El Telégrafo
Ecuador / Jueves, 11 de Septiembre de 2025

En ocasiones, lo político del arte (no lo ideológico, sino la intensión, la voluntad estética) da como resultado obras particulares, expresiones individuales que relatan, por supuesto, un universo propio, cuya influencia fecunda perdura en el tiempo y sienta las bases para el desarrollo de nuevas propuestas de manera excepcional. Esta suerte de voluntad del discurso estético se expresa con gran acierto en el modernismo brasilero, en el movimiento antropófago de la primera mitad del siglo, y con gran aliento en su principal figura: Oswald de Andrade.

 

Poeta, narrador y ensayista, Andrade es uno de los nombres más importantes para el arte del Brasil. La autoridad de su propuesta resulta determinante, no solo en la literatura, sino ampliamente en otras artes: en la música, la arquitectura y la plástica del Brasil.

 

Desde sus primeros proyectos —los fundamentales—: Manifiesto de poesía de Palo-Brasil (1924); y Manifiesto Antropófago (1928), Andrade inicia un recorrido político-estético que —junto a sus contemporáneos— lo lleva directamente a la disidencia, el desarraigo y la separación de las cepas occidentales, no obstante estas fueron su principal alimento.

 

Son los antropófagos, los devoradores de la modernidad, los comensales de una mesa de símbolos deglutidos de manera pantagruélica y visceralmente transformados en un primer proyecto del arte propio, descolonizado de Europa: Oswald de Andrade (con sus manifiestos de poesía y una abundante obra en prosa y ensayo); Tarsila do Amaral, principal modernista de la plástica brasilera (su memorable Abaporu expresa la síntesis del movimiento antropófago); Mário de Andrade, el célebre Macunaíma; Anita Malfatti, maestra de Amaral, y muchos más, la falange antropófaga de inicios del siglo XX.  

 

Comienza —si se quiere— en febrero de 1922 (fecha en que se publican, en Europa, El castillo, de Kafka, y Ulises, de Joyce) en Brasil, con la primera edición de la Semana de Arte Moderno de Sao Paulo, donde confluyeron artistas cuyo principal elemento en común sería la “declaración de guerra” a la cultura occidental, en contra de la historia y los lenguajes del Viejo Continente. Esta es la guerra del salvaje, del antropófago que devora a su enemigo para convertirlo en tótem, para apropiarse de sus símbolos, claro, pero en la tarea de dar voz y vida a sus propias tribus.

 

Poesía

 

Lo más representativo de Oswald de Andrade, lo más puro, en los términos políticos que se han mencionado antes, puede percibirse en sus dos manifiestos: Poesía Palo-Brasil y Manifiesto Antropófago. En ambos, Andrade da inicio a ese desarraigo, una suerte de rechazo argumentado, de cara a cualquier vínculo con la cultura occidental. Desplaza todo lo sagrado del pensamiento de Occidente (la historia, la economía, la ciencia, la filosofía y la política), en tanto signo y cultura, para asumir en los restos devorados la técnica y el lenguaje.

 

La antropofagia de la forma es la que asume el salvaje moderno que no se reconoce ni salvaje ni moderno, que sobrevive alimentado de aquello que lo aliena. Lo que cuenta es vivir libre, de acuerdo con valores propios.

 

El hombre forzadamente moderno en el que todavía laten los tambores y el pensamiento mágico:

 

La poesía existe en los hechos. Los tugurios de azafrán y de ocre en los verdes de la Favela, bajo el azul cabralino, son hechos estéticos.

 

El Carnaval de Río es el acontecimiento religioso de la raza Palo-Brasil. Wagner sucumbe ante las Escuelas de Samba de Botafogo. Bárbaro y nuestro. La formación étnica rica. Riqueza vegetal. El mineral. La cocinada del vatapá. El oro y la danza.

 

[…]

 

Un cuadro son líneas y colores. La estatuaria son volúmenes bajo la luz.

 

La poesía Palo-Brasil es un comedor dominguero, con pajaritos cantando en la selva reducida de las jaulas, un sujeto flaco componiendo un vals para flauta y la Mariquita leyendo el diario. En los diarios anda todo el presente.

 

Ninguna fórmula para la contemporánea expresión del mundo. Ver con ojos libres…

 

(Poesía Palo-Brasil)

 

Este es el rito en el que Occidente es el banquete de una mesa salvaje, que engulle un cuerpo viviente, mutando del mundo de las naciones de Zumbi(2) a las favelas, hijas de la industrialización del mundo. La transmutación de lo comido, la digestión y los restos deglutidos:

 

Tupí, or not tupí that is the question

 

Contra todos los catecismos. Y contra la madre de los Gracos.

