. Pero es importante que así sea.
Pregunto al poeta: ¿está presente la belleza como objetivo de tu búsqueda?
De hecho. Podemos hablar de todo lo rudimentario, de todo lo exquisito, de toda forma de perversión que hay en el ser humano, pero si es solo perversión, queda fuera de lo estético. Lo estético hace que eso se convierta en belleza. El poeta crea belleza, desde lo feo a lo hermoso, orienta la estética cualquiera sea el origen del material. Esa es su labor. Sin ella no sería considerado artista por ningún lado. Una de las formas en que tu poesía busca cercanía con la belleza podría estar cifrada por la extensión del significado de las palabras. Al leerte da la impresión de que cada signo tiene una velocidad propia, una energía dislocada.
En mi poesía utilizo partículas nada poetizables. Está reñida con toda forma de belleza académica pero hay que poner esos términos en el momento justo. Los rescato de la cotidianidad para romper la armonía propia de la normalidad, para dinamitar el lenguaje, y que no sea tan formal ni musical. Pongo estridencia ahí. Ello significa mucho porque le da potencia al variar la forma y el ritmo.
No estás huérfano en esa práctica. Cuando insertas el habla popular en tu discurso poético, ¿qué poetas peruanos identificas alimentándote?
Vallejo siempre es mi Dios tutelar, al que me refiero y leo mucho. José María Arguedas, el mundo andino es aquel que me da más posibilidad de explorar el lenguaje. También pertenezco y soy parte de ese mundo a través de mi madre. Esa voz quechualizada que se encuentran con la ciudad letrada me parece que es muy rica e importante porque aporta al lenguaje académico. El aporte popular robustece mucho más el idioma, añade nuevos elementos que procesan nuevos significados, como Trilce por ejemplo.
¿Y la gente de la vanguardia?
Alberto Hidalgo, Oquendo de Amat y otros poetas que tienen una referencialidad más amplia. Parra, que basa su búsqueda poética en el lenguaje popular. Así me distancio del lenguaje académico. Basta de escribir muy bien. Yo no quiero escribir bien, yo quiero escribir mal, esa es mi opción. Pero mal estéticamente.
¿Qué rol cumple la poesía en la formación de la identidad de Domingo de Ramos?
Mi identidad se basa en que no voy a escribir como los otros han escrito. Planteo esto y escribo con honestidad, desde las entrañas y las vísceras aquello que quiero reflejar, aquello que me identifique. Esa identificación es el momento principal para poder resolver un lenguaje, y me es necesario también el lenguaje occidental para poder desarrollar lo que quiero decir.
Ya no buscamos un inca pero sí una manera de escribir que nos diga que somos diferentes. Esa es la búsqueda de un poeta, proponer nuevos caminos.
¿Hay algo que ponga en crisis esa identidad en algún momento?
La desintegración de pueblos originarios, la desaparición de la lengua de esos pueblos, la arremetida hegemónica de un solo lenguaje anula la riqueza que hay en cada comunidad.
Como catalizador de la experiencia cotidiana, ¿qué tanto tiene la poesía que escribes con el día a día?
Mucho y poco. Porque la experiencia pasa por el tamiz de la palabra para convertirse en poesía. Mi escritura no es un traslado de la experiencia directamente a la poesía. No hay ese traslado, sino uno más intelectual, estético, de lecturas, subjetivo, etc. Si la experiencia va de frente, el resultado sería testimonial y no poético. Ahora, mi experiencia personal no es solo mía es de grupo pues ya no soy solo yo. Estoy sí, pero no es mi experiencia solamente, sino de varios. Son muchos los que vuelco hacia mi poesía.
Empiezas a publicar en el 1988. Casi 25 años después, el ritmo, la tonalidad, el frenesí de tu primera poesía, ¿siguen teniendo la misma importancia para ti?
Pienso que habrá un momento en el cual haya un silencio. Para un poeta eso significa un reto. La reflexión sobre mi obra que la nombra torrencial, sonora, tenaz, refleja el ímpetu por captar la luz, el sonido de una ciudad, de algo que no está nunca quieto, que no está completo. No puedo ser un Li Po, irme a las grandes estepas de arrozales, ver a la luna y enamorarme de ella. Lo que me impulsa es ese movimiento constante que trae la modernidad, los cambios que se producen de la noche a la mañana. No puedo contemplar la explosión como un budista zen. Mi ambición es que la poesía avance de igual forma con esos cambios, que llegue a la par. Cuando lo logre, diré: ya lo hice.
Lima, tu caldo de cultivo para lograrlo.
Es un laboratorio imprescindible, como lo son todas las capitales de Latinoamérica. Los fenómenos no ocurren aislados, están conectados. El modelo neoliberal, por ejemplo, se ha implementado en todos lados, y mira los efectos que ha cernido sobre la poesía.
Kloaka, un grupo poético que intenta materializar el contrapoder, en el que iniciaste tu trabajo como poeta, te aporta sin duda en tu formación mas, ¿qué ‘peros’ le verías, ya con la historia de por medio?
No puedo hablar de los ‘peros’, porque no sería honesto. Mis inicios están en Kloaka. Vengo de una familia en que no había libros, llego a la universidad donde miro el mundo y encuentro amigos que tienen bibliotecas, y ese proceso para mí significó muchísimo. Me ayudó mucho para poder constituirme como poeta.
Uno de los vasos comunicantes de Kloaka con la actualidad podría ser su incomodidad política. A ti, como sujeto político, ¿qué te molesta del Perú actualmente?
Casi todo. Todo, mejor dicho. El Perú es un país tiene varias identidades dentro de sí y que jamás se han cohesionado, aun así busca una identidad. Solamente es un cascarón. Estamos en un Estado cascarón que no ayuda, no cohesiona, no propone. El Perú está roto en muchos sentidos. Y maneja vicios que vienen desde la fundación de la República y no ha encontrado un punto de conversión como identidad.
¿Qué puede la poesía contra eso?
Nada. No hace nada más que vaticinar lo que vendrá. Los poetas dicen: miren lo que harán, miren lo que vendrá, pero no vamos a poder solucionarlo porque la poesía no soluciona nada.
¿Que está buscando el poeta?
Belleza y verdad. Pero no una verdad en términos filosóficos occidentales. Hay otros tipos de entender la verdad en las comunidades quechuas, shipibas, asháninkas, aymaras. No es la verdad occidental. Significa construir una forma de convivir juntos, viviendo la armonía entre la naturaleza y el hombre, eso es para mí la única filosofía que debe tener un poeta.