Contextualización: ¿por qué lo Occidental?
A comienzos de los noventa, en un libro colectivo llamado Formaciones de Modernidad, Stuart Hall (1932-2014) publicó un artículo denominado ‘The Rest and the West: Discourse and Power’ (1), en el que cuestiona la tendencia de posicionar a la modernidad como un producto exclusivamente intraeuropeo.
Considerado entre los últimos trabajos que integran la última etapa de este intelectual de origen jamaiquino, el artículo propone la desactivación de la equivalencia –ya muy aceptada en la época- entre modernidad y Europa, al tiempo que reflexiona sobre el papel que desempeñaron las sociedades periféricas en el surgimiento y consolidación de lo que hoy conocemos como modernidad occidental.
Con la mira en las nociones fundamentales de la modernidad eurocéntrica, Hall nos plantea una reflexión digna de su inconfundible estilo intelectual, siempre situado en la coyuntura de los contextos contemporáneos desde una profunda postura crítica que acepta su condición diaspórica y racializada como sujeto colonial. De ahí que, subrayando las dimensiones raciales y coloniales que la temática le exige, Hall desarrolla su problematización poniendo énfasis en un argumento central de los Estudios Postcoloniales, aquel que plantea que categorías como “Occidente”, “occidental”, “modernidad” o “Europa”, no se pueden comprender sin contemplar la participación de lo que se estableciera como su “Otro” constitutivo; esto es, las llamadas sociedades del “Resto” o extraeuropeas.
Así, articulando una crítica a los sentidos negativos asociados a las nociones del “salvaje”, “incivilizado”, “irracional” y “subdesarrollado”, Hall polemiza el ensimismamiento totalizante del proyecto de modernidad occidental.
Siendo un artículo crucial y poco estudiado de su extensa producción intelectual, en este ensayo se plantea un diálogo crítico con sus postulados, los mismos que resultan cruciales al momento de analizar la hegemonía político-militar que mantiene la denominada “civilización occidental”, tristemente autoproclamada como protectora de la democracia y las libertades humanas. Nuestra confusa e inverosímil contemporaneidad, caracterizada por la naturalización viciosa de intervencionismos nefastos, escudados en una supuesta defensa de la “paz” y el “orden social”, lastimosamente nos ha planteado el desencanto de una democracia de papel tras la cual se esconde la persistencia de una lógica colonialista que tiende a polarizarlo todo por medio de sus preciados dualismos: salvaje/civilizado, moderno/tradicional, racional/irracional y desarrollado/subdesarrollado.
Siendo consecuentes con el legado fundamentalmente político de Stuart Hall, se aspira a que estas reflexiones sean un aporte significativo en el intento por develar los artificios de una modernidad excluyente, a partir de la cual se pretende legitimar un sistema cada vez más violento, insostenible y devastador para con la especie humana y la vida en su conjunto.
Las reflexiones derivadas de este diálogo deben entenderse como el necesario “desvío teórico” que el propio Hall plantearía para sus trabajos; desvío que resulta inútil si no se complementa con una práctica política que aprovecha el conocimiento para intervenir sobre una realidad lacerante ante la cual no podemos seguir elevando nuestra indiferencia.
→ Stuart Hall manifiesta que el concepto “Occidente” se fraguó en el contexto histórico-cultural de la Ilustración, un asunto concretamente europeo. En
dicho momento, las sociedades europeas consiguieron imaginarse como las herederas de una tradición civilizatoria superior.El patrón histórico de Occidente: los albores de una ficción
En el citado artículo, Hall plantea que un patrón histórico particular es el resultado de la interacción entre un número de procesos causales diferentes. De ahí que, con el fin de cuestionarlos y rearticularlos, no descarte la utilidad de trabajar desde cronologías muy vastas y ya dispuestas, empleando generalizaciones históricas que cubren periodos prolongados y que recogen modelos genéricos, los cuales, dicho sea de paso, dejan muchos detalles de lado. Sin embargo, puntualizando la relevancia de los detalles en apariencia triviales, Hall también menciona que esto no falsea ni tergiversa el análisis, pues una vez identificada la amplitud de la perspectiva sabremos en qué nivel de generalidad estamos reflexionando y enfocando nuestra atención.