 

Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago

 

[…]

 

Hijos del sol, madre de los vivos. Hallados y amados ferozmente, con toda la hipocresía de la añoranza, por los inmigrados, por los traficados, por los turistas. En el país de la “víbora-víbora.”

 

[…]

 

Solo podemos atender al mundo oracular

 

[…]

 

Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue Carnaval […]

Lunanueva Luna nueva

Arresopla   en   fulano

Recuerdos de mí…

 

Manifiesto antropófago

Narrativa

 

El arte del siglo XX _—en particular la novela y el relato— experimenta un acto generalizado de búsqueda y ruptura de los límites del lenguaje; da cuenta de la invención de nuevas formas, para relatar sobre la máquina industrializada; leviatanes de la sociedad moderna.

 

Esta experimentación en la forma alcanza —es sabido— las cimas en personajes como Benji, en El ruido y la furia, de Faulkner, o Poldy, de Ulises. Siempre son el universo y el tiempo que caen y arremeten contra los personajes; y es a través del experimento narrativo, la geometría o la máquina literaria, que el dilema del infierno en los otros logra desarrollarse en la complejidad del mundo al que los personajes pertenecen.

 

Son novelas modernas, sobre todo, porque las sociedades que las incuban se encuentran padeciendo las crisis del crecimiento y el desarrollo. Empero, emerge el antihéroe como reparador de un mundo absurdo y caotizado.  

 

“Tengo ganas de escribir una novela naturalista, ya que está muy de moda. Comenzaría así: ‘A todo lo largo del medio círculo de la playa de Jurujuba, había una vida sensual de atmósfera griega y pagana. El mar parecía un sátiro contento después del coito’”, dijo Andrade.

 

Así, antropófago ávido, escribe la novela experimental Serafín Ponte Grande “en 1929 [era de Wall Street y Cristo] para atrás”, comedia cínica que relata las aventuras delirantes del profesor de geografía y gimnasia Serafín: esposo, padre de familia, canalla y gigoló latino, impúdico y enemigo de toda moral, que persigue con desenfreno a las mujeres, enredándose en múltiples tramas, momentos de locura y vanidad, como en una fiesta báquica. Un microuniverso de la orgía y la antropofagia de la carne.

 

Yo fui el onanista más grande de mi época

 

Todas las mujeres

 

Durmieron en mi cama

 

Sobre todo la cocinera

 

Y la cantante inglesa

 

Hoy crecí

 

Las mujeres huyeron

 

Pero tú viniste

 

Trayéndomelas todas en tu cuerpo…

 

Es la historia del loco (el lunático) que desdeña y abandona una familia, esposa e hijos que no quiere. Ha perdido todo rasgo de juicio por Dorotea “bailarina de los tangos místicos, flexión, rubia, boca donde mora la poesía”. Un relato que se deconstruye, cubista; en el que el narrador juega a la infinitud de puntos de vista, se aprovecha de conversaciones, diarios, monólogos, guiones y el entonces recién descubierto verso libre, para enfocar y desenfocar los acontecimientos y producir una realidad voluble y fácilmente cambiante. Se trata, en realidad, de una voz lírica soñando ser prosa.

 

Así, Serafín Ponte Grande asesina, traiciona y es traicionado, en la urbana Sao Paulo, y huye en un barco desatinado —el Conte Pilhanculo— que deambula por el mundo del desenfreno, donde el héroe puede liberarse a un erotismo desenfrenado.

 

Luego, arribado a Europa, Serafín se dedica por completo a ser un latin lover, conquistando a todo tipo de señoras, señoritas, damas de alta sociedad.

 

El humor en De Andrade es la constante. El personaje, desde la desilusión del romanticismo, se entrega a la seducción, la picardía y la fantasía con cada mujer que conoce: “¡Sé pirata! ¡Burdeliza los automóviles! ¡Las mujeres de tu siglo no usan pantaletas y son peludas como recién nacidos!”.

 

Serafín recorre las faldas de Europa y luego, antropófago insaciable, llega a Medio Oriente, a Tierra Santa, Turquía y Egipto, siempre embaucando, tramposo en el juego, malicioso para la conquista, hasta encontrar de nuevo a Dorotea y resarcir sus intestinos. Por último, cumplida su venganza, huye en otro barco, El Durasno, con la intención de establecer una sociedad priápica en el silencio del mar.

