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Vargas Llosa, el intelectual de Hola y la derecha

Vargas Llosa, el intelectual de Hola y la derecha
18 de abril de 2016 - 00:00 - *Raúl Vallejo

Cuatrocientos invitados, entre los que se contaron seis exmandatarios, reunidos en Villa Magna, uno de los hoteles más lujosos de Madrid, ubicado en el Paseo de la Castellana. Cobertura mediática para las secciones política, cultural y farándula de la prensa hispanohablante. El Nobel del lugar común para el estreno del octogenario enamorado: “La felicidad tiene nombre de mujer: Isabel Preysler”.

Ella, que le regaló un cachorro de Gran Danés llamado ‘Celine’, “dio una lección de elegancia y lució impecable de blanco con una blusa semitransparente y falda recta de franela y macramé con flecos, firmada por Andrew GN”, según la revista Hola.

El Marqués de Vargas Llosa —el intelectual de la derecha, de los banqueros y de la revista Hola— celebró sus 80 años “por todo lo alto”, como dirían los cronistas de la prensa rosa.

En su ensayo La civilización del espectáculo, publicado hace apenas cuatro años, Mario Vargas Llosa escribía que “no es exagerado decir que Hola y congéneres son los productos periodísticos más genuinos de la civilización del espectáculo”.

Ahí, Vargas Llosa hablaba de esa misma puesta en escena que, desde que se amañó con la exesposa de Julio Iglesias, Isabel Preysler —quien utiliza dicha publicación como un Registro Oficial de su mundana cotidianidad—, ya lo ha hecho protagonista de algunas portadas de Hola.

Como si fuera una Casandra de su propia metamorfosis, Vargas Llosa, al referirse a las revistas del corazón, señalaba que transformar la información en un instrumento de diversión era nefasto para el periodismo, “porque no existe forma más eficaz de entretener y divertir que alimentando las bajas pasiones del común de los mortales. Entre estas ocupa un lugar epónimo la revelación de la intimidad del prójimo, sobre todo si el prójimo es una figura pública, conocida y prestigiada”.

La cobertura mediática de la celebración de los 80 años de Vargas Llosa tuvo los ingredientes que le permitieron utilizar una más de las tantas reuniones frívolas del jet set y convertirla en lo que fue una demostración del poder político de la derecha iberoamericana.

Los seis exmandatarios que asistieron a la celebración son la vocería ideológica y política de la restauración conservadora que arremete en América Latina reclamando el retorno del viejo orden del capitalismo neoliberal al poder: los españoles José María Aznar y Felipe González —que hace tiempo se olvidó de que la O del PSOE es la O de ‘obrero’ y no de ‘banquerO’—; el chileno Sebastián Piñera; el uruguayo Luis Alberto Lacalle, y los colombianos Andrés Pastrana y Álvaro Uribe Vélez.

Todo ellos participaron, luego de la rumba, en el seminario Vargas Llosa, ideas, cultura y libertad, llevado a cabo en CasAmérica, inaugurado nada menos que por Mariano Rajoy, y organizado por la Fundación Internacional para la Libertad, creada por el propio Vargas Llosa para impulsar la economía de mercado y el negocio de la prensa mercantil.

En términos generales, estos dos objetivos fueron defendidos por los conferencistas, quienes se apropiaron de la palabra libertad, que fue utilizada como la substantivación del capitalismo y de las empresas mediáticas.

Mario Vargas Llosa defiende ahora esa libertad de las formas de las sociedades signadas por la inequidad social que no es fruto de malos gobernantes, sino de un sistema organizado sobre y para la existencia de aquella.

Ese era el mismo sistema que él criticó en sus primeros libros y —sobre todo— en su libro Conversación en La Catedral (1969), una novela cuyos sentidos simbólicos no se atreverían a compartir los que hoy celebran su cumpleaños. En novela, la crítica del autor se centra en el sistema que provocó aquella pregunta que se volvió retórica de tanto ser repetida por esa mediocridad de estilo de los medios, aunque en la novela es un leitmotiv sustantivo: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”.

Aquello que Vargas Llosa no es capaz de vislumbrar en su crítica a la sociedad del espectáculo es que sin la existencia del espectáculo como cultura, el capitalismo carecería de ese sustento ideológico muy suyo, basado en el divertimento, que provoca la ilusión de la libertad.

Un personaje de Conversación en La Catedral, periodista de La Crónica, ante la suspicacia de su entrevistada respecto de si publicaría un dato sobre la amante de un político, le dice:

¿Por qué no, señora? —se rio sino Manuel Prado, y La Crónica es de los Prado. Podemos decir lo que nos dé la gana.

Ese es, realmente, el límite de la libertad que manosean las empresas mediáticas, ensoberbecidas de poder, y esa es la verdad sobre la ética de sus propietarios, que el Vargas Llosa de hoy, vocero ideológico del capital, defensor de los banqueros del continente, y luminaria actual de la revista Hola, encubre hábilmente con el manoseo de la palabra libertad.

Su militancia, como intelectual orgánico de la derecha, le permite disfrutar, a la vejez, de la primera plana de las revista del corazón, “porque —como él mismo escribió— en la civilización del espectáculo el intelectual sólo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón”.

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