Ecuador / Martes, 23 Septiembre 2025

Apuntes para el silencio (Sopro y Sanã)

Vagón 204

Hay algo que me gusta de esta película y es que nadie me ha pedido escribir sobre ella. Por eso, con más libertad puedo sacar este cuaderno, dibujar la palabra Sopro (que en portugués significa aliento) y pensar que quizá nunca llegue a publicar estas ráfagas que, de vez en cuando, me da por anotar en el cine.

Mijail me entrega los boletos y dice que la proyección incluirá dos documentales: Sopro y Sanã; ambos del director brasileño Marcos Pimentel. Me gusta que ambos títulos estén hermanados por la letra S, pues aunque tengan significados distintos es posible que exista un hilo conductor que las sostenga; un hilo que —de ser intencional— el público sentirá naturalmente.

Antes de ingresar me entregan un pequeño folleto con la descripción de las películas. La primera —que en su mayoría carece de diálogos— fue rodada en 2013 y dura 18 minutos. Se trata de la historia de Sanã, un niño albino que vive en la Isla de Lençóis, en el nordeste de Brasil, y que por su color de piel se siente parte de la naturaleza más que de los habitantes de su propia comunidad. La segunda: Sopro (realizada en 2013 y con una duración de 72 minutos) trata los misterios de la vida y de la muerte, mostrando la cotidianidad de una pequeña villa rural donde algunas familias viven, desde hace mucho tiempo, aisladas del mundo.

Suena la campana, la función va a comenzar.

Ya en la oscuridad de la sala, mi mente juega con otras dos palabras también hermanadas por la S: Silencio y Soledad; hilos de los cuales, en gran medida, está hecha mi escritura.  

 

DOS

Durante la proyección tomé algunos apuntes; allí se confirma que el nexo entre ambas es ineludible. Por eso, en vez de escribir una reseña, he decidido juntar esos escritos —a vuelo de pájaro— y estructurarlos en un híbrido poético. Mi intención, por lo tanto, no es analizar los filmes, sino rescatar las evidencias para luego transformarlas en otro tipo de luz.

 

TRES

(Alientos a partir de otros alientos)

 

I

Paisaje de contrastes fuertes; arena blanca. Una resbaladera. Un avión. Un molino. Un niño solitario se satura con su propia luz. ¿Luna amarilla? El fuego que él observa es un fuego-lluvia. Cancha. Pelota. Sonido.

El muchacho inventa juegos entre el mar y la arena; su blancura es un escudo muy pesado de cargar.

 

*

Escuálida, una vaca atraviesa la escena; su proeza es no volver a caer. Voces, soplos, bramidos. Otra vez aparece el niño ¿Juega o se entierra? El viento lo ocupa todo, incluso la ausencia de sonido en la cual sigue girando la música visual. 

 

II

Detalles de un bosque: lo macro y lo micro, perspectivas. Imágenes verdes y amplias; montañas generosas. Todo transcurre a su tiempo. Cada insecto, cada rostro, cada planta puede durar 7 segundos. Eso, en un mundo de imágenes fugaces, se agradece.

 

*

Transición. Imágenes crudas: animales como alimento de animales; simbiosis. Texturas y sensaciones (todo lo que observo puedo llegar a tocar). Un hombre afila un machete, mis dientes chirrían. ¿Silencio o pájaro? El fuego enlaza las pequeñas historias. Un árbol seco. Un nido colgando. ¿Una corona? Dos viejos esperan a la muerte en una pequeña habitación, ninguno habla (tampoco necesitan). Ella yace en la cama rodeada de velas. (El viento es el guardián del fuego y viceversa). ¿Cuántos miles de años se necesitan para volverse uno?

 

*

Mismo árbol, misma corona, diferente perspectiva. Un cerdo lucha por su vida unos minutos. Sabe lo que le espera, lo intuye. (Cantos y tambores). Entre la vida y la muerte siempre surgirán múltiples fiestas. El cerdo cae muerto. A lo lejos, un niño entierra su cuerpo en la arena, sólo su cabeza queda libre. La fuerza de sus latidos aumenta, en ellos me reconozco. El miedo es un animal universal.

 

CUATRO

Una de las escenas más crudas y sublimes: el nacimiento de un ternero. Si bien la vaca es la que alumbra, parecería que el pequeño es el que sufre dramáticamente la labor de parto. A diferencia de la mujer —que tiene contracciones, grita y puja hasta que la criatura nazca— la vaca sigue pastando tranquila como si nada pasara. Finalmente, el ternero cae sobre la tierra y —envuelto en placenta, sangre y líquidos extraños— permanece inmóvil.

Tras varios minutos, el pequeño se levanta —torpe e inexperto— sin la ayuda de nadie. Sus patas vacilan, pero logra caminar. La vaca se acerca, lo limpia con la lengua y en seguida el ternero lacta (en esa leche viaja el primer sabor de su vida). El público se estremece. Algunos, detrás de mí, nombran la palabra asco. (¿Están conscientes de que han presenciado un milagro?)

Para mí cada animal es un mundo, la naturaleza sigue siendo mi Dios.

 

CINCO

Yo trabajo mucho con películas que casi no tienen música. Con ello trato de construir cierta musicalidad a partir de los elementos que logro encontrar en el propio sitio. Siempre estoy pidiendo al técnico que capture muchos sonidos (incluso el viento con todas sus intensidades), para que después —en posproducción— podamos jugar y construir ambientes. Sobre todo porque son películas de las que tengo plena conciencia que el público se puede aburrir, pero si logro que eso no ocurra, entonces estoy del otro lado. Soy una persona que siempre estuvo atenta a la belleza de los pequeños actos, los pequeños gestos, las pequeñas acciones de la vida que son fundamentales para que uno comprenda el interior de las personas. Yo hago películas más silenciosas, por eso siempre estoy reflexionando cómo puedo transmitir algo sin utilizar palabras.

                                                                                                         Marcos Pimentel

 

SEIS

En medio de la sala oscura, un reflector se enciende. Un hombre aparece iluminado: es Marcos Pimentel. El director que, con suma sencillez, se dispone a conversar con el público. Basta escucharle tres frases para darme cuenta de que ese hilo del que hablaba al inicio (y que ahora nos hermana) siempre fue intencional. Pimentel es ante todo un poeta. Un poeta visual: colecciona belleza para luego transformarla. Pero a diferencia de él, que busca despojarse, cada vez más, de las palabras, yo las acumulo —monstruosamente— en un baúl sin fondo. Y está bien que así sea. Después de todo, esa es mi única forma de estructurar el caos, de moldear mi mundo, pues más allá del lenguaje lo que importa es la mirada; en ella radica la legitimidad de toda obra, su verdadera identidad, su inagotable búsqueda.