El Telégrafo
Ecuador / Jueves, 28 de Agosto de 2025

Pedir perdón es apasionarse con la brea del asfalto, irrestricto el aceite del paquidermo en la boca, la sed de los chacales en el avión de la piedad. ¿De qué hablas huevón? Incontinencia y carencia fáctica: yo solo tengo un hueco grande grande cuando pienso en vivir. Somos rajas: punto pronto puente es hermosa la rata de la memoria(1).

 

La poesía ecuatoriana contemporánea, pródiga —salvo contadas excepciones— en dar a luz poemarios convencionales destinados a llenarse de polvo debajo de la cama del autor, recibe un tremendo gancho al hígado con el nuevo libro del quiteño Andrés Villalba Becdach (1981); transgresor no solo en cuanto a su temática gamberra, sino en el anómalo manejo del lenguaje que exhibe en Soterramiento, en el que el sonsonete rabioso del fraseo (Adolfo Macías dixit) nos introduce en el spleen de lo cotidiano, el cual solo puede atenuarse elevando la ignominia a la categoría de ritual.

Si bien Villalba ya había causado la indignación de los bien pensantes con su anterior libro Muñones (Eskeletra, 2011), en el queotavaleños sodomitas, elementos de la cultura pop y extrañas analogías basadas en la genitalidad extrema, hicieron de las suyas, Soterramiento es la progresión de la majadería. Existe un hilo conductor entre ambos libros en cuanto a vértigo y argot, pero lo que evita que Soterramiento sea una segunda parte es la incorporación del ‘mundo de los adultos’ con su tragicomedia de lo laboral, elemento ausente en las anteriores obras del autor, caracterizadas por su desenfado de perpetuo adolescente tardío que a lo Peter Pan se niega a crecer. Soterramiento marca el inicio de un nuevo ciclo vital y lírico en Villalba, quien empieza a comprender que hay que pagar para que sonrían las águilas dentro de los ojos, que no basta con prolongar lo quedo, perlonghear la coma y pregonar el drama para dárselas de poeta.

El título de la obra nos remite a la peregrina obra municipal con la que se intentó paliar la contaminación visual producida por los cables eléctricos en ciertos sectores de Quito, pero resulta engañoso, puesto que el autor, lejos de pretender esconder bajo tierra el lado abyecto de la urbe, lo exalta con un torrencial monólogo en el que, circunstancialmente, aparecen personajes del hampa y de la vida cultura local —para el caso, da lo mismo—, siendo el pintor Wilson Paccha el principal interlocutor de las protervas alucinaciones de Villalba. También hay espacio para diálogos imaginarios con escritores que han dejado huella en el pensamiento y manejo lingüístico del autor, como Fernando Vallejo, Juan José Rodinás, Néstor Perlongher, Osvaldo Lamborghini, Cristóbal Zapata y Haroldo de Campos, entre otros.

Hábil creador de imágenes dislocadas que no buscan llegar a ningún sitio, el poeta encabalga versos en una demencial secuencia musical que traviste los géneros literarios —herencia beat y neobarroca—, y se sirve de giros lingüísticos, fonemas, gags y cambios de idioma para lograr un efecto sonoro que funcione como una benévola arruga de morfina en el cerebro triste como un trapeador porque en poesía siempre la nube gris es más bella que la aureola y que tras la tozudez de la verbena quedan tristezas y consecuencias insondables:

 

Labor de la pérdida, Hemos visto a la noche alzarse con brazos mustios: esto también se viene abajo, tranquilo, la ruina nos ensalza: mis soldaditos son de terrón. Son los huesos besos pesos de la garrapata lapislázuli mendiga del cerebro. En el condón roto entregado como prueba a las autoridades policiales por una de las acusadoras no aparece mi ADN. Sublimes piedras para rastrillar mis ojos, no me dejes ver realidad, maquíllala, dime que las puertas son ventanas, que la antinatura es un lente de cuarzo: su luz hiere en extremo(2).

 

Pero dentro de tanta abyección, el autor nos ofrece un resquicio de hogar e inocencia, que se vuelve evidente en la sección ‘Gasolina errónea de la sangre’, la cual bien podría funcionar como un libro independiente. Villalba Becdach recorre la trayectoria de persecución política, felonía y lujuria que desde sus bisabuelos nos lleva al hombre que más de un siglo después escribiría el poema y —más relevante aún— daría vida al ilustrador del libro, Tomás Villalba Stornaiolo, historia narrada en el bellísimo poema ‘Hurto’. Más nostalgia aún en el recuerdo del fallecido ‘Gato’ Villaba y en el poema ‘Colegio Americano, 1986’, en el que ya se prefigura la condición de paria que luego convertiría al niño que no quiere salir en la fotoen poeta.

La certeza de que subimos en un ascensor para ser nadie en el reino de los ningunos, el cubículo de la oficina como un Tántalo de 3 metros cuadrados con vista directa a la entrepierna de las secretarias recorre transversalmente el libro. El autor siempre sentado frente a una computadora china que le proporciona el Estado, acumula poemas y chuchaquis que le perjudican seriamente cuando se trata de llegar con las justas a fin de mes, pero sin el factor dionisiaco que encuentra en las letras le resultaría imposible soportar tanto papeleo y grito de jefe neurasténico, que desde su pasajera parcela de poder utiliza más saña que el gamín para atormentar al poeta:

 

…sin un peso por dos semanas no tuve para comprar

otro celular y justo me llamaron para trabajar,

cuando conseguí para el celular me cambiaron de chip y sexo

y justo me llamaron para trabajar,

cuando por fin conseguí el chip correcto perdí

el celular en un taxi y justo me llamaron para trabajar…

 

… ahora que tengo trabajito no quiero que me llamen más:

sucede que a la hora de salida algún cabrón habla mal

de mis miles de jefes y me toca amanecer descraneándome…(3)

 

La ciudad pringosa y mórbida es más que un escenario: se transmuta en todo un personaje que ‘grafitea’ con negro mil derrotas y uno que otro abrazo en este libro. El autor no busca redención ni éxito: se conforma con recibir un poco de humanidad,la cual encuentra en su núcleo familiar e incluso entre los detritos sociales, aquellos con los que se reúne para fiar una botella en el bar sin nombre. Soterramiento es el canto de los vencidos que aprendieron a amar en medio del lodazal, poemario tóxico que nunca será considerado en el pénsum de estudio de las escuelas con bachillerato galáctico, pero que será citado con respeto cada vez que se inicie una reyerta en algún lenocinio.

Estamos frente a un libro desinhibido y valiente como pocos. Nosotros como lectores no podemos ser menos, de ahí que esto no es una introducción, sino una invitación a pelar los cables armados de estos versos feroces antes de que nos censuren el extravío y que nos convenzan —vía orden administrativa— de que de los acobardados también es el reino.

 

 

Notas:  

1. Villalba Becdach, Andrés. (2014). ‘Frío como el corazón de nuestras bellas perras tontas’, en Soterramiento.  Quito: Editorial Ruido Blanco. pág 23.

2.——. ‘Aburres demasiado’.

3.——. ‘Burrito trasquilado’.