Apelando a esta metodología, Hall plantea que el proceso de expansión de “Occidente”coincide con el final de lo que se conoce como “Edad Media” y el comienzo de la ‘Era Moderna’, proceso que podría subdividirse en 5 períodos generales:
1. La fase inicial de exploración, que arranca cuando Europa por sí misma “descubre” (invade y conquista) muchos de los territorios que, a partir de dicho acontecimiento, pasarán a ser conocidos como el “Nuevo Mundo” o el “lejano Oriente”.
2. Un segundo período de contacto temprano, conquista, asentamiento y colonización, en el cual gran parte de estos “nuevos mundos” fueron anexados a Europa como posesiones coloniales territoriales o zonas geográficas sujetas al comercio.
3. El período en el que la forma de asentamiento permanente europeo –con la colonización y consecuente explotación que ella implicaba- dio origen al germen inicial de lo que hoy conocemos como capitalismo global de mercado.
4. La fase más “candente del imperialismo”, en el que la disputa por las colonias, los mercados y las materias primas llegaron a su clímax, dando paso a la Primera Guerra Mundial y al siglo XX.
5. Y, finalmente, la época actual, en la que gran parte del mundo es económicamente dependiente de Occidente, aunque formalmente independiente y descolonizado.
Articulando estas etapas como herramientas de teorización histórica y sin establecer divisiones estrictas entre sí, Hall recuerda que, desde una mirada mucho más íntima, resulta que dichos momentos se hallan frecuentemente sobrepuestos y traslapados. Así, por ejemplo, plantea que la concepción del mundo que operaba en la fase inicial de exploración capitalista influenció en gran medida a las posibilidades de expansión de la naciente “cultura occidental”, pues hasta dicho momento histórico, esta había sido incapaz de superar una serie de barreras geográficas y mentales, como la denominada “Gran Barrera del Miedo”, según la cual se creía que más allá del Cabo Bojador yacía la boca del infierno, donde los mares bullían y la gente se volvía negra por la intensidad del calor. Por ende, una vez superada la concepción medieval europea del mundo y alcanzados determinados avances tecnológicos y geográficos, la expansión de Europa se vio considerablemente estimulada y contó con un contexto cada vez más favorable.
Paulatinamente, Europa empezaría a imprimir su cultura y costumbres en los territorios invadidos, configurando un escenario en el cual las rivalidades iniciales entre las potencias europeas se trasladaron a los escenarios coloniales. Con ello, definidas las “joyas de la corona” que representaban las colonias conquistadas, las diferencias internas que mantenían los grandes imperios europeos empezaron a desvanecerse, iniciando un proceso que imagina y construye las bases de una civilización colectiva: nace “Occidente”.
En este segundo momento, crucial para la configuración de fuerzas que persiste hasta la fecha, Hall ubica el desafío de autoreconocimiento de los grandes imperios europeos, el cual estaría definitivamente marcado por la conquista de los “nuevos mundos” colonizados. La naciente identidad cultural de Europa, al tiempo que estuvo determinada por sus profundas raíces cristianas, estuvo caracterizada sustancialmente por la necesidad de mantener el control sobre las colonias, lo que provocó que la idea de “Europa” adquiriera una definición geográfica, política y económica más nítida, sentando las bases para el concepto moderno de “Occidente”.
Finalmente, la devastación y apropiación de los nuevos territorios –muy diferentes con respecto a Europa, pero también diferentes entre sí-, terminó reforzando una nueva identidad sustentada en el creciente espíritu de superioridad y derecho de dominación que consolidó la mirada eurocéntrica del mundo.
La trayectoria de una idea: de realidad geográfica a concepto cultural
Una vez establecida la génesis de la idea de “Europa”, Hall describe la articulación de la misma con el concepto de “Occidente” y el papel que cumplieron las sociedades “extraeuropeas” en este proceso, y subraya que la idea de “Occidente” y el “Resto” fue constituida sobre una exterioridad esencial que remitía, en última instancia, a la diferencia cultural identificada entre las culturas europeas y los “pueblos salvajes” contactados en el proceso de colonización.
No obstante, Hall recuerda que términos como “occidente” y “occidental” constituyen nociones muy complejas que no poseen significados planos o únicos, por lo que, a pesar de que dichos términos podrían estar asociados a situaciones específicas de geografía o ubicación, en definitiva han evolucionado hacia la designación de una forma cultural específica, un tipo de sociedad concreta que también incluye una noción particular sobre el progreso, la historia y el conocimiento.
Así, la noción de “Occidente” ha dejado de asociarse con un territorio específico, extendiéndose a distintas zonas y regiones en todo el planeta. Desde esta perspectiva, “Occidente” hace referencia a un tipo particular de sociedad, caracterizada por sus ciertos avances en materia de conocimiento, industria, urbanización y matriz capitalista. Es así que, por derivaciones propias de la efectividad del discurso asociado a este modelo, hoy en día cualquier sociedad que comparta dichos rasgos, sin importar el lugar que ocupe en el mapa, tiende a ser descrita y caracterizada como una “sociedad occidental”.
“Europa oriental no propiamente pertenece a (aún no pertenece, ¿nunca ha pertenecido?) ‘Occidente’, mientras que Estados Unidos, que no queda en Europa, definitivamente sí pertenece a Occidente. Actualmente, técnicamente hablando, Japón es “Occidente”, aunque en nuestro mapa mental está tan al “Oriente” como es posible estarlo”. (Hall, [1992] 2013:50-51).
Con estos argumentos, Hall nos plantea comprender en qué sentido “Occidente” describe más una idea o concepto, antes que una realidad geográfica fácilmente identificable. Al mismo tiempo, busca analizar las características de su expansión y sus efectos concretos en el mundo actual, tarea que exige una necesaria revisión crítica del lenguaje y tipo de conocimiento que este impulsa. Para esto, propone 4 formas elementales en que opera el concepto “Occidente”:
1. Como una herramienta muy útil con la cual pensar, caracterizar y clasificar el mundo en diferentes categorías. Entiéndase por ejemplo, la clásica división entre sociedades “occidentales” y “no occidentales”.
2. Como parte de un lenguaje y “sistema de representación” que apela a una conjunto de imágenes para condensar un número de rasgos diferentes en un mismo cuadro. Esta idea representa, en lenguaje verbal y visual, una imagen estereotipada de cómo son diferentes sociedades, culturas, gentes y lugares.
3. Como concepto que provee un estándar que permite deducir hasta qué punto diferentes sociedades mantienen similitudes y diferencias entre sí. Según ello, las sociedades “no occidentales” son ubicadas y caracterizadas “cerca de”, “lejos de” o “alcanzando a” el desarrollo civilizatorio de las sociedades occidentales.
4. Como idea que implica determinados criterios de valoración con los que otras sociedades están siendo clasificadas y alrededor de los cuales poderosos sentimientos positivos y negativos se agrupan. Así, mientras “Occidente” es considerado como desarrollado, bueno y deseable, su contraparte personifica las ideas contrarias: subdesarrollado, malo e indeseable.
Sin dar pie al falso dilema que pretende establecer qué fue primero, si la idea de “Occidente” o las “sociedades occidentales”, Hall puntualiza que a medida que estas sociedades emergían, lo hacía también el concepto, lenguaje y tipo de conocimiento “occidentales”. Esta idea produjo –y produce- efectos concretos en la vida real de los pueblos, pues se la asocia a un tipo particular de conocimiento, una forma de organizar y hegemonizar un sistema de relaciones de poder globales y, más específicamente, una manera concreta de pensar y hablar, una ideología.
“Diferencia” como espejo: papel de las sociedades externas y dualismo estereotípico
Ahora bien, cabe preguntarse ¿cuáles fueron las circunstancias socio-culturales específicas en las cuales surgió lo que hoy denominamos como “Occidente”?, ¿cuáles fueron las condiciones concretas que finalmente favorecieron su articulación?, y, ¿qué características y formas de pensamiento fundacionales se han mantenido hasta nuestros días?
Para dar una respuesta, Hall manifiesta que el concepto “Occidente” se fraguó en el contexto histórico-cultural de la Ilustración, un asunto concretamente europeo. En dicho momento, las sociedades europeas consiguieron imaginarse como las herederas de una tradición civilizatoria superior, ubicándose en la escala última del progreso, la cúspide de la historia y la cultura, el destino final de la evolución humana.
No obstante, la tesis central de Hall no busca enfatizar la línea que atribuye la exclusividad del proyecto moderno a las sociedades europeas, todo lo contrario, plantea que la emergencia de “Occidente” y su proyecto de modernidad también fue resultado de una historia global con distintos actores en juego, fundamentalmente la contraparte lógica de lo “superior”, “civilizado”, “racional” y “moderno” agrupada bajo la categorización de “el Resto”. Así, dicha noción operó como el negativo necesario para consolidar el conjunto de valores occidentales, articulados a particulares formas de entender y representar la vida. “Occidente” y “el Resto” se convirtieron en 2 caras de la misma moneda, verso y anverso cuyas representaciones e ideas asociadas dependen en gran medida de las relaciones que fueron establecidas en el período de la Ilustración europea.
Entonces, lo que hoy entendemos como la “singularidad de Occidente”, sería también producto del contacto y comparación de Europa con aquellas sociedades “no occidentales” contactadas a partir del período de colonización. En dicha comparación, la emergencia de una identidad cultural europea se habría consolidado en referencia a su diferenciación con las “otras” historias, ecologías, economías, modelos de desarrollo y particularidades culturales de las sociedades “extraeuropeas”. En síntesis, la “diferencia” constituyó el espejo y el estándar con el cual fue medido el logro de “Occidente”. Por supuesto, dicha lectura estuvo sesgada por los propios dogmatismos de un paradigma en construcción, pues los territorios que los europeos “descubrieron” en las empresas de conquista constituían espacios de configuración cultural que ya poseían diversas y muy elaboradas estructuras de organización social.
Por otro lado, con el paso del tiempo la propia dinámica de la invasión colonial habría permitido un relativo conocimiento de las culturas “nativas” de América: en términos cotidianos los conquistadores insistieron en su tendencia a representarlos como “indios”, obviando sus rasgos distintivos por medio de la generalización de un tramposo estereotipo. Esto define con certeza el “dualismo estereotípico” del discurso de “Occidente” y el “Resto”, el cual opera a través de la articulación de 2 elementos opuestos y complementarios al mismo tiempo: por una parte, el colapso de varias características en una figura simplificada a modo de esencia, es decir, un estereotipo; y, por otro lado, la escisión del estereotipo desde un dualismo totalizador que define el lado “bueno” y “malo” de los “Otros”.
“Lejos de que el discurso de ‘Occidente y el Resto’ sea un discurso unificado y monolítico, una característica regular de éste es ‘escindir’. El mundo es primero dividido simbólicamente en bueno-malo, nosotros-ellos, atractivo-desagradable, civilizado-incivilizado, Occidente-el Resto. Todo lo demás, las muchas diferencias entre y de cada una de estas dos mitades, caen en la simplificación – e.g. son estereotipadas”. (Hall, [1992] 2013:93).
Entonces, el carácter nocivo del estereotipo reside en la promoción de una descripción unilateral resultante del colapso de un complejo de diferencias en un simple “molde de cartón”, simplificación exagerada que se acopla a determinado sujeto o lugar. Así, las características del estereotipo se convierten en “evidencias” que definen una pretendida “esencia”, determinante al momento de configurar un conocimiento sobre los sujetos en cuestión. Hall cuestiona la naturaleza tramposa de la estereotipación, pues estimula una crítica combinación de adjetivos que establecen ciertas características como si fueran verdades eternas e inmutables.
En definitiva, para Hall la “particularidad de Occidente” estuvo conformada no solo por los procesos internos propios de su patrón histórico –entiéndase su vocación expansionista-, sino también, por medio del sentido de diferencia construido a través de su descripción de los “otros” mundos encontrados, es decir, de cómo Europa llegó a representarse a sí misma en dicha relación con esos “otros mundos”.
“Discurso” y poder: un “régimen de verdad” vigente
Una vez determinadas las dinámicas que dieron paso a la conformación de la noción de “Occidente” y el “Resto”, podríamos indagar sobre su vigencia o representatividad en la época actual. Para ello, Hall puntualiza que existen múltiples discursos o maneras en las que Occidente “habla de” y “representa” a otras culturas, como el discurso particular de “Occidente” y el “Resto”, que es, quizá, el más peligroso.
De ahí que sea relevante preguntarse, ¿por qué, de los múltiples discursos a partir de los cuales Europa estructuró su relación con otras culturas, Hall muestra especial atención en el discurso de “Occidente” y el “Resto”?, es decir, ¿qué características particulares de este enfoque interesan tanto a Hall y le llevan a desarrollar uno de sus trabajos más políticos pero menos comentados?
Hall destaca que dicho discurso sobresale por su particular espíritu ensimismado y eurocéntrico, pero también por ser uno de los más comunes e influyentes sobre la opinión pública al momento de organizar las formas de “entender”, “hablar de” y “representar” a la diferencia. A partir de ello, Hall plantea el desmembramiento y disección de la supuesta homogeneidad de “Occidente”, puntualizando que es ahí donde radica la principal capacidad destructiva de este discurso.
Lo que intenta es cuestionar la tendencia muy extendida de imaginar a “Occidente” como un lugar específico, unificado, compacto y con una única forma de hablar de otras culturas. De la misma manera en que “Occidente” simplificara las diferencias existentes entre Europa y las demás culturas invadidas, plantea que este discurso pretendió desvanecer las diferencias internas entre las naciones identificadas como originalmente “occidentales”; diferencias que siempre han existido y se mantienen hasta nuestros días.
Lo crucial de este planteamiento nos lleva a constatar que “Occidente” también tuvo y tiene sus propios “otros” internos, aquellos que en las circunstancias históricas actuales comienzan a ser cada vez más evidentes. Por ende, al interior del discurso occidental, la diferencia también sufrió un proceso de estereotipación y simplificación, contribuyendo a consolidar la impresión de un solo bloque civilizatorio a través de un argumento fundamental: el núcleo de identificación de las diversas culturas “occidentales” radica en que todas ellas son diferentes al “Resto”; del mismo modo, “el Resto”, a pesar de contener un collage de elementos tan diferentes entre sí, también es homogeneizado bajo una sola premisa: que todos son diferentes de Occidente.
No obstante, podría preguntarse ¿por qué afirmamos que existe un “discurso” sobre “Occidente” y el “Resto”?, ¿qué significa exactamente que este sistema de representación constituya un “discurso”?, o ¿cuál es el significado de discurso que Hall está empleando en esta enunciación?
Al respecto, Hall apunta que cuando utiliza el término “discurso”, se está refiriendo a una manera particular de representar a “Occidente”, “el Resto” y las relaciones existentes entre ellos. Siguiendo la línea trazada por Foucault, quien define al discurso como el grupo de afirmaciones que proveen un lenguaje para “hablar acerca de”, “representar a” y, consecuentemente, construir una forma particular de conocimiento.
Hall también destaca que mientras el discurso se refiere a la producción de conocimiento a través del lenguaje, él mismo es producto de una práctica: la práctica discursiva o la práctica de producción de sentido. Por ello, señala que el discurso, a la vez que produce significado y una forma particular de conocimiento, también es producto de una práctica de producción de sentido; es producto y productor de sentido.
Por último, destaca otro elemento fundamental de los discursos o sistemas de representación, esto es, que no configuran sistemas cerrados o inmutables, por lo que, dadas las circunstancias, pueden ser objeto de rearticulación, apropiación o reconfiguración. Así por ejemplo, el discurso de “Europa” articuló elementos del discurso de la Cristiandad para su configuración.
Influenciado por Foucault, Hall da cuenta de que tras la configuración del discurso se esconde un tema irrenunciable de poder, pues cuando la producción de conocimiento obedece a los intereses de un grupo hegemónico determinado, es el poder –y no los hechos acerca de la realidad- el que hace que ciertas cosas sean “verdad”. Sin embargo, Hall es consciente de que la estructura social generada por un discurso no es definitiva e inmutable, por lo que ese mismo discurso anclado al poder podría ser usado por grupos sociales con intereses y objetivos distintos, incluso contradictorios, a los de la corriente hegemónica.
Se trata de la potencialidad transformadora del discurso, lo cual no implica descartar la “intencionalidad” y el “posicionamiento ideológico” del mismo. De ahí que para Hall el encuentro entre “Occidente” y el “Nuevo Mundo” no puede ser interpretado como “inocente”, mucho menos si reparamos en el tono y tipo de conocimiento que Europa construyó acerca del “Resto”.
“Finalmente el discurso de ‘Occidente’ y ‘el Resto’ no podría ser inocente porque no representó un encuentro entre iguales. Los europeos habían atacado, burlado a gentes que no tenían deseos de ser ‘exploradas’, que no tenían necesidad de ser ‘descubiertas’, y ningún deseo de ser ‘explotadas’. Los europeos combatieron vis-à-vis a los Otros, en posiciones de poder dominante. Esto influenció lo que ellos vieron y cómo ellos lo vieron, así como aquello que no vieron”. (Hall, [1992] 2013:77).
Trayectoria y actualidad del discurso: ¿una versión inevitable de modernidad?
Hall plantea que la emergente “ciencia de la sociedad” –lo que hoy nombramos sociología- iba a ser planteada como el estudio de las fuerzas que habían impulsado a las sociedades hacia el “progreso”, desplegando un parámetro universalista que contenía una serie de “estadios” o “etapas” ubicadas en la línea de una única vía al “desarrollo” y la “civilización”. Europa se concibió a sí misma en la cúspide de dicha escala, relegando a las demás culturas a posiciones inferiores que variaban, desde estadios un tanto más desarrollados hasta los niveles más bajos de la “evolución humana”.
Por ello, Hall concluye que la ciencia social de la Ilustración estaba destinada a reproducir las preconcepciones y estereotipos desarrollados por el discurso de “Occidente” y el “Resto”, por lo que los estudios sobre las culturas colonizadas brindaron elementos inmejorables para sustentar un tipo de conocimiento que defiende una cierta concepción de la historia, la ciencia y el progreso.
De ahí que el proceso de consolidación del tipo de conocimiento asociado a la Ilustración europea resulte de importancia crítica para el presente, pues fue allí donde se comenzó a gestar la matriz de la ciencia social moderna vigente hasta nuestros días. Hall destaca también el papel que ocupó “el Resto” en el proceso de formación de la Ilustración occidental, influenciando por esta vía a la configuración de toda la ciencia social moderna. Sin “el Resto” y sin los propios “otros” internos de Occidente, dicha idea no habría podido reconocerse o representarse a sí misma en la cúspide de la historia humana como el producto más sofisticado de su evolución. El “Otro” constituye el lado oscuro, olvidado, negado y reprimido, la imagen invertida de la Ilustración y la modernidad.
En el fondo, lo que Hall cuestiona es la suposición reduccionista de creer que únicamente los elementos dinámicos del capitalismo occidental conducen al desarrollo social, lo que, de una u otra manera, implica también aceptar al “colonialismo capitalista” como una lamentable necesidad histórica para las sociedades colonizadas, puesto que gracias a él se destruyeron los modos “pre-capitalistas” de producción y se “incluyeron” a todos los pueblos en la vía del “progreso” y la “civilización”.
Nota:
1. Con traducción de Ana Díaz, la primera publicación conocida al español a inicios del anterior año fue bajo el título ‘Occidente y el resto: discurso y poder’, como parte del libro Discurso y Poder en Stuart Hall, publicado en la ciudad peruana de Huancayo, con ediciones de Ricardo Soto y presentación de Eduardo Restrepo.
Bibliografía:
1. Hall, Stuart. ([1992] 2013). ‘Occidente y el Resto: discurso y poder’ en Discurso y poder en Stuart Hall. pp. 49-112. Imprenta Gráfica MELGRAPHIC E.I.R.L., Huancayo Perú.
2. Hall, Stuart. [1996] 2010. ‘¿Cuándo fue lo ‘postcolonial’? Pensando en el límite’ en Sin garantías. Trayectorias y problemáticas en estudios culturales. pp. 563-582. Bogotá-Lima-Quito: Envión Editores-Instituto Pensar-IEP-Universidad Andina.
3. Restrepo, Eduardo (2013). ‘Presentación’ en Discurso y poder en Stuart Hall. pp. 9-48. Imprenta Gráfica MELGRAPHIC E.I.R.L., Huancayo Perú.