¿Un canon para lo queer? Un tema silenciado por siglos
La norma antes de plantear si en el canon de la narrativa ecuatoriana se ha pensado en obras cuyos personajes han fracturado el orden heteropatriarcal y normativo, a través de la representación de su naturaleza sexualmente diversa, hay que considerar aspectos importantes para comprender mejor este complejo tema.
¿De dónde viene el vocablo canon? ¿Qué ha significado? Procedente del término griego kanón, el filólogo español Enric Sullà afirma que alude a «una vara o caña recta de madera, una regla, que los carpinteros usaban para medir. Posteriormente, en sentido figurado, pasó a significar ley o norma de conducta ética».
Esta palabra, a su vez, se deriva del término hebreo kaneh, utilizado como patrón de medición. «Por extensión pasó a significar ‘la norma recta’ o correcta y la lista de los documentos o conceptos que conforman dicha norma», dice, por su parte, el historiador Guillermo Fatás Cabeza de la Universidad de Zaragoza.
En tiempos de la Grecia Antigua, la palabra perdería su significación etimológica de caña de medir, pero mantendría el valor de medida física. En su ensayo ‘El canon antes del canon: Los componentes conceptuales del canon bíblico’, Antonio Artola, enfatiza en que el término canon significó simplemente «modelo», y que antes de vincularse al ámbito de la belleza plástica (escultura) «el concepto existía en el ámbito de la literatura, en el que Homero fue siempre considerado como el modelo por excelencia, y el auténtico y primer canon literario».
Esta idea de la belleza «evolucionó el vocablo —agrega Artola— en dirección a los valores éticos. Así, la ley se consideró como el canon moral; y señaló el modelo al que debe ajustarse el comportamiento ético».
Lo canónico llegaría con los filólogos alejandrinos, dice Nazaret Fernández Auzmendi en El canon literario: Un debate abierto. Fueron los primeros en emplear la palabra para designar «la lista de obras escogidas por su excelencia en el uso de la lengua».
Un hecho trascendental para esta concepción inicial es la doble acepción del término: norma de conducta o ley y lista de obras escogidas. La división conduciría inmediatamente al canon bíblico. «La palabra canon, referida al Antiguo y Nuevo Testamentos, no se registra hasta el siglo III —afirma Fernández—, si bien es cierto que con relativa anterioridad, se aplicaba el término a las leyes concernientes al ámbito religioso, lo que permitía distinguirlas del resto de leyes humanas». En esta vinculación con lo religioso, hay que enfatizar que «el canon bíblico supuso una selección de textos, cuya interpretación, conservación y custodia quedaron, evidentemente, en manos de la Iglesia. Pero ante todo, y por encima de otras cuestiones subyacentes, supuso la creación de un canon apócrifo, el de aquellos textos desterrados, prohibidos y desestimados por el clero».
En sus orígenes, la palabra canon estuvo muy vinculada con la norma, ley, lo ético, lo moral, lo religioso, aunque la moral judeo-cristiana no es la misma que la moral griega.
Lo arbitrario en las obras escogidas
El canon bíblico marginaba, vetaba los libros ‘ocultos’, apókryphos (peyorativamente, libros bastardos). Esa concepción conservadora, jerarquizante, y su vinculación con lo ético, lo moral, se ha mantenido durante siglos. ¿Desde qué lugar la Academia o las instituciones de poder han decidido qué se debe difundir, leer o analizar? ¿Cuáles deben ser los autores o las obras que deben tomar en cuenta? ¿De dónde provienen sus criterios?
Las argumentaciones no deberían estar ligadas a ideologías o asuntos políticos. Cuando el literario estadounidense Harold Bloom presentó su canon en 1994, al parecer construido desde criterios de sublimidad estética, se generó una polémica entre escritores, intelectuales y personas del mundo académico. Quienes cuestionaron su clasificación propusieron alternativas desde lo latinoamericano y desde otras formas culturales centradas en la diversidad y la diferencia.
Bloom, que había incluido principalmente hombres y gente blanca en su listado, dijo que sus detractores pertenecían a la «escuela del resentimiento». Años después, en el prefacio de otra de sus obras, Genios, que recoge a cien autores de la historia literaria a los que considera esenciales, como Dante, Shakespeare, Borges o Freud, el académico afirma que su «selección es completamente antiteórica e idiosincrásica… se trata de la lista de los cien mejores ni a mi juicio ni al de nadie más… Yo quería escribir sobre ella».
Al final, todo listado que pretende albergar «lo mejor» o «lo imprescindible», «lo que debe leerse» es arbitrario, y su subjetividad, basada supuestamente en valores estéticos, bien puede estar marcada por posturas ideológicas y/o políticas.
Pablo Palacio fue cuestionado en su tiempo: «Librito de narraciones tóxicas», escribió un editorialista en 1927, sobre su libro de cuentos Un hombre muerto a puntapiés. Los relatos más destacados de Palacio han sido protagonizados por personajes y deseos marginales, por una otredad que ha estado en la periferia.
El Ecuador y su canon
¿Qué se ha considerado valioso en el Ecuador? El canon que tradicionalmente se ha seguido en los centros de educación ha estado ligado a la literatura costumbrista, una narrativa vinculada al entorno social y político de sus habitantes, a sus problemáticas sociales. Se lo ha estructurado también en función de los momentos históricos que ha vivido el país. Se ha enfatizado en el Romanticismo, caracterizado por sentimientos de libertad, de rebeldía, con autores como Dolores Veintimilla de Galindo (‘Quejas) o Juan León Mera (Cumandá, la novela fundacional ecuatoriana). Igual ha pasado con el fatalismo y la muerte representados por los autores del Modernismo que rechazaban la realidad de su entorno: Medardo Ángel Silva, Arturo Borja, Ernesto Noboa y Caamaño y Humberto Fierro.
Otro de los grandes temas que el canon local ha incorporado ha sido el indigenismo a través de autores como Jorge Icaza (Huasipungo). La narrativa del realismo social ha constituido otro de los pilares ofrecidos por el canon. A la Costa, de Luis A. Martínez, enmarcado en el entorno político de corte liberal de inicios del siglo XX, es todo un referente.
Y para hablar sobre la crudeza y la realidad de cholos y montuvios, una extensa lista ha sido también desplegada por la Academia: José de la Cuadra, Joaquín Gallegos Lara, Alfredo Pareja Diezcanseco, entre otros. La poesía de vanguardia se ha difundido, asimismo, ampliamente por medio de autores como Jorge Carrera Andrade, Adalberto Ortiz, Nelson Estupiñán Bass y Jorge Enrique Adoum, grandes escritores nacionales bien posicionados por el canon.
Si bien se ha difundido una amplia variedad de autores y temas sociales, ha habido un gran silencio en torno al tema de género, principalmente alrededor de las diversidades sexuales que han estado fuera del canon, a pesar de que un escritor como Gallegos Lara construyera su personaje lésbico la Manflor en Al subir el aguaje. Una protagonista que, como La emancipada (1846) de Miguel Riofrío, rompe con el poder masculino.
Lo LGBTI y el silencio
Es probable que el canon ni siquiera se haya dado cuenta de que ‘olvidó’ a las poblaciones LGBTI. ¿Realmente se ha indagado acerca de su valor estético? ¿Ha estado la estética marcada por moralismos e ideologías? ¿Se han dejado de lado otro tipo de estéticas? El tema de las sexualidades diversas fue un tema tabú durante todo el siglo XX en Ecuador y en muchas regiones del mundo. Hablar públicamente de la discriminación y la persecución podría significar ser señalado, aunque se lo hiciera desde la Academia.
La sociedad ecuatoriana, conservadora, ha sido binaria, heterosexista, normativa, moralista. Con seguridad ello influyó en la crítica para considerar o no esta «problemática» social en su canon. Problemática más que evidente y grave debido a los altos niveles de homofobia que ha habido en la historia de la humanidad.
El investigador Gregory Woods, que ha realizado un amplio análisis de la narrativa gay desde los tiempos de la Grecia Antigua hasta el siglo XX (Historia de la literatura gay), también cuestiona los modelos heterocentrados que rigen a la Academia. Criticó a Harold Bloom por no incluir ficciones más vinculadas con el tema gay en su conteo literario.
Académicos de los estudios culturales como Mabel Moraña también lo debatieron por dejar de lado las prácticas socioculturales de las formaciones culturales subalternas. La diversidad sexual ha estado, indiscutiblemente, en un lugar subalterno.
Los deseos homosexuales, lésbicos, bisexuales, transgénero, interesex no han tenido lugar en la sociedad y cultura patriarcal de las centurias pasadas. Ahora, apenas se abren paso. Y el canon ha sido patriarcal, no solo por su olvido, también porque en sus listados la ausencia de lo femenino de la misma forma es evidente.
Varias narraciones locales que han incorporado los deseos LGBTI tienen valores literarios, estéticos, indiscutibles. Angelote amor mío, de Javier Vásconez o Resígnate a perder, de Javier Ponce, constituyen dos grandes textos muy poéticos. Los señores vencen, de Pedro Jorge Vera, a pesar de su omnisciente homofóbico, presenta mucha riqueza literaria. Y, claro, no porque un texto presente personajes de la diversidad debe ser reconocido. Su escritura, su lenguaje, sus imágenes y la complejidad de la historia y sus personajes son esenciales.
¿Un canon para/con lo LGBTI?
¿Un canon literario LGBTI? o ¿lo LGBTI dentro del canon? Pensando desde lo queer, que cuestiona toda pretensión de categorización y normalización de la sexualidad, podría parecer contradictorio enlistar autores y obras que se caractericen por su diversidad. Es probable que los teóricos queer contemporáneos más comprometidos con la lucha en contra de la exclusión de las personas sexualmente diversas, como Beatriz-Paúl Preciado, que cuestionan, incluso, temas tan debatidos en los últimos años en Occidente y sobre todo en América Latina, como el Matrimonio Civil Igualitario (uno de los grandes objetivos de los colectivos LGBTI en todo el mundo), no estén de acuerdo con establecer un canon literario, precisamente por su objetivo de categorizar.
Las instituciones que ‘normalizan’, si cabe la expresión, textos y lectura lo han hecho en base de criterios subjetivos, de la misma forma en que otras instituciones y el Estado lo han hecho con la sexualidad desde tiempos inmemoriales, sobre todo desde las últimas décadas del siglo XIX.
No obstante, los centros académicos y las instituciones del Estado que rigen la Educación deben reflexionar en torno a la necesidad de incorporar también la temática de la diversidad sexual en los estudios literarios. Ecuador presenta autores, desde inicios del siglo XX, que muestran cómo la muerte y la violencia han estado vinculados a lo LGBTI, precisamente por ese binarismo, por ese oscurantismo que ha dominado Occidente en relación a la sexualidad no normativa.
Profundizar en los textos mencionados y en otras ficciones de autores como Benjamín Carrión, Díaz Icaza, Eduardo Adams o Lucrecia Maldonado constituiría otra forma de ver la historia de la literatura en el Ecuador y también la historia de la sexualidad. Al mismo tiempo se reflexionaría en cómo la diversidad ha caracterizado a la humanidad desde sus inicios.
Fomentar la inclusión y la no discriminación desde los primeros años de la educación es fundamental. En la primera época de la vida es, precisamente, cuando se gesta y se consolida la homofobia. CP