 

Todos, mancebos y mujeres, culonas, cocoyudas, perfumadas, sudadas, fueron despojadas de toda pantaleta, falda, taparrabo o pañal […] En la lejanía, en las nostalgias de los salones, en los tumbadillos, al pasar el capitán gríticos cínicos que recordaban fingidos pudores […] El Durasno solo se detiene para comprar aguacates en los malecones tropicales”.

 

Ensayo

 

Si Oswald de Andrade en su poesía y narrativa ya atisba estos postulados antropófagos, en sus ensayos logra concretarlos; aterriza en una crítica formal a Occidente esta intensión política antropófaga —la anarquía como estética.

 

En Crisis de la Filosofía Mesiánica (1950), De Andrade argumenta y debate el derecho antropofágico, el tragarse simbólicamente a otro sin convertirse en eso otro; y sin ningún reparo arremete contra todo lo que proviene de Europa: literatura, historia, economía, Sócrates, Esquilo, Shakespeare, Garibaldi, Kant, Schopenhauer, Marx… Todo y todos pasan por la lanza del antropófago.

 

Todo el Fedón no pasa de ser un terrible drama íntimo para Andrade. Con su complejo de comadrona, heredado de la mayéutica materna, Sócrates elabora un terrible monólogo para convencerse a sí mismo —más que a los demás— de la existencia del alma inmortal. La cicuta pasa a ser la clave de la supervivencia en el mundo del ocio que siempre había sido negado, a él, pobre desguarnecido del Peloponeso y parásito perenne de las ricas clases de Atenas.

 

La distinción básica se da entre el hombre moderno (hijo de Atenas, Roma, Francia e Inglaterra) y el hombre primitivo. Lo que separó a ambos mundos fue el derecho sobre los hijos (patriarcado-matriarcado). La consecuencia: sociedades antropófagas vs. esclavistas. Fue entonces cuando el hombre dejó de devorar a otros hombres para convertirlos en sus esclavos.

 

Así, De Andrade cohesiona la separación antropófaga, el desarraigo; desde el análisis de las culturas mesiánicas (esclavistas), en las que el señor de la tierra se convierte en la imagen del Señor de los cielos, acontece el derecho de explotación sobre los demás. Hesíodo, teogónico y cantor de los trabajos, conecta el cielo con la servidumbre. Orestes y Hamlet están resentidos con sus madres. Marx queda reducido a un simple contador. Freud no es más que un místico del nuevo cielo: el Estado.

 

Las referencias son innumerables. Todas antagónicas de la sociedad sin Estado, la sociedad del salvaje. Agotados, redundantes, los pensadores occidentales son un perro persiguiendo su propia cola.

 

Se dijo, al principio de este texto, que la importancia de la obra de Oswald de Andrade era la influencia que ejerció posteriormente en las corrientes artísticas brasileras.

 

Se ha reconocido en el movimiento antropófago la descolonización del arte y la filosofía del Brasil, y es a partir de estos que comienza una época fecunda para la cultura brasilera.

 

Por ejemplo, el salvaje lúdico, el creativo, el antropófago y su tribu liberados de cadenas que los aten a Europa, pueden ocuparse de su propio ocio. Un sentimiento de pertenencia —el valor de ser diferente–, al tiempo que devora y se alimenta de sus enemigos —los digiere—.

 

De esta manera, Banden Powell y Vinícius de Moraes (Os Afro-Zambas), inventaban la bossa nova y el tropicalismo en la fusión de los ritmos afros y el jazz (entonces ya europeizado), 30 años después de Oswald de Andrade. Pero todo esto ya excedería estas líneas dedicadas a la antropofagia.

 

Oswald de Andrade

 

Nació en Sao Paulo en 1890. Hijo de una familia acaudalada, pudo dedicarse a la escritura, aunque inició su carrera de Derecho. En 1909 comenzó su carrera periodística como crítico de teatro y en 1911 fundó el semanario O Pirralho (El mocoso).

 

Después de su viaje a Europa (1912), volvió a Brasil con ideas nuevas y revolucionarias sobre el arte. En 1922 organizó, junto a otras personalidades del mundo artístico, la Semana del Arte Moderno.

 

En 1924 se trasladó a vivir a París, donde redactó su poemario Poesía Palo-Brasil, en el que propugnaba un regreso del arte a las tradiciones de su tierra.

 

A su regreso a Brasil, en 1928, fundó la Revista de Antropofagia, desde la cual radicalizó sus posturas artísticas. Su postura de izquierda y antifacista también se endureció.

 

Falleció en Sao Paulo, en 1954.

 

Notas

1.- Oswald de Andrade. Memorias Sentimentales de Juan Miramar (1924).

 

2.- Zumbi dos Palmares, líder histórico de los quilombos y efigie de la lucha negra en Brasil