Ecuador / Miércoles, 24 Septiembre 2025

Cómo ayudar a que Miguel Donoso pueda derrotar a la muerte

La despedida de Miguel Donoso Pareja fue larga. La pensaba, le venía dando vueltas a la idea y escribía la palabra cada tanto a ver si de repetirla, la conjuraba. En sus tres tomos de memorias publicados en los últimos 15 años, A río revuelto (2001), La garganta del Diablo (2004) y La tercera es la vencida (2011), el autor encara a la muerte con la dignidad del que se va a batalla convencido de la lucha, pero con la certeza de que no va a volver ileso; en esa convicción no hay lamentos. Existe, más bien, una preocupación por hacer un inventario honesto que cotice tanta vida y un hondo desconcierto por el futuro.

 

¿Qué sería de la literatura ecuatoriana cuando no estuviera allí él para protagonizarla? Donoso se desdobla y va tras bastidores a fumar un cigarrillo y a reírse de la farsa que ha montado con su propio personaje de escritor consagrado porque sabía que era un autor conocido pero poco leído. Solo una pequeña muestra de su trabajo está en bibliotecas y nada en librerías. Él ya lo sabía, lo venía anunciando.

 

Como en un juego de espejos, el hombre que espera a la muerte se llama a sí mismo por varios nombres, entre ellos el cadavérico o el disecador inexperto. Juntos son un coro que tiene la queja constante de no poder morir por estar demasiado atentos a lo que sucede a su alrededor, es decir, siguen vivos. Las últimas gotas de memoria le importan tanto que debe decirlas a pesar de que con nada nuevo cuento la cosa se postergue más, al igual que pasó con aquel viejo relato oriental de la mujer lista engatusó al sultán para posponer que le corte la cabeza.

 

Algunos relatos de La tercera es la vencida son triviales, otros son reflexiones profundísimas, otros son diálogos literarios con la tradición, pero en el trasfondo de todo está el parloteo errático de aquel que sabe que en cuanto haga silencio habrá que salir del escenario.

 

Admirador profundo del sudafricano J. M. Coetzee, en este último texto de memorias lo homenajea varias veces por medio de citas y alusiones, además de organizar su desarrollo por bloques temáticos como lo hizo el nobel en Diario de un mal año. En La tercera es la vencida se enumeran los disímiles intereses de Donoso como la identidad ecuatoriana (la condición anarquista y despreocupada de los guayaquileños lo obsesionaba aunque más de uno le haya dicho que era esa deducción era producto de prejuicio porque él no era sociólogo ni antropólogo); así como también las mujeres que amó: el fantasma poético de Gudrum, una hembra que contiene a todas las otras, como el mar; el fútbol y la vacuidad de la cultura contemporánea. De Coetzee tomó, además, la serenidad narrativa, el temple estoico de quien relata conteniendo el aliento.

 

También incluyó reflexiones humorísticas sobre el oficio donde con nombres y apellidos satiriza a muchos contemporáneos (nada como la proximidad del final para decir con honestidad lo que se piensa), pero se perciben nostalgia y miedo en otras estampas biográficas, allí no hay espacio para ninguna ironía. En el bloque ‘Krelko para niños’, se recrea una conversación con un pequeño (¿su nieto?) donde a cambio de darle el cangrejo de trapo llamado Krelko, le solicita que lo guarde hasta cuando sea grande para que se acuerde siempre de él. El niño, tras un minuto de reflexión, ya no lo quiere recibir. Cuando el escritor le pregunta por qué, le contesta que cuando él sea grande, quien se lo regaló va a estar muerto y luego lo lanza al suelo con un gesto furioso. Luego dice Donoso: “El muerto lo recoge desconcertado”. Es probable que el escritor haya hecho un pacto con la muerte para que esta no lo incomode, pero no puede hacerse cargo de la desolación de los demás.

 

Para Miguel Donoso Pareja, el final del cuerpo, del que venía hablado en su obra desde hace tantos años, ya ha llegado. Como todos los hombres y mujeres que han buscado darle pelea al olvido dejó hijos, libros y probablemente árboles sembrados. A esto se suman sus decenas de talleristas (no recuerdo algún nombre de algún escritor guayaquileño que se haya distinguido que no haya sigo alguna vez su alumno, aunque fuera brevemente), allegados y enemistados con sus criterios.

 

Protagonizó un exilio, un retorno y también el reconocimiento nacional Eugenio Espejo, es decir, vivió su momento de manera cosmopolita y plena, pero también comprendió que era de inteligentes dar un paso al costado y dejar que la vida nos lleve a donde hay precipicios, allá van todas las aguas. Pese a sus intenciones constantemente repetidas, Donoso no se va a morir definitivamente si le da damos como lectores la dimensión potente que su voz merece. Como lo dice el otro porteño eternamente insurrecto, Fernando Artieda, de esta manera, él se le “irá alzando a la muerte, para toda la vida